ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL NARRADOR Y ENSAYISTA CLAUDIO MAGRIS
“Soy un hombre de frontera”
El autor italiano, que presentó en la Feria su libro “La exposición”, explica por qué su obra sigue “deslizándose por los márgenes”.
Por Silvina Friera
La afabilidad de Claudio Magris, transmitida en los gestos minúsculos y en los movimientos de sus manos, lo aparta de la imagen del erudito que, apoltronado en su escritorio, observa con repulsión la vida mundana. Antes de participar de la conferencia sobre la poética de Marisa Madieri, su mujer y cómplice literaria, el narrador y notable ensayista, que nació en Trieste en 1939, dialogó con Página/12, mientras disfrutaba de una cerveza bien fría, en una de las confiterías de la Feria del Libro. Catedrático de literatura germánica en la Universidad de Trieste y traductor de Ibsen, Kleist y Schnitzler, el autor de El Danubio, Conjeturas sobre un sable, Utopía y desencanto y Microcosmos es una de las figuras más importantes de la literatura italiana contemporánea. “Si en mi estilo prevalece la mezcla de géneros, es porque cuando hablamos o pensamos siempre nos expresamos de distintas maneras.” Magris, profundizando en esta línea de razonamiento, sostiene que “cada libro exige su propia estructura”. La exposición, recientemente editado por Anagrama, el destino trágico del pintor Vito Timmel –que murió en un manicomio– está narrado a partir de la polifonía de voces: la del propio pintor (y su conciencia), intercaladas con las percepciones de sus amigos, carceleros y enfermeros que reconstruyen los trazos de una vida errante y tormentosa.
“El caso Timmel demuestra cómo nuestro sistema social-carcelarioconcentracionario-manicomial-totalitario, en el cual la psiquiatría es la institución totalizante y desviante por excelencia, punidora y segregadora de la desviación, no admite cuestionamientos concretos y reprime el malestar social transfigurándolo y deformándolo en malestar puramente personal, etiquetándolo como enfermedad o sublimándolo como arte.” La reflexión pertenece al director, uno de los personajes de La exposición, triestino como Magris. Esta atípica ciudad (anexada por Italia veinte años antes del nacimiento de Magris) le dio refugio a otro gigante de las letras: James Joyce. La leyenda señala que Joyce se entregaba al placer etílico, hasta que perdía el sentido y se desplomaba en la cloaca más cercana. “La pluma del escritor bosqueja, desplaza, disuelve y reconstruye fronteras –explica Magris–. La literatura es una frontera, un desplazamiento de los bordes semánticos y sintácticos, un umbral, una zona en el límite de innumerables elementos, tensiones y movimientos distintos, un incesante ejercicio por desmontar y volver a montar el mundo.” Los textos de Magris, entonces, adquieren un contorno resbaladizo, recreados a partir de una minuciosa obsesión por escribir un territorio fragmentado y heteróclito. Parte de esta obsesión será analizada hoy a las 18.30, en un diálogo abierto que contará con la presencia de Magris, Blas Matamoro y Juan Octavio Prenz, organizado por el Instituto Italiano de Cultura.
–Lo primero que hizo cuando aterrizó en Buenos Aires fue visitar a Ernesto Sabato. ¿Qué tipo de vínculos mantiene con el escritor?
–Además de admirarlo muchísimo como lector, nos conocimos en Madrid el año pasado, cuando se celebraron los 90 años de Sabato. Es un autor muy importante en mi itinerario literario, especialmente por el impacto que me causó la lectura de la novela Sobre héroes y tumbas. Me une a este autor una concepción esencial acerca del origen de la escritura. Hay una “escritura diurna”, compleja en la medida que está integrada por los valores, las ideas y las opiniones, y otra que defino como “nocturna”, más anárquica porque representa la fantasía, la desesperación y los fantasmas del abismo. Ambas subrayan un contraste dramático entre sí.
–¿Cómo se despliega este contraste en su producción literaria?
–Hay intervenciones de orden político, intelectual y moral, por las que lucho y creo, sustentadas mediante ensayos históricos y culturales. Sin embargo, existe otra instancia que no surge de las respuestas que trato de formular frente a la vida, sino de las preguntas que me hace la vida misma. La incapacidad de contestar con certezas estas preguntas hace que lo que escribo no sea producto del reflejo de mi propia imagen sino tan sólo el negativo, el revés de mi retrato. Los escritores sólo expresamos lo que podríamos ser, lo que tememos que podemos ser o lo que nos genera miedo, los pensamientos e inclinaciones que forman parte de nuestra vida. Son como dos caras contrapuestas de la vida, pero jamás contradictorias.
–¿Hasta qué punto haber nacido en Trieste marcó su preferencia por un estilo que muchos definen como “fronterizo”?
–Trieste me brindó una concepción de la precariedad, de la incertidumbre de la identidad y del peligro de convertir esa identidad en una obsesión. En las experiencias de este tipo, siempre es necesario alejarse para poder sedimentarlas y asumirlas. Por eso fue muy importante desplazarme a Turín, estudiar y enseñar, para poder transitar ese camino de distanciamiento de mi ciudad natal. Todo escritor, aunque no lo intuya y ni siquiera lo sepa, es un hombre de frontera que se desliza por los márgenes, que articula y desarticula el sentido del mundo.
–¿Qué tipo de influencia ejerció en su obra Marisa Madieri?
–Una influencia impresionante, porque la literatura, y por supuesto la escritura, nace de la vida compartida. No podría imaginar lo que hubiera hecho sin el influjo de Marisa en el plano vital y en el de la creatividad. Las ideas de varios de mis libros, como El Danubio o Microcosmos, nacieron de su aguda capacidad de observación. Ella fue mi consulta permanente, la primera lectora de mis textos y una experta en el arte de cortar lo que sobraba. Al principio de los 80, cuando realizamos un viaje por Eslovaquia, Marisa me sugirió que contara el río Danubio como un museo. Este fue el punto de partida de El Danubio, un texto que desnuda la fragilidad de la condición humana. ¿Qué identidad reivindican esos millones de seres que nacieron en las orillas del río? O bien no saben a qué país pertenecen o qué tradición reivindicar o, lo que es más traumático, cuando están convencidos de que conocen la tradición, esta identidad no tiene su correlato en la documentación que indica la nacionalidad, lo que genera heridas muy difíciles de cicatrizar.