ESPECTáCULOS › HOY FINALIZA LA COMPETENCIA OFICIAL, CON UN GRAN NIVEL
Entre la felicidad y la esperanza
Los dos últimos films del concurso oficial, dedicado a primeras y segundas obras, “Heremakono”, del mauritano Abderrahmane Sissako; y “Una parte del cielo”, de la debutante belga Bénédicte Liénard, coinciden en su máximo y depurado rigor expresivo.
Por Horacio Bernades
Bien a la altura del nivel que mostró a lo largo de todo su recorrido, la 5ª edición del Bafici cerró su competencia oficial con el primer film de ficción de una directora belga hasta ahora plenamente desconocida por aquí (Une part du ciel, de Bénédicte Liénard) y el segundo film de un realizador mauritano que ya es mucho más que una promesa (Heremakono, de Abderrahmane Sissako). Completamente distintos entre sí, tanto en lo que tienen para decir como en la forma en que lo dicen, Une part du ciel y Heremakono (que en el catálogo figura bajo su título de distribución internacional, Waiting for Happiness o Esperando la felicidad) coinciden en que se trata de películas del máximo rigor expresivo.
Antes de abordar su primer film de ficción, la cineasta belga Bénédicte Liénard dirigió un documental y fue asistente de dirección de Jean-Pierre y Luc Dardenne, maestros del realismo cinematográfico contemporáneo, de quienes en la Argentina se conoció La promesa (y cuya película más reciente, Le fils, puede verse hoy y mañana en otra sección del festival; ver Recomendaciones). Ambos antecedentes parecen haber marcado a fuego los temas y el estilo de Liénard, que en Une part du ciel aborda –con la dureza y sequedad que caracterizan a los Dardenne– un tema de fuerte impronta social y hasta política. Dos temas, más bien, ya que lo que hace Une part du ciel es equiparar, a lo largo de todo su metraje, el mundo de una fábrica y el de una cárcel.
Puede ser que la idea no sea la más original del mundo, pero es el modo en que Liénard toma el toro por las astas y la pone en escena lo que convierte a su opera prima en una verdadera maza. El dispositivo ideado por la realizadora para comunicar su tesis es el más sencillo y directo del mundo, ya que lo que hace Liénard es filmar un espacio y otro como un continuo, indiferenciándolos a lo largo de todo el film. Hasta el punto de que lleva su tiempo comprender que se trata de ámbitos distintos. La ligazón está plenamente justificada en términos narrativos, ya que Joanna, el personaje más identificable de la cárcel, es ex obrera de una planta panificadora y fue a parar allí cuando sus compañeras la dejaron sola.
El relato va y viene de un ámbito a otro, haciendo eje en la lucha de un grupo de operarias que se enfrentan con sus patrones (pero también con los burócratas sindicales) y en la simétrica batalla que la rebelde Joanna lidera en la prisión. Vista desde Latinoamérica –donde la palabra “cárcel” es sinónimo de tumba– es posible que su reclamo por mejores condiciones de trabajo y hasta el pago de salarios suene como de otro planeta. Y también puede ser que Liénard presente a unas prisioneras excesivamente impolutas y sospechosamente asexuadas. Pero es tal la fuerza de sus planos, tan intensa la fijeza de su mirada, tan rotundos sus cortes de montaje y tan excelsa su utilización dramática del fuera de campo, que los rostros de estas mujeres (entre ellas la imponente Séverine Caneele, coprotagonista de La humanidad) quedan tallados en la retina para siempre. Un nombre para anotar, el de Bénédicte Liénard.
El mauritano Abderrahmane Sissako había dado sobradas muestras de talento en su primera película, La vie sur terre, y Heremakono (nombre de la aldea donde transcurre la película) no hace más que ratificarlo como uno de los cineastas a seguir sí o sí. Como es frecuente en el cine africano de distintas latitudes, el segundo film de Sissako –ganador del premio de la crítica, el año pasado en Cannes– no tiene un protagonista individual sino colectivo: la comunidad misma. Con enorme discreción, asombrosa concisión y no pocas dosis de humor y lirismo, Sissako se limita a observar –con la pudorosa curiosidad de un recién venido– a los vecinos de un pequeño caserío, ubicado al borde del mar y en medio de la arena.
Como si se tratara de brochazos más leves o firmes sobre una tela, algunos de esos personajes aparecen esporádicamente, mientras que sobreotros Sissako acentúa el trazo. En lo que todos coinciden es en que parecerían hechos de arena: si se los quiere aferrar, resbalan entre los dedos. Esto no quiere decir que Sissako no sea capaz de definir una situación con una sola pincelada, como lo demuestra esa escena inicial en la que se ve a un hombre despedirse de sus cosas y perderse entre las dunas, llanta al hombro. Más tarde, el mar lo traerá de nuevo, y se comprende que la llanta era su único medio de transporte para poder llegar hasta ese sueño llamado Europa.
Une part du ciel se verá hoy a las 14.30 en el Hoyts 6 y mañana a las 18 en el cine Lorca. Waiting for Happiness, hoy a las 14 en el Hoyts 9 y mañana a las 20.45 en el cine Cosmos.