ESPECTáCULOS › GUSTAVO GARZON Y SU DEBUT COMO DIRECTOR TEATRAL

“Yo hago pequeños intentos”

El actor de cine, teatro y TV acaba de estrenar “Sexo, mentiras y dinero”, basado en un texto de Dalmiro Sáenz. Pero también está terminando un guión cinematográfico y se prepara para filmar a las órdenes de Aristarain.

 Por Hilda Cabrera

“Trabajar en televisión nos hace creer que somos ricos, que podemos comprar un nuevo auto, una nueva casa, una lancha... Pero eso se corta y uno pierde. Más vale tener un tren de vida modesto y no creérsela. Si el objetivo es acumular dinero hay que olvidarse de lo artístico.” Así lo entiende el actor Gustavo Garzón, quien dice haber atravesado una breve etapa de compras compulsivas. Hace tiempo que “prefiere el bienestar interior” y cuidar al artista que lleva adentro, incursionando incluso en otras áreas del espectáculo. A su labor de actor de televisión, cine y teatro (donde se inició a los 17 años), sumó la de director teatral con Sexo, mentiras y dinero, un trabajo sobre el amor y ciertos absurdos que se viene ofreciendo los viernes y sábados a las 23, en el Teatro del Nudo, de Av. Corrientes 1551. Esta pieza es versión de un texto literario de Dalmiro Sáenz: “Hip, Hip, Ufa”. La traslación pertenece al mismo escritor y a Pablo Silva. Hubo una experiencia anterior en este rubro: fue hace siete años y en un musical para chicos. “Estas búsquedas me renuevan. Nunca antes produje cine, por ejemplo, pero ahora lo estoy intentando”, puntualiza en diálogo con Página/12. “Impulso un proyecto que tiene un guión muy ingenioso de Pablo Solarz. En este último tiempo aprendí a leer guiones. Son la base de una película o un programa, como el libro en el teatro.”
El actor (que participó de varios ciclos y produjo “Señoras y señores” y “Casa natal”) cuenta que le interesó la pieza de Sáenz-Silva por el tratamiento que hace de la mentira y del humor, capaz de disparar hacia “zonas inverosímiles”. Comparte esta rareza con los intérpretes Marina Vollmann, Marcelo Mazzarello, Nilda Raggi, Carlos Nieto y el destacado Martín Adjemián, actor desde los 14 años, cuando en Berisso integró el grupo que lideraron Lito Cruz, Víctor Manso y Federico Luppi. “Hice esta puesta con una gran humildad”, subraya Garzón, quien sigue en cartel con su monólogo humorístico en Cómico (en una de las salas del Paseo La Plaza) y acaba de finalizar la escritura de Horario central, comedia en la que actuará junto a un elenco aún incompleto que dirigirá Enrique Federman. Ha sido convocado, además, por el realizador Adolfo Aristarain para su película Roma, una coproducción con España protagonizada por José Sacristán, Juan Diego Botto y Susú Pecoraro.
–¿Cómo fue este debut en la dirección?
–Riesgoso, pero me ayudó mucho la práctica que tengo como docente. Hay actores que se ubican solos en su papel y otros a los que es necesario inducir para que lo hagan, y sin que sufran. Cuando trabajo con mis alumnos, me ocupo de que sea así. El peligro mayor es bloquearlos. El actor o la actriz son extremadamente sensibles, vulnerables ante cuestiones que a los que están fuera de esta profesión les pueden parecer intrascendentes.
–¿Pasó por situaciones de bloqueo?
–Hubo directores que me hicieron sufrir, pero no por las indicaciones que me daban, sino por el trato, porque a uno, con cariño, lo llevan a cualquier lado. El problema surge cuando un director manifiesta su malhumor sin pensar en el daño que le causa al otro. En esos momentos viene la parálisis. El bloqueo es nefasto, y peor si a uno lo lastiman psíquicamente. Yo tuve que sobreponerme a cosas muy difíciles. Quizás esos directores consiguen después buenos resultados, pero el padecimiento de los que se vieron