ESPECTáCULOS › “EL POLAQUITO”, NUEVO FILM DE JUAN CARLOS DESANZO
Miseria demasiado explícita
Por H. B.
“Primero hay que saber sufrir, después partir y luego andar sin pensamiento...” desafina, en un vagón de la línea Roca, un chico de la calle a quien –por su afición a cantar ese superclásico goyenechiano que es “Naranjo en flor”– todos conocen como “El polaquito”. No conforme con errar obstinadamente la línea melódica, el pibe sobreactúa innecesariamente su papel de cantor de tren, haciendo gestos y abriendo los brazos con desmesura, hasta el punto de resultar cargoso y molesto para el resto del pasaje. Su imitación no le rinde el menor honor al modelo, y otro tanto podría decirse de la película que lo contiene. En su voluntad de mimetizarse con las zonas más sórdidas de la realidad urbana, El polaquito no hace más que desafinar, por muy buenas intenciones que se hayan puesto en el asunto.
Elemental en lo dramático, feísta en lo visual y por debajo del standard en términos de realización, la nueva película del veterano Juan Carlos Desanzo (en cuya carrera, un film meritorio como Eva Perón va quedando cada vez más aislado) se basa en un caso real y transcurre casi íntegramente en Constitución, tanto en trenes como en la estación o los alrededores. Recordando a más de un protagonista de las películas de Leonardo Favio (bajo cuyas órdenes Desanzo se desempeñó como director de fotografía, en Juan Moreira), los ojos muy abiertos y la corta edad del Polaquito (Abel Ayala, verdadero chico de la calle) lo hacen aparecer como un cándido habitante de la marginalidad.
Lo poco que El Polaquito recauda con sus imitaciones debe rendírselo al capanga que lo administra, un tipo tan temible como patético a quien llaman El Rengo (un transpirado Roly Serrano). Sin la menor experiencia sexual, El Polaquito resultará flechado por La Pelu (Marina Glezer), joven prostituta que también trabaja para El Rengo. Entre El Polaquito y La Pelu surgirá lo que en este contexto podría llamarse una historia de amor. Más precisamente, un triángulo amoroso y sexual cuyo tercer vértice lo constituye El Vieja, que a diferencia de su amigo se mueve como pez en el agua en el duro ambiente de la calle (Fernando Roa). Cuando El Polaquito quiera plantarse frente al Rengo, éste hará sentir su poder, que incluye alianzas con la policía de la zona y terminará en un martirologio en el que se evoca, sin más, al mismísimo Jesucristo en la cruz.
De esa clase de metáforas no precisamente sutiles está hecha El polaquito, una de esas películas en las que todo se muestra, se dice y se ilustra. Así como cada aparición amenazante del Rengo se ve amplificada por una guitarra eléctrica que aúlla a todo volumen, si hay una violación se verá al violado con la cola al aire. Y si alguien se hace pis de miedo, después de oírse el “pssss” la cámara irá en busca del charquito. En medio de este panorama resulta loable el esfuerzo de los actores, aunque el chico Ayala alterna soltura con alguna que otra hesitación. A su lado, eltambién debutante Fernando Roa maneja con gran fluidez la jerga rea, mientras Marina Glezer (ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Montreal) aporta convicción y ductilidad a una Pelu tan castigada por la vida como por la película misma.