ESPECTáCULOS › MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN ESTA PRESENTANDO EN BUENOS AIRES “EREC Y ENIDE”, SU NUEVA NOVELA
“No son los libros los que inventan las protestas”
El notable escritor catalán, definido por sus colegas españoles como “una máquina de escribir y de pensar”, analiza de qué modo la cultura “tapa los horrores de la vida y la historia” para convertirse en su metáfora. También habla sobre la guerra de Irak y sobre los fenómenos de “insumisión civil”.
Por Silvina Friera
Manuel Vázquez Montalbán cuenta su larga experiencia carcelaria como preso político de la dictadura franquista –lejos del dramatismo que presume la situación– como si fuera un chiste. El humor surge en las condiciones más descabelladas y límites de la condición humana y el escritor pone a prueba su capacidad de transmitir, desde la evocación, un poco de luz en medio de la oscuridad y la negación de la vida. No es casual que combine en el relato esa mixtura de erudición y cultura popular (el ciclo de novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho) que tanto cultiva en su narrativa. “En 1962, escribí y leí mucho, pero además bebía carajillos de alcohol (café y cogñac), el asunto lúdico es que hacíamos todo tipo de experimentaciones con los tragos y el alcohol, que por supuesto bebíamos como en una celebración etílica, mientras los presos esperábamos la muerte del papa Juan XXIII. Si se moría nos concedían el indulto. Escuchábamos la radio del mismo modo que la transmisión de un partido de fútbol. Lo mejor fue cuando el cardenal salió al balcón para anunciar la buena nueva. Festejábamos la muerte del papa como si hubiera marcado un gol Saviola”, recuerda este hombre –nacido en 1939– que militó en la resistencia franquista clandestina en el Frente de Liberación Popular o “Felipe”, como lo denominaban sus militantes, y luego integró el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).
Muchos colegas españoles lo han definido como una “máquina de escribir y de pensar” por su extensa obra (El estrangulador, Los alegres muchachos de Atzavara, El pianista, Escritos subnormales, Contra los gourmets, El escriba sentado y Crónica sentimental de España, entre otros) que incluye novelas, ensayos, poesías y artículos de opinión que publica en El País, de España, y en Página/12.
Mañana a las 18, en la sala Julio Cortázar de la Feria del Libro, presentará su última novela Erec y Enide, en un diálogo abierto con Martín Caparrós.
La Navidad siempre ofrece una buena excusa para indagar sobre los avatares de la existencia, el amor y la soledad. En Erec y Enide, Julio Matasanz, profesor emérito, especialista en literatura medieval, viaja a Galicia para participar de un homenaje en Ría de Vigo, un lugar –vaya paradoja– que fue fortín de caballeros templarios, cárcel para republicanos durante y después del franquismo y ahora un revitalizado centro cultural. La última lección del profesor es sobre Erec y Enide, primera novela del ciclo artúrico de Chrétien de Troyes. Su esposa, en cambio, se zambulle en los preparativos navideños (regalos, llamados y otras menudencias) con la esperanza de volver a ver a Pedro, ahijado al que educó como a un hijo, pero que ahora deambula –sin apoyo de su familia que predica la corrección cristiana a través de la fórmula “caridad a distancia”– por Centroamérica como médico voluntario de una ONG. “En esta novela he buscado la partitura de la soledad, del autismo y del amor, que se puede entregar en una clave culta, como la larga alocución del profesor al inicio. Mi intención fue que cada apartado respondiera a tratamientos diferentes y que sea el lector el que llegue a una conclusión al final. El profesor culmina su conferencia diciendo que no hay amor sin autoengaño”, señala Montalbán en la entrevista concedida a Página/12.
–El profesor, también, advierte que la cultura tapa los horrores de la vida y de la historia para convertirse en su metáfora...
–Estoy totalmente de acuerdo. ¡Que lúcido este tío!..(risas). Muchas veces lo he explicado a través de la cocina, que es la degustación del absurdo de la creación, de la oscuridad. Este señor que hizo el mundo en seis días, porque el séptimo descansó, creó criaturas espantosas que para asegurarse la supervivencia deben comer a otros seres vivos. Esto es la brutalidad extrema disfrazada por la metáfora de la cocina que me gusta utilizar cuando escribo. Si un hombre camina por un prado y cuando ve unavaca la mata y se la come, todo el mundo diría que es un salvaje. Pero si se hace lo mismo un matarife en un matadero y luego un cocinero le pone un cogñac y hierbas aromáticas, aunque se come la misma vaca, sólo esto es considerado cultura.
–¿Por qué en su narrativa prevalece la figura del intelectual heterodoxo o versátil?
