ESPECTáCULOS
Los asesinos del shopping mediático
La obra “Popcorn” se nutre del lenguaje televisivo y cinematográfico para construir un thriller satírico sobre la violencia humana.
Por Silvina Friera
“¿Edipo hace que la gente duerma con sus madres?”, se pregunta Roberto Delamitri, uno de los personajes de Popcorn, novela escrita por el británico Ben Elton, traducida y adaptada por Manuel González Gil, que la compañía teatral El cuadrilátero estrena el próximo sábado a las 21 en El ombligo de la luna (Anchorena 364). Este interrogante, sugerido por un cineasta consagrado que filma películas sobre asesinos sofisticados y seriales, está planteado en esa frontera desdibujada que tensa al límite la ficción y la realidad: “víctima” aparente de sus creaciones, Delamitri es tomado como rehén por una pareja de asesinos, popularizada por la prensa como “los asesinos del shopping”. Estos le exigen al realizador que asuma frente a las cámaras, en vivo y en directo, su responsabilidad por el tipo de films que realiza. “La obra trata sobre el abanico violento del ser humano. Subyace la idea hobbesiana, en el texto y en la puesta, de que el hombre es lobo del hombre. Una de las consignas que trabajamos con los actores es que todos somos violentos en potencia, que somos culpables de lo que estamos haciendo ya sea por acción u omisión”, explica el director Rony Keselman en la entrevista con Página/12.
Estrenada en Gran Bretaña en 1998, Popcorn, sátira y thriller que se nutre del lenguaje teatral, televisivo y cinematográfico, convulsionó al público y a la crítica por la manera en que explora la relación entre el arte, la violencia y los medios de comunicación, especialmente la TV. Según comentó el autor (un artista multifacético, escritor de stand up comedies, actor y director), la obra está inspirada en una situación que ocurrió en Francia en 1995, cuando se estrenó Asesinos por naturaleza, de Oliver Stone. Pronto apareció una pareja que emulaba los métodos para asesinar, incluso hasta copiaba gestos y palabras de los protagonistas de la película. “En una sociedad como la nuestra, en donde nadie se hace cargo de lo que hace y de lo que dice, me pareció un desafío abordar un tema tan complejo”, confiesa Fernanda Caride, que interpreta a Brenda, la asesina. “Cuando digo que nadie se hace responsable, también me incluyo. A veces uno elude la responsabilidad por ser permisivo o por temor a ponerse en el incómodo lugar del que castiga y sanciona”, opina la actriz.
Keselman, director invitado por la compañía, subraya que la violencia no es monopolio exclusivo de los asesinos que irrumpen en la casa del cineasta, un artista influido por la estética de Quentin Tarantino. “El director tiene una relación muy violenta con su ex mujer y con su hija –sostiene Keselman–. En las escenas, hay disparos porque todos se disparan metafórica y literalmente entre sí. La cámara de televisión también dispara porque en inglés shooting significa disparar tanto una cámara como un arma.” Para Leonardo Alvarez, actor que interpreta al asesino (Martín), el atractivo del texto reside en que cuenta una historia de psicópatas que se desplazan de las convenciones del género. “Los asesinos no son los únicos desequilibrados. Los demás personajes desnudan sus paranoias y en muchas circunstancias se comportan como psicópatas”, razona Alvarez.
En la casa –un “Gran hermano” más virulento–, además del director, están su ex mujer y su hija, el productor, una modelo y la periodista que ingresa con un camarógrafo, a pedido de la pareja de asesinos seriales, que buscan “salvarse” de la muerte porque están rodeados de policías dispuestos a masacrarlos. En el principio de la obra, hay videoclips y voces en off que empiezan a contar lo que pasa en la casa del director de cine. En una gran pantalla, utilizada para mostrar el reality, el espectador puede seguir a cada uno de los personajes, como si estuviera mirando tele. Adrián Battista, que encarna al director de cine, aclara que como “no existen personajes maniqueos o estereotipados sino personas contradictorias, la puesta genera un malestar porque el espectador no sabede qué lado pararse, con quién identificarse”. El título, aunque remite a lo culinario, según Keselman, funciona como síntesis. “Los granos de maíz empiezan a saltar de la olla hasta que la desbordan, y aunque tengas la olla tapada, se derraman. El pochoclo esparcido, es metáfora de la sangre derramada, de las represiones que estallan.”