ESPECTáCULOS › “BIENVENIDOS A COLLINWOOD”
Fotocopia borrosa
Por Horacio Bernades
En pleno redescubrimiento (o vampirización) de la commedia all’italiana, Hollywood acaba de estrenar The Italian Job, remake de Operación San Genaro, dirigida por Vittorio De Sica a fines de los años ‘60. Un año antes y sin mucho bombo ni platillos se había conocido Bienvenidos a Collinwood, que no es otra cosa que una muy modesta versión de aquella cima del género llamada Los desconocidos de siempre. Segunda remake del clásico de Monicelli, si se tiene en cuenta que Louis Malle había encarado otra –bastante desabrida– en los ‘80. Dirigida por una nueva pareja de hermanos cinematográficos (que se suman a los Coen, Wachowski, Quay, y otros), Bienvenidos... viene a ser algo así como una versión rotosa de La gran estafa, otra comedia de ladrones producida por la dupla George Clooney & Steven Soderbergh.
Basta comparar el bullicioso, desordenado Trastevere romano con el barrio de Collinwood, en Cleveland, al equipo Monicelli-Suso Cecchi d’Amico-Age & Scarpelli con los hermanos Russo, a los ultracoloridos personajes de Gassman, Mastroianni y Totó con los que forman la banda de Collinwood (y a aquellos supercapos de la commedia all’italiana con estos infraexplotados secundarios de Hollywood) para tener un panorama de los límites de Bienvenidos a Collinwood. Aunque la película se desentienda de mayores precisiones, no más ver los apellidos de los personajes para dar por sentado que Collinwood debe ser un barrio poblado por hijos de polacos. Hasta el punto que ese notable secundario que es Luis Guzmán lleva también un apellido lleno de consonantes.
Quien haya visto Los desconocidos de siempre ya sabe que todo saldrá mal, y el que no, no tiene más que ver lo que son estos tipos para imaginarlo. Si la película de Monicelli era toda una fiesta de sabor local, ésta tiende a cierta palidez atonal en la que algunos buenos chistes esparcidos (uno buenísimo, referido a cierta puteada que Guzmán repite hasta el cansancio) no disimulan la condición parasitaria de un conjunto en el que color, gracia, inspiración y timing son como fotocopias de un original borroneado.