–No siempre, pero en este caso sí, porque es un personaje que vive culturalmente. Su experiencia vital está relacionada con la literatura. Es un mundo muy cerrado, con una comprensión de la realidad a través de las teorías, que es muy común a los profesionales de la cultura. En cambio, su mujer es una persona que necesita una relación directa e inmediata con los otros. El profesor interesa mucho porque justifica el título de la novela, la apropiación del mito de Erec y Enide y la posibilidad de jugar a la comparación de lo que significaba el mito de la recuperación del amor en el siglo XII y de lo que significa hoy. En la novela, cuando el ahijado y su mujer van por América Central, los personajes que se oponen en el camino son los mismos que en la novela del siglo XII. En el siglo XII, cuando aparece la apología del amor cortés, en realidad lo que se oculta es una auténtica relación amorosa, disfrazada por las pautas de conducta de la época y por la literatura, que sirven para disimular.
–¿El intelectual piensa más en función de lo colectivo o de lo individual?
–Sigue existiendo una fuerte oposición entre el “yo” y el “nosotros”. La primera mitad del siglo XX estaba legitimada por lo colectivo y aspiraba a una literatura emancipatoria. En cambio, hacia el final del siglo se produjo un rechazo hacia el “nosotros”, que acaba consagrando al yo con una literatura narcisista y basada en la individualidad. En el existencialismo, que marcó mi época tanto o más que el marxismo, Sartre planteaba que su libertad sin la de los demás era inútil. Otro problema de los intelectuales era cómo resolver su relación con la clase obrera. Aunque son conceptos de época, traducen, creo yo, esta cuestión tan contradictoria –y a mi modo de ver irresoluble– entre lo individual y lo colectivo.
–¿Cómo cree que va a seguir el mundo después de la guerra en Irak?
–Me esperaba que el poder consiguiera lo mismo que en la Guerra del Golfo, Kosovo y Afganistán: que no se viera a los muertos. Porque el poder que está llevando a cabo esta batalla por la hegemonía y un nuevo orden internacional sabe lo que significó la aparición de la barbarie a través de la guerra de Vietnam: que viéramos a una niña incendiada por el napalm, por ejemplo. En la guerra en Irak se ocultó la destrucción. Ahora los cadáveres han desaparecido y las ruinas también, como si nada hubiera pasado en Irak. El término dominante –diría aberrante– que se escucha por estos días es la “reconstrucción”. Jamás en la historia de la humanidad los destructores se han convertido en constructores. Lo que más indigna es que tratan de quedar entronizados simplemente como arquitectos que construyen lo que ellos mismos bombardearon y saquearon en Irak. Es una de las guerras más cínicas que jamás se haya podido imaginar. Como mercancía mediática de primera página no sé cuánto llegará a aguantar, porque dentro de tres o cuatro meses bien podría llegar a ser sustituida por otra.
–¿Hasta qué punto el movimiento pacifista que surgió contra la guerra puede mantener su gravitación?
–Es difícil de contestar. Sin embargo, es un interesante fenómeno que podríamos llamar “agentes de insumisión civil”, un tipo de gente que ha participado en movimientos sociales como la revuelta de Seattle, Praga o Génova, o en estos movimientos antibelicistas, que responden a un nuevo diseño del insumiso. Tienen una resistencia crítica contra el sistema, que en parte se nutre de los residuos de la cultura de la izquierda a lo largo del siglo XX, pero sin homogeneizar; confluyen una pluralidad de elementosque denuncian el sistema. En la medida en que estos movimientos dañen al sistema nos debemos preparar para años bastante duros y represivos.
–¿Los libros que se producen sobre estas nuevas formas de participación ejercen influencia en el desarrollo y en el perfeccionamiento de estos movimientos?
–Sí, puede influir, pero sin adoptar la posición extrema de que ese pensamiento crítico activa a la gente o a los movimientos. Si ese pensamiento coincide con las pulsiones sociales puede establecerse una relación de enriquecimiento mutuo. Pero no son los libros los que inventan las protestas, no fue Karl Marx el que inventó la revolución social en el siglo XIX, sino que él la constató en la realidad y la puso por escrito. Los intelectuales de estos tiempos están detectando la quiebra del sistema. Un carácter curioso y –en mi opinión– irritante es que como no existe aparentemente una carga ideológica en las ofensivas que llevan a cabo estos movimientos, se introduce el recurso de la redención como justificativo de las acciones que se realizan, lo cual es un tratamiento a mi modo de ver muy repugnante: solamente basta que cada uno ponga una imagen por delante para declarar entonces su propia guerra santa.