ESPECTáCULOS
“Vivo en Francia, pero el paisaje del Litoral sigue intacto dentro de mí”
El músico Raúl Barboza, quien vino para mostrar un CD y un film sobre su vida, cuenta
cómo es vivir afuera y soñar con su tierra.
Por Karina Micheletto
“Yo no sé qué pasa con el chamamé en paisajes tan distintos como Francia o Japón. Pero he visto gente que llegaba llorando a decirme cuánto le gustaba mi música. Me mandan cartas, me escriben poemas como si fuera una mina. Hubo quien me llevó una rosa al escenario porque su mujer, que acababa de morir, se lo pidió expresamente. ¿Por qué pasa eso? No lo sé. Digamos que, por suerte, la música tiene sus misterios.” La sonrisa que Raúl Barboza no pierde en ningún momento contagia una paz que parece venir de otro lugar. Una calma que desentona con los bocinazos que se cuelan en el departamento de Once en el que para en cada visita a la Argentina, y que este año finalmente compró con su esposa Olga. Hace quince años que el acordeonista vive en París y en la charla a veces se le mezcla el je por yo, suaviza las erres o traduce mentalmente algunas palabras. “Pero el paisaje del litoral sigue dentro de mí, intacto. No hay un solo día que no piense en el canto y el vuelo de los pájaros, en los sonidos del río, en los colores de la selva”, explica Barboza más adelante, y sigue sonriendo. Eso es lo que se escucha cuando toma su acordeón.
Esta visita a la Argentina tiene varios motivos. Uno es la presentación del flamante cd Cherógape (“En mi casa” en guaraní), que presentará mañana en el teatro ND Ateneo. Pero además, el próximo viernes se estrena en el Malba un largometraje documental que lo tiene como protagonista: Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar, dirigido por Silvia Di Florio. Como un extenso reportaje filmado, la película lo muestra cumpliendo con el ritual del mate en su casa de París, y lo sigue hasta Buenos Aires, Misiones, Chaco, Entre Ríos y Santa Fe, siempre acordeón en mano.
–¿Cómo influyó en su música la radicación en Francia?
–Creo que la enriqueció. Aprendí que nuestra música tiene relación con las de otros pueblos muy distantes. Hay música india que se parece mucho al chamamé, porque tiene la herencia de la colonización portuguesa. Andando por Africa del Norte encontré que las chacareras tienen una similitud de síncopas con la música árabe. Ese aprendizaje me enriqueció.
A Barboza le gusta repetir que “a la edad en la que muchos se jubilan, yo estaba empezando de cero”. Llegó a Francia por descarte, con una visa que se vencía a los dos meses y la plata justa para sobrevivir ese tiempo. Un día se colgó el acordeón dispuesto a ir a tocar al subte, pero cuando llegó a la estación se avergonzó. “No me dio vergüenza por lo que iba a hacer, sino porque no sabía cómo hacerlo, no sabía si alguien iba a venir a echarme. Pero cuando volví encontré en casa una enorme sorpresa, me llegó lo que estaba necesitando, sin pedirlo. Apareció un ofrecimiento para un concierto en el Trattoirs de Buenos Aires. Y después apareció una carta de Piazzolla. Y de repente Piazzolla, que tenía fama de ser un hombre poco generoso, me tendió una mano enorme, porque le gustaba mi música. Era un hombre que amaba toda la música, y los quería mucho a Tránsito Cocomarola y a Ernesto Montiel. Nos vimos sólo tres veces. Cada vez que me veía me abrazaba muy fuerte, me miraba con una gran ternura”.
Grabado en vivo en 2001, Cherógape incluye temas junto a León Gieco, Chango Spasiuk, Lito Vitale, Alfredo Remus y Amadeo Monges, un homenaje a Tarragó Ros padre y otro a su propio padre. “Mi papá hizo muchas cosas. A la mañana era empleado municipal, a la tarde solía hacer changas, a la noche se vestía de bombacha y bota y era cantor y guitarrista. Trabajó en el puerto, era muy buen jinete de a caballo. Esas cosas a mí me han dejado un rumbo”, cuenta Barboza. “El y mi madre fueron los que me inculcaron el amor por el chamamé. Porque cuando yo tenía ocho años no me dejaban tocar chamamé porque era una música que no servía, era de guaraníes, de guarangos. Pero yo siempre supe que sí servía, gracias a ellos”.
–¿Cree que el chamamé sigue siendo “discriminado” en la Argentina?
–No lo sé. Pero aquí encuentro cada vez más chicos jóvenes que lo tocan, y muy bien. A veces siento que afuera tengo más libertad. Que hay cosas que son menos complicadas. Quizás porque siento que acá siempre están por poner algún pero. Aunque ahora ya no encuentro tantos peros como antes...
–¿Por qué su música ya fue aceptada afuera?
–Claro. Por ahí dicen: a éste le va bien allá, le dieron el Caballero de las Artes y de las Letras, el premio al mejor disco del año, debe tener algo. Pero al mismo tiempo hay gente como Alberto Felici, que hace un esfuerzo enorme por traernos, porque valora lo que hacemos, más allá de los premios. Hay cosas por las que yo no me preocupo. Muchas veces me han tentado con dinero, para hacer lo que yo no quería hacer con la música. Siempre rechacé esos ofrecimientos, y estoy muy feliz de haberlo hecho.
–¿Qué tipo de ofrecimientos eran?
–Tocar chamamé que según mi punto de vista era una falta de respeto a la música, para poder mantener al Raúl Barboza que no vendía. Pero como yo considero que la música es sagrada, nunca la quise mercachiflear. Por eso durante muchos años fui chofer de taxi, por ejemplo, porque vivía con eso, pero cuando tenía el acordeón encima estaba como en misa. Y si lo pude hacer es porque siempre estuve al lado de Olga, mi mujer, que en los momentos en los que había que ajustarse el cinturón, lo ajustó con una sonrisa. Estamos juntos. La vida sigue siendo generosa conmigo.