ESPECTáCULOS
“Hay que hablar de la apropiación de menores, pero de otra manera”
El dramaturgo Gastón Cerana estrena hoy en el Teatro del Pueblo su pieza “El señor Martín”, en la que replantea el problema de la identidad.
Por S. F.
Los desencuentros entre un alumno y su profesor en una escuela inglesa de Burzaco permiten recrear con humor las paradojas de la identidad nacional suprimida o bien neutralizada por una institución rígida, que educa a los estudiantes como si vivieran en Cambridge. “Cada día, cuando salgo del James Day High School, hay un mundo en la vereda que en nada se parece a Londres. A veces, uno se cruza con pibes descalzos y mugrientos que hablan otro idioma, un castellano coloquial puro. Cuando los veo y me ven, forrado en este uniforme gris y verde que me distingue, me diferencia y me identifica, la vergüenza me obliga a darles vuelta la cara con asco.” La frase pertenece a uno de los personajes de El señor Martín, grotesco humorístico escrito y dirigido por Gastón Cerana, que se estrena hoy a las 21.30 en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943). Interpretada por los jóvenes actores Mariano Mazzei y Emiliano Dionisi, la obra fue presentada el año pasado en el ciclo Teatro X la Identidad. “El estudiante, que da vuelta la cara porque es consciente de que lo están transformando en un lord, siente repugnancia por esa educación que lo aísla de la sociedad”, dice Cerana en la entrevista con Página/12.
Esta es la primera vez que una pieza de Teatro X la Identidad se estrena en versión ampliada en una sala. Cuando Tito Cossa vio la obra, decidió convocarla para que formara parte de la programación del Teatro del Pueblo. Ricard Salvat, presidente de la Asociación de Investigación y Experimentación teatral de Barcelona (AIET), después de ver El señor Martín, decidió publicarla en la revista Assaig de Teatre, editada por la AIET. Cerana, autor de Radiomensaje, pieza que integró el ciclo Teatro X la Identidad 2001, señala que en sus obras siempre subyacen cuestiones vinculadas con la identidad. “Me interesa reflexionar sobre cómo quedó mi generación después de la dictadura. A partir del trabajo con las Abuelas, entendí más la importancia de devolver a la sangre su propia identidad. Muchos todavía se oponen con el argumento de que no hay que molestar a esos jóvenes o hacerles análisis compulsivos. Las Abuelas tienen el derecho a saber la verdad”, explica Cerana, joven dramaturgo de 28 años. En la obra, el maestro (Mr. Martin) habla el español con dificultad y obliga a sus alumnos a conversar y pensar sólo en inglés. El docente cultiva un puñado de palabras favoritas en castellano, como régimen, ahínco, disciplina y castigo, que generan escozor en el alumno. Pero lo más exasperante del profesor es su intención de borrar todo rasgo de identidad nacional en los estudiantes: mate, dulce de leche, zamba o chamamé son vocablos prohibidos y no tienen traducción posible en inglés.
“El humor es indispensable en el teatro porque la gente necesita sacarse la angustia de encima. Además, el humor nos ayuda a dar un paso más hacia la verdad, sin sufrir el dolor que la verdad conlleva”, sostiene Cerana. El Mr. Martin de la pieza, que celebra las festividades ajenas como propias, dice que nació en Glasgow. Para sorpresa del alumno, el profesor es de Valentín Alsina, un origen demasiado telúrico (que el docente oculta y modifica) para una institución que se jacta de formar a los futuros diplomáticos y políticos del país. “Es una mezcla de varios docentes que tuve”, precisa Cerana. “Ellos sienten que forman un clan. En estos tipos de instituciones los docentes son ex alumnos de esa escuela o ex pupilos que defienden el escudo del colegio como si fuera su bandera.” Cerana, que debutó a los 17 (en 1992) con Dolores y Silvana cuando abren las ventanas, un infantil del ciclo Voces de la Misma Sangre, señala que descubrió que no hacía falta contar la historia maniquea del malo y del bueno. “Se puede ser bueno y malo en distintas circunstancias. Lo que articula la maldad en aspectos anecdóticos de la vida cotidiana es lo mismo que la impulsa en gran escala, pero con efectos y consecuencias impredecibles. No quería hablar de la apropiación de los niños directamente, porque siempre me dio la sensación de que esa historia había sido contada de una única manera. Cuando la gente no quiere escuchar la misma historia, pero existe la necesidad de mantenerla viva, hay que atreverse a contarla de una manera nueva.”