ESPECTáCULOS › LOS PROGRAMAS DE CONCURSOS, UNA ALTERNATIVA AL CORRALITO

Para ver unos mangos, todo vale

Lejos de la erudición necesaria en otros tiempos y con premios menores, “Pasapalabra”, “3 X 3”, “El legado” y “Georgina de noche” ofrecen un sueño más módico, pero igualmente atractivo. Algunos hacen todo por ganar.

 Por Julián Gorodischer

“Yo quiero que ganen, que alguien reviente el pozo...”, dice Claribel Medina, entre gritos y risas, marca visible de su alegría centroamericana. La misma consiste en mirar siempre hacia adelante y sonreírle a la crisis. Para entusiasmar a las amas de casa y los desocupados que concurren a “Pasapalabra” (Azul, lunes a viernes a las 20.15), ella menciona muchas veces el pozo acumulado de 6000 pesos, cifra devaluada pero segura en tiempos de corralito. Alentados por la debacle argentina, los programas de preguntas y respuestas apuestan a unas pocas consignas rendidoras: preguntas fáciles, altísima expectativa sobre el destino de montos bajos, la ilusión de un gran batacazo, allí mismo en la tele, aunque sólo se trate de 6000 pesos.
Aunque la cifra es discreta, algo es algo, y los participantes de “Pasapalabra” responden ansiosos al llamado: en el estudio se dejan llevar por las preguntas, que no reclaman el saber sofisticado de un especialista. Eran otros tiempos cuando todavía existía el deseo de cultivar un hobbie o ejercitar un don enciclopédico, y “Tiempo de siembra”, “Audacia” y el más reciente “¿Quién quiere ser millonario?” ofrecían sumas astronómicas a sabelotodos, a cambio de mucho conocimiento sobre uno o varios temas. Proponían periplos largos para demostrar que el dinero era ganado en buena ley, y un maletín repleto de billetes liberados coronaba la odisea. El pozo tentador de cien mil fue reemplazado por uno módico de no más de cuatro cifras. Y a la enciclopedia la sustituyó el diccionario, de acceso fácil, un saber casero y preescolar: la definición de una palabra o el viejo juego del Ahorcado.
Entonces, “Pasapalabra” propone una letra del abecedario y hay que acertar el significado que lee Claribel, extraído del Larousse, y si todo va bien podrá pasarse a la siguiente letra. Así hasta que uno y otro respondan, un repechaje en el menor tiempo y a la mayor velocidad, que se justifica no en el interés por la respuesta (¿a quién le importa?) sino en el premio que espera y, lo que es mejor, en esa esperanza que se renueva cada vez que la conductora apura otra definición: cualquiera puede...
“El legado” –con Jorge Guinzburg, martes a las 22 y domingos a las 21 por Telefé– y “3 X 3” .-con Héctor Larrea, jueves a las 22 por América– trabajan, también, sobre ese baúl de contenidos, el capital de cultura general. Un archivo de acceso irrestricto, básico, democrático y popular que no le niega a nadie la posibilidad de soñar con la suma que nunca debería ser muy alta (En “El legado”, el máximo es de doce mil pesos) para no sentirla lejos, ni requerir un desempeño esforzado para no desistir antes de tiempo. “El legado” vuelve sobre el diccionario, un fetiche del concurso de preguntas y respuestas modelo 2002 y, a lo sumo, visita el manual escolar para solicitar un dato de geografía o historia nacional.
Se sabe: la clave está en que parezca posible y, según comentaba Guinzburg antes del lanzamiento, en que “cualquiera desde su casa sienta que puede concursar”. Mientras van sumando puntos que representan dinero, los participantes disfrutan de la acumulación que provee la tele, y el conductor ayuda enunciando múltiples alusiones a lo económico. Dice: “Juntaste tus lindos manguitos”, o “Cuidá esa plata”, o el remate final, cuando se revela el grado de ambición de ese hombre común: “¿Te quedás con lo tuyo o vas por todo?”.
Tal vez la crisis, o tal vez la audiencia considerable que acompaña a este último bastión donde es posible hacer algo de plata hayan motivado el regreso a la tele de Héctor Larrea. Nadie como él para encarnar el concurso familiero, plagado de chistes ingenuos e interrogantes de resolución rapidísima. Los equipos se disputan respuestas de cultura general, otra vez, y se reinicia el derrotero en torno a incógnitas que podrían revelarse tras una ligera lectura de los diarios. Larrea pregunta, ameno, y la gente contesta, nerviosa: la plata, la que sea, viene bien yya no es el broche final para una aparición en la TV, sino el desvelo de miles. ¿Cómo ganarla de otro modo?
Esa desesperación por ganar cristaliza con mayor claridad en “Georgina de noche”. Georgina Barbarrosa conduce un segmento titulado “La gorda del verano”, en el cual las amas de casa concursan por un fajo, un auto o un viaje. Las gordas entienden el ridículo como la prueba superada que les traerá bienestar, y desconocen aquello de que hay un lugar de donde no se vuelve. Se presentan en bata, se desnudan detrás de un biombo o bailan “sexies” .-al decir de Georgina– para ganarse el favor del jurado, actores desocupados o con poco trabajo devenidos en tribunal con toga.
Las gordas coquetean con los patovicas que hacen de bailarines, y clasifican, después, animales “con antena y sin antena” para ser mejores, y aceptan los epítetos que les dirige la conductora. “Gladys, te viniste desatada”, dice Georgina, y el ama de casa se imagina cuereada por el barrio entero, pero nada importa más que el fajo. Gladys sabe desde chica que la tele no regala: vende o hace canjes. Por eso acepta, gustosa, la cuota que le tocó: entregar el show personal de la gorda atrevida y papelonera que, con suerte, se irá “millonaria”. Un auto, un viaje, apenas mil pesos, por qué no, merecen el sacrificio.

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