SOCIEDAD
Olvidos y omisiones policiales al declarar contra el colega acusado
Los policías que llegaron al maxikiosco después de la masacre en Floresta sólo aportaron ayer en el juicio llamativas dudas y contradicciones. El jueves será el turno para los peritos.
Por Carlos Rodríguez
–El chico (por Adrián Matassa, una de las víctimas del triple crimen) estaba parado –afirmó muy convencido el subcomisario Miguel Angel García.
–¿Parado? –fue la pregunta, una exclamación, del presidente del tribunal, el fiscal y la querella. Hasta el defensor del acusado se acomodó en su asiento para escuchar.
–¡Sí, parado! El suboficial (Juan de Dios Velaztiqui) lo sostenía. Después lo suelta y lo pone en el piso.
Matassa fue el último en ser herido, en el abdomen. Sus amigos Maximiliano Tasca y Cristian Gómez ya estaban muertos. Los testigos, incluyendo el médico que lo asistió, dijeron que Matassa, que falleció poco después en el Hospital Alvarez, no podía moverse ni hablar. Estaba en el piso y sólo hacía señas con las manos. Hay otras pruebas que certifican que García deliró ante los jueces, en una jornada de olvidos, omisiones y mentiras por parte de los testigos policiales, como ocurre por lo general cuando el imputado es un colega.
Los policías que declararon, además de García, fueron el oficial principal Leandro Lallana, el subinspector Diego Almada y el subcomisario Carlos Sixto. Todos concurrieron al escenario del triple homicidio, el maxikiosco de Gaona y Bahía Blanca, en Floresta. Todos confirmaron que Velaztiqui, que fue imputado desde el vamos por los testigos presenciales, permaneció en el lugar, sin esposas, sentado tranquilamente en un Ford Falcon policial. “¿Y si se fugaba? ¿Y si se suicidaba?”, preguntó el fiscal Julio César Castro, que en varias ocasiones levantó la voz, ofuscado por la tozuda reticencia de los testigos policiales.
El primer auto policial que llegó al lugar fue el Falcon no identificable (móvil 443), al mando del subcomisario García, que esa noche era el segundo jefe de la comisaría 43ª, con jurisdicción en la zona. Luego llegó el patrullero número 143, cuyo responsable era el subinspector Almada. Ellos confirmaron, luego de muchas vueltas, que la primera versión oficial acusó a las víctimas de ser presuntos ladrones y de provocar el tiroteo, que fue lo que dijo Velaztiqui cuando se comunicó telefónicamente con el oficial Lallana. Testigo del llamado fue Pedro Díaz, “Piru”, empleado de una gomería vecina al maxikiosco, quien ayer prestó declaración. “Vengan, hubo un intento de robo”, fue el falaz mensaje del custodio, al que Piru vio “muy tranquilo” después de la masacre.
Almada transmitió dos mensajes por radio a través del patrullero 143, institucionalizando la mentira, que finalmente tuvo patas cortas. “Yo modulaba” por radio, admitió el subinspector. “Dos ‘cacos’ (ladrones en la jerga policial) fueron abatidos y hay un ‘caco’ herido; personal policial ileso”, fue el primer mensaje, cerca de las cuatro de la mañana, a minutos de la tragedia. El discurso difamatorio continuó a las 5.19, a pesar de que Almada ya le había tomado declaración en el lugar a Sandra Bravo, la principal testigo de cargo en la acusación contra Velaztiqui. “Familiares de los ‘cacos’ descompuestos por problemas cardíacos”, fue la comunicación que se hizo por la radio policial llamando al SAME para que asistiera a los padres de una de las víctimas, tal como consta en actas.
Cuando Almada envió los dos mensajes ya había tomado contacto con su superior jerárquico, el subcomisario García, quien según dijo ayer se dio cuenta “al llegar al lugar” de que no se trataba de un intento de robo. Sin embargo, permitió que Velaztiqui se sentara en el móvil a su cargo, sin esposas, con la única custodia de un chofer. Según los policías, nadie llevaba esposas esa madrugada del 29 de diciembre de 2001. Por eso, el libre albedrío del acusado. Ayer, en la sala, de uniforme, igual que aquella noche, Almada tenía, esta vez sí, unas brillantes esposas reglamentarias colgando de su cintura, amarradas al cinturón.
Nadie supo decir cuánto tiempo más, después de asesinar a quemarropa a los tres pibes, el suboficial Velaztiqui pudo conservar en su poder el arma asesina. Almada dijo que se la sacó él, sin esfuerzo. Tampoco tuvo que forcejear el subcomisario García, que también se adjudicó la maniobrade desarme. Otro testigo, el aviador Roberto Rochaix, había asegurado que para quitarle la Browning “un hombre de traje”, supuestamente policía, “tuvo que forcejear con Velaztiqui”. ¿Quién dice la verdad?, se preguntaron el fiscal y los querellantes. El titular del ministerio público concluyó que “lo único claro es el tratamiento VIP que se le dio” al reo.
Pero el desliz más grosero fue el del comisario García, cuando aseguró que Matassa estaba de pie, sostenido por Velaztiqui. “No, de pie no puede haber estado”, sostuvo el médico del SAME Jorge Colucci, el primero en asistir al joven. “Tenía un shock hipovolémico por la gran pérdida de sangre y estaba tirado boca abajo. Lo tuvimos que sacar en camilla, no podía moverse.” Lo más incomprensible es que la mentira de García carece de importancia para la causa y en nada puede ayudar a Velaztiqui.