ESPECTáCULOS › EXPOSICION DE FOTOGRAFIAS Y AFICHES EN EL MUSEO DEL CINE
La eterna costumbre de hacer reír
La muestra “Cómicos”, coordinada por el investigador Andrés Insaurralde, rescata imágenes de intérpretes de todas las épocas, que dejaron una marca en la cinematografía argentina.
Por Mariano Blejman
”Cuando un actor fallece no muere, simplemente se va de gira”, dice Osvaldo Miranda. Y cuando un actor cómico se muere, podría agregarse, su gira permanece en el recuerdo de eternas sonrisas entre aquellos que lo mantienen presente. Un cómico puede ser un actor, está claro, pero también –según el diccionario– un “intérprete que hace reír”. Por la definición podrían estar incluidos Olinda Bozán, Pepe Arias, Niní Marshall, Francisco Alvarez, Pepe Iglesias, Pepe Biondi, Alberto Olmedo, Gaby, Fofó y Miliki, Carlitos Balá, Luis Sandrini, Pimienta y Pimentón o aquella elefanta del circo Tihany. Pero, ¿aquellos históricos personajes comparten la misma raíz que Antonio Gasalla, Alberto Olmedo, Jorge “el Gordo” Porcel, Guillermo Francella, Enrique Pinti o incluso el propio Ricardo Darín? Esa es una de las preguntas que se hizo el investigador Andrés Insaurralde, que con el Museo del Cine (Defensa 1220) realiza la muestra de fotografías y afiches Cómicos.
El cine masificó un fenómeno que hasta entonces sólo se verificaba en vivo y en directo. Los cómicos aparecieron en el teatro y en el circo; luego llevaron su arte al cine y más tarde a la televisión. Según Insaurralde, los primeros vestigios de humor filmado parecen estar en el cotizado payaso del circo Podestá-Scotti, llamado Pepino el 88, y su ayudante el negro Agapito, alrededor de 1901. También hubo cómicos improvisados en Escenas callejeras de Eugenio Cardini de 1901 y en los ficcionales de Mario Gallo, comenzados en 1909. Aunque Eugenio Py en 1907 aludió a las costumbres nacionales en Los políticos y Abajo la careta donde otra vez Pepino el 88, el negro Agapito y Celestino Petray aparecieron en escena. Panete conscripto (1910) y Las peripecias amorosas de Parravicini en Mar del Plata (1911) tuvieron a Florencio Parravicini como un gran divo cómico. Durante la Primera Guerra Mundial se produjo el gran éxito de Nobleza gaucha. Mientras el mundo se regodeaba con los actuales clásicos de Charles Chaplin aquí, en la Argentina, el cómico teatral Guido Appiani realizaba Carlitos en Buenos Aires (1916), Carlitos en Mar del Plata (1916), y Carlitos y Tripín del Uruguay a la Argentina (1917), donde Antonio Cunill Cabanellas y Carlos Torres Ríos se lucieron imitando a Charlot. Roberto Casaux trabajó en El movimiento continuo (1916), mientras que el mismísimo Carlos Gardel provocó risas con su obesidad en Flor de durazno (1917). Quirino Cristiani satirizó al entonces presidente Hipólito Yrigoyen en El apóstol, considerado por muchos como el primer largometraje de dibujos animados del cine mundial.
La década del 20 fue, según Insaurralde, “una época que se tomó el pelo a sí misma”. La borrachera del tango (1928), de Edmo Cominetti, fue uno de los que lo hizo. Pero fue Arturo Lanteri quien trasladó al cine en tres oportunidades a su personaje de historieta Pancho Talero (Pepito Petray) con Las aventuras de Pancho Talero (1929), Pancho Talero en la prehistoria (1930) y Pancho Talero en Hollywood (1931), dondeparodiaba a Douglas Fairbanks.
Dentro del mundo del humor, “el circo ha sido un espacio recurrente”, cuenta Insaurralde. En el cine local, en 1937, Manuel Romero realizó La muchacha del circo. El escenógrafo Gori Muñoz apareció como un forzudo de circo en Casi un sueño en 1943. En 1944 Evita Duarte y Libertad Lamarque hicieron La cabalgata del circo de Mario Soffici, donde también actuaba Hugo del Carril. En 1970, Luis Sandrini, quien alguna vez fue parte de un circo, integró la pareja con José Marrone en Pimienta y Pimentón, de Carlos Rinaldi. Después de pasar por la tele, los españoles Gaby, Fofó y Miliki debutaron en Había una vez un circo (1972), acompañados por Andrea Del Boca y dirigidos por Enrique Carreras. En tiempos más modernos, María Luisa Bemberg ambientó De eso no se habla (1993), mientras que Juan Bautista Stagnaro hizo lo mismo en su versión de Amateur (1999), de Mauricio Dayub. De aquella gira interminable vuelven, ahora, los cómicos, para juntarse con los “nuevos”, esos que estiran los labios ajenos hacia ambos costados de la cara.