ESPECTáCULOS
“Los escombros están ahí, pero la justicia no llega”
El director y docente Jorge Hacker explica por qué en su puesta de “La postergación” enlaza de manera alegórica el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955 y el atentado a la AMIA de 1994.
Por Hilda Cabrera
Es una de las relevantes personalidades de Latinoamérica que figuran en Weit aus Wien (“Lejos de Viena”), un voluminoso libro editado a nivel institucional por Austria con las biografías de los austríacos que debieron exiliarse escapando de la persecución y buscando la libertad ante la irrupción del nazismo. Se trata del director, régisseur y docente Jorge Hacker, cuyos padres lo trajeron de muy niño a la Argentina. Aquí desempeñó diferentes tareas, realizando trabajos de contaduría y traducciones, incluso simultáneas y en congresos. Se inició como actor en 1955 y trabajó en teatro y cine, pero se identifica como director y puestista. Sobrelleva una larga historia de exilios y pérdidas. Una parte de su familia fue víctima de la Shoah y otra se desparramó por el mundo. Sus hijos mayores viven hoy fuera de la Argentina, pero por asuntos de trabajo. A Hacker no lo corrió la crisis económica: no piensa en irse, salvo que sea por períodos muy breves y asuntos concretos. “Es muy difícil emigrar dos veces”, dice.
“La adaptación cultural a la tierra que uno eligió para vivir no es algo que se reproduzca con facilidad”, sostiene este artista que realizó más de ochenta puestas, recibió premios (entre otros el Molière por su dirección de La cocina, de Arnold Wesker), actuó en películas destacadas como Tiempo de revancha, Camila, La Rosales y El sueño de los héroes; y continúa ejerciendo la docencia en universidades nacionales y del extranjero. Admira a Peter Brook, entre otras cosas por el hecho de poder volcar en escena las experiencias adquiridas en India, Irán y en diferentes países africanos. Claro que eso es difícil de lograr viviendo en Argentina, aun cuando –observa– la actividad teatral permite “tocar otras culturas”. Esto lo ha comprobado en sus viajes por el país, creando talleres en las universidades nacionales, donde pudo enlazar texto e imagen. Esta práctica está presente en La postergación, pieza de 1998 de Héctor Levy Daniel (autor de La noche del impostor y Los insensatos, entre otras) que dirige actualmente en El Camarín de las Musas (viernes a las 21), de Mario Bravo 960. Participan de esta propuesta los actores Fernando Martín, Marcela Bea y Javier Iriberri y, en otros rubros, Carlos Di Pasquo (escenógrafo), Fabricio Ballarati (iluminación), Cecilia Candia (música), Ana Foutel (piano) y Renée Najman (asistente de dirección).
Dos hechos inspiraron la obra: el bombardeo de 1955 a la gente reunida en Plaza de Mayo y el atentado a la AMIA de 1994. “Estos asesinatos en masa llevan la marca de la impunidad. En los dos casos se hizo todo lo posible para trabar las investigaciones –señala Hacker–. No olvidemos que en el bombardeo de 1955 murieron 300 personas, cuyos familiares nunca tuvieron voz”. De todas formas, aclara que en La postergación el intento no es explicitar estas masacres sino establecer un paralelo y descubrir las huellas que dejaron en los familiares de las víctimas. Por eso su puesta se aleja del realismo. Lo que está presente en la obra es la impotencia y el dolor de dos personas. Aquí, un hombre que perdió a su esposa en aquel bombardeo del ‘55 y una mujer que perdió al marido en el atentado a la AMIA.
–¿Cómo relaciona estos hechos?
–Quienes como yo fuimos testigos de los dos, los consideramos diferentes, porque pertenecen a épocas distintas y fueron ejecutados de acuerdo con esas épocas, pero nos resultan similares por sus consecuencias. Los dos instalaron la impunidad y nos despojaron de toda esperanza de que esos crímenes fueran totalmente aclarados. ¿Cuántos años más tendrán que transcurrir para que obtengamos alguna certeza?
–¿Cree que el encubrimiento ha sido reforzado en la Argentina?
–En mi opinión, está en toda nuestra vida política. En La postergación vemos cuánto daño produce en personajes de edades muy diferentes, a losque los separan años de falseamientos y crímenes. ¿Acaso la dictadura militar no dejó miles de desaparecidos? Pero en la obra no se habla de aquellos desastres puntuales, sino de los genocidios personales que padecen un hombre y una mujer que nunca fueron compensados. Los escombros están ahí, pero ellos no obtuvieron justicia.
–¿Qué clase de escombros son éstos?
–Son roturas mentales. Por eso mi puesta es alegórica. La forma en que se desplazan los personajes es suficiente. Este es un teatro pobre, aunque no haya sido la limitación económica la que me inspiró esta escenografía que, como idea, compartimos con el escenógrafo Carlos Di Pasquo. Mi teatro es de imágenes y me ha favorecido trabajar con los mejores escenógrafos. Ellos son imprescindibles para este tipo de teatro, que traté de desarrollar también en mi actividad docente: entre 1979 y 1984 estuve en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, y eso me preservó un poco en los años de plomo. Enseñando también se aprende, como sigo aprendiendo en la Universidad del Cine que dirige Manuel Antín, donde doy clases de actuación. Soy profesor de dirección en uno de los departamentos de arte de la Universidad de Nueva York, y allí puse La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con una traducción mía al inglés.
–Otra tarea que conserva...
–Durante mucho tiempo me gané la vida como traductor. Traduje obras del inglés, del alemán y el francés, y escritos de teatro, obras y poemas y canciones de Bertolt Brecht, a quien se le atribuye equivocadamente (e introduciéndole algunos cambios) un texto que en realidad pertenece al reverendo alemán Martin Niemöller, que se rebeló contra el régimen nazi, y por eso fue perseguido. En una clase, respondió a un alumno que le había preguntado cómo había sido posible eso en Alemania: “Primero vinieron por los comunistas, pero como yo no era comunista no alcé la voz. Luego vinieron por los socialistas y los sindicalistas, pero como yo no era ninguna de las dos cosas, tampoco alcé la voz. Después vinieron por los judíos, y como yo no soy judío, tampoco alcé la voz. Y cuando vinieron por mí, ya no quedaba nadie que alzara la voz para defenderme.” La confusión sobre la autoría continúa. Quizá porque la estructura es muy brechtiana, pero también porque hubo figuras del espectáculo a las que les resultó “cómodo” adosar al texto (modificado) el nombre de Brecht.