ESPECTáCULOS
Los diez años de Caracachumba, en una fiesta inolvidable para todos
El grupo entrega otro espectáculo de alto nivel, que conjuga un acabado dominio de lo musical con buenas actuaciones y títeres.
Por Silvina Friera
El cosmos del grupo Caracachumba derrama ritmos rioplatenses, tangos, milongas y chacareras, con la intención de hilvanar esa constelación de sonidos: indagar en sus honduras y repliegues caóticos, en sus prolongaciones imprevisibles y sus limitaciones aparentes. La frescura con la que ponen en órbita ese universo poblado de tambores, guitarras, pianos, quenas y bajos, entre otros instrumentos, no es producto de la azarosa improvisación. Aunque este puñado de músicos, inquietos y arriesgados, simulen la espontaneidad, cada canción está esculpida, arreglada y recreada hasta en esos detalles que muchos podrían considerar inocuos para el oído de sus oyentes. El trabajo de relojería, sin embargo, no se detiene en el virtuosismo de la composición e interpretación de las melodías, de las que dan pruebas sobradas de un profesionalismo y una calidad poco frecuentes para el vapuleado género infantil. A partir del lenguaje musical, el grupo integra una concepción de puesta en escena que incluye la teatralización de los temas, la manipulación de títeres y un diseño coreográfico que nunca funcionan como meros adornos dispersos y sin sentido, sino que se conjugan y equilibran para dar como resultado una unidad y coherencia estética de rigurosa factura.
Si Gardel presagió que “veinte años no es nada”, para el grupo conformado por Florencia Steinhardt, Juan Casasbellas, Marina Sauber, Fernando Gedacht e Itatí Figueroa, que celebra sus primeros diez años en Caracachumba está de diez, lo cronológico es una excusa para festejar, recordar y recuperar las primeras canciones y clásicos que fueron forjando un estilo Caracachumba, a través de tres CD (Se me lengua la traba, Chumban los parches y Me río de la plata). La fiesta huye de los lugares comunes de la exaltación descontrolada. De esta manera el clima sugerido, teñido por la nostalgia, se asimila al de una retrospectiva cómplice con la platea, no exenta de sorpresas, juegos y situaciones disparatadas. Los invitados se desprenden de la timidez inicial y empiezan a intervenir en “Chacarera de los pájaros”, zapateando con vigor desde las butacas y batiendo las palmas como si estuvieran en una peña.
Con asombro, los niños observan la aparición del primer títere, manipulado con solidez por Itatí Figueroa: una exuberante vecina que desaparece del balcón cuando uno de los músicos intenta cantarle una desopilante serenata en clave blusera y flamenca. En el tercer intento, el fallido no se produce por el ritmo o la liviandad de la letra: la vecina tiene marido, un guapo bravísimo, dispuesto a defenderla del atribulado músico. El epílogo de la saga de la serenata concluye con un tango bailado entre el títere –la vecina– y su manipuladora, con una asombrosa coreografía de Silvia Vladimivsky. Así, los climas se desplazan sutilmente de la peña a la milonga, del campo a la ciudad.
En el mundo Caracachumba, nadie puede ser indiferente a “Quién golpea”, porque como dice la letra: “el candombe nos invita a candombear”. Laparticipación no se impone, los anfitriones dejan a sus invitados en libertad de acción para que decidan cómo y cuándo hacerlo. Algunos golpean con las palmas la butaca, otros acompañan el ritmo con los pies y los más atrevidos se paran y balancean caderas y sacuden los hombros. Lo mismo sucede con “El abuelito”, alegato del niño que pide un tamboril. En la botica de las evocaciones no podía faltar el tango “Angelito y diablo”, que sintetiza el engranaje que el grupo pone en funcionamiento, con una jugada interpretación. Un malevo, por cierto goloso y presumido, tentado con una torta de crema y frutillas, se encuentra frente a un curioso dilema. El diablo lo incita a devorarse la torta, mientras que el ángel mina su pensamiento con un arsenal de argumentos que le generan dudas sobre la acción que está por emprender. Así, tironeado por esa dupla de títeres, el personaje se distrae, lo madrugan y se queda sin la torta. El clímax llega de la mano de Roque, un muñeco con historia, que a fuerza de empeño con el platillo y el saxo, saca lustre de eximio músico, entrenado parar tocar todo lo que pongan a su disposición.
Los juegos musicales y actorales que la puesta subraya con mucho humor, como en “Teresa, Chiche y Copete” (un precipitado trabalenguas que de tanto repetirlo intercambian las partes, generando una confusión antológica), son hallazgos que el grupo cultiva como plataforma de lanzamiento hacia otros lenguajes. En la platea, un puñado de “caracachumbas” de todas las edades que disfrutaron de la celebración arengan: “Una más y no jodemos más”. En diez años de historia, Caracachumba supo conquistar un club de seguidores fieles y curiosos que saben que nunca se sentirán subestimados con canciones chatarra, pegadizas y pasajeras. Las canciones del grupo no se difunden en la televisión porque la delicadeza, la pausa silenciosa y el clima introspectivo, la habilidad técnica y la sensibilidad, parece, no generan rating. Sin embargo, sus temas son patrimonio infantil de dos generaciones. La historia continuará.