ESPECTáCULOS › LA BANDA DE BODAS Y FUNERALES Y DOS FECHAS A LLENO EN EL LUNA PARK

La gran milonga balcánica de Goran

En la segunda visita de Bregovic, un músico de culto a partir de su trabajo con el cineasta Emir Kusturica, quedó claro que, si de celebraciones se trata, Sarajevo y Buenos Aires pueden estar muy cerca. El Luna terminó ganado por un baile general.

 Por Pablo Plotkin

La música de Goran Bregovic, al igual que el hardcore, el dance o el chamamé, es decididamente física. Por eso las condiciones de receptividad son fundamentales: esa “inteligencia kinestética” (en términos de Simon Reynolds) que se le atribuye a la música bailable sofisticada tiene que tener una respuesta activa. Si la orquesta se despeña a través de un acantilado de ritmo frenético, el público deberá acusar el impacto psicomotor, siempre y cuando la cosa funcione. Y en el caso de la Banda de Bodas y Funerales, pueden apostarlo, la cosa funciona. Al público porteño le llevó una hora romper el hielo interno y convertir la solemne pasividad de un Luna Park engalanado en algo parecido a una carpa gitana con cortinas de gabardina, sonido hi–fi y entradas de hasta setenta pesos. Cuando la orquesta ejecutó “Sex” y todos se olvidaron de las ubicaciones privilegiadas y el silencio del “oyente respetuoso”, el espectáculo dejó de ser una función de lujo para transformarse en una cosa mucho más interesante: una danza colectiva fundada en costumbres extrañas (extranjeras) y complicidades periféricas. Sarajevo y Buenos Aires, en definitva, no están tan lejos.
La conexión Bregovic–Buenos Aires puede definirse como un fenómeno, en tanto que se desarrolló completamente al margen del sistema de difusión tradicional. Su música no tiene presencia alguna en los medios electrónicos (ni rotación radial ni televisiva), la mayor parte de sus discos no está editada en el país y, con todo, el tipo es capaz de llenar dos veces el Luna Park. Desde el éxito de Underground, la película de Emir Kusturica para la que Goran compuso banda de sonido (al igual que para Tiempo de Gitanos y Sueños en Arizona), Bregovic creció como producto de culto y salvavidas del DJ aficionado al momento en que las papas queman (o más bien cuando se enfrían). Es obvio que el poder catártico de “Caje Sukarije”, coreado masivamente las dos últimas noches, es objeto de conmoción y celebración en varias fiestas porteñas minoritarias y reuniones de amigos regadas de alcohol y música de aquí y allá. “Me gusta cantar esta canción tradicional mientras bebo”, dijo Goran, de traje blanco radiante y bucles renacentistas, sorbiendo de un vaso de whisky (no subestimar el protagonismo del alcohol como combustible compositivo y receptor del folklore de Europa del Este). “Rasle Tikve”, entonces, fue el comienzo del fin de un show que confrontó armonía y vértigo, y que cobró una altura inusitada hacia la explosión definitiva de la marcial “Kalasnikov”.
Así, lo que comenzó como una demostración de virtuosismo terminó siendo una milonga balcánica. Las señoras abonadas al Teatro Colón que al principio pedían silencio se rindieron a la tendencia y batieron palmas al compás del bombo de Ognjan Radivojevic, un urso rapado y tatuado que impone el ritmo, toca el acordeón y canta con una voz profunda e imprevisiblemente dulce. ¿Qué es boda y qué es funeral en un concierto de la Banda de Bodas y Funerales? Imposible escindir felicidad y dolor, alegría y melancolía, porque siempre son emociones mezcladas, nunca enestado puro. “Mjesecina (Moonlight)” es una marcha celebratoria pero, quién sabe, es tan de altar como de trinchera. La sonrisa de Goran es casi indeleble, pero sus canciones no siempre hablan de un mundo feliz. Hablan los instrumentos. Sobre todo porque, lingüísticamente, las voces no dicen nada, al menos para un argentino. Entonces cumplen la mejor función que pueden cumplir en una música tan física: ser sólo melodía y ruido. Música, no discurso. Ni siquiera relato.
Y ahí es donde brillan las vocalistas búlgaras, que merecerían un concierto aparte. ¿Gitanas? ¿Odaliscas? ¿Sirenas? Aquí sólo se dirá que cuando Vaska Jankovska canta “Aven Ivenda”, del reciente Tales and songs from weddings and funerals, es uno de esos momentos en que la música se acerca todo lo posible a una forma de redención. Bregovic, en tanto, es la voz más rockera de la orquesta, pese a que la apariencia de Ognjan sugeriría lo contrario. De pasado hippie, rockero y filosófico, Goran conduce a la banda de un modo sutil pero definitivo, blandiendo un índice escuálido y sonriendo ante cada inflexión, gobernando las tempestades pulmonares de los gitanos munidos de tubas, trompetas y trombones. Cuando Bregovic susurra “In the death car”, un spoken blues anómalo en inglés, la posibilidad de entender la letra confirma la sospecha: la experiencia de la Banda de Bodas y Funerales es ciento por ciento musical. Las palabras no dicen. Suenan.

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Goran Bregovic y su banda empezaron derrochando virtuosismo y terminaron encendiendo a la gente.
 
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