ESPECTáCULOS › MARIKENA MONTI ACTUA EN EL BAR TUÑON

Esa pasión por cantar

“Mi sueño es tener la voz como para poder entrar en cualquier canción de cualquier lugar del mundo”, dice la artista, que está presentando un show de corte íntimo, que deja generoso espacio a la improvisación.

 Por Diego Fischerman

Hay cantantes que, simplemente, cantan. Los hay con buenas y malas voces, afinados y de los otros. Pero todos ellos coinciden en algo: cantan todo de la misma manera. Marikena Monti pertenece a otra clase de intérpretes. Para ella, cada canción es un ejercicio de estilo. A lo largo de una carrera de gran coherencia, ella hizo música francesa, tangos, jazz, y casi cualquier cosa. Es decir, cualquier cosa que le guste y en la que “el texto sea interesante”. Y en cada una de esas cosas que canta se preocupa “por encontrar el sabor preciso”.
Su búsqueda es “entrar en cada estilo, respetarlo, sin dejar de ser yo”. Explica que “si a una canción cubana se la canta sin tratar de respetarle ese gesto que le es propio y esencial, se pierde algo. Mi sueño sería tener una voz tal que pudiera cantar cualquier canción de cualquier parte del mundo entrando realmente en su lenguaje y sin perder por eso mi personalidad”. En ese sentido aclara que “el tango, por suerte, es una música muy abierta a multitudes de abordajes estilísticos, aun cuando quienes escuchan tango no estén abiertos a reconocerlo. Tiene que estar el tango, el 2 x 4 por debajo, pero en lo demás hay mucha libertad. El mismo Goyeneche cantaba casi sin ceñirse al ritmo y, sin embargo, lo que hacía era indudablemente tango”.
Confiesa que siempre tuvo miedo de cantar en público y, tal vez por eso, esta vez se anima al máximo desafío que podía ocurrírsele. “Total, si voy a tener miedo igual, ¿por qué no hacerlo?” Se refiere al espectáculo que los miércoles y los jueves lleva adelante, a partir de las 21, en el restaurante Bar Tuñón (Maipú 849), donde canta sin micrófono y, además, sin escenario. “Creo que es un momento en que hay mucha inhumanidad y yo sentí la necesidad de hacer algo más humano, de borrar todo lo posible las barreras que uno erige con el profesionalismo y estar más entre la gente. Todos estamos necesitando un poco de afecto.” Algo de eso sucede cuando, mientras canta, alguien del público se emociona y Marikena Monti se acerca y le toma la mano mientras sigue interpretando su canción. Una clase de comunicación que, obviamente, sería imposible entre un escenario y una platea.
En estos shows casi improvisados, en que la acompañan el bandoneonista Pablo Greco y sus dos hijos, Emiliano y Lautaro, ambos pianistas y uno de ellos también bandoneonista, la cantante puede decidir, de repente, hacer una versión a capella de “Summertime” –como un regalo– al descubrir un estadounidense entre los asistentes. Monti canta, en todo caso, como una manera de dar afecto. Y de recibirlo, claro, si se tienen en cuenta los comentarios y los aplausos que siguen, invariablemente, a cada canción. Está, además, esa sensación de haber asistido a algo único que el público comparte y efusivamente manifiesta.
“Lo primero en la elección de una canción son sus palabras”, cuenta la cantante. “Pero hay algunos misterios. Hay músicas tan maravillosas, tan bellas, que logran que palabras comunes se vuelvan trascendentes. Yo hago una versión en castellano de `El hombre que amo’, y me doy cuenta de que ese mismo texto, si lo leyera sobre un papel, me parecería una tontería. La música lo convierte en otra cosa. Es muy difícil que un buen texto tenga una mala música. Pueden ser melodías y armonías muy sencillas, como en Violeta Parra, que era sobre todo una gran poeta, pero esas músicas tan sencillas son perfectas; son exactamente lo que esos textos piden.” Desde su debut profesional, hace 35 años en La Botica del Angel, Marikena Monti además de cantar piensa en lo que eso significa. Piensa que no le gustan las canciones que declaman ni las que dan recetas. “En `Cambalache’ Discépolo describe lo que es la condición humana y no necesita decir lo que hay que hacer para cambiarla. Deja eso a la inteligencia del que escucha”, argumenta. Y también piensa en cuestiones como la técnica vocal. “No hay una manera correcta y una incorrecta de cantar. La ópera y la música popular son diferentes y necesitan maneras diferentes de cantar. En la música popular hasta se puede ser disfónico, como Louis Armstrong, yeso no le quita valor. Al contrario. Importa, por supuesto, la afinación. Pero jamás hay que perseguir, como en la ópera, la impostación en todos los registros. Si no es como cuando Plácido Domingo canta tangos. Es un prodigio de técnica, uno se admira de cómo le alcanza el aire, pero lo que canta no es tango.”

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El espectáculo, que va miércoles y jueves, presenta a Monti sin micrófono, bien cerca del público.
 
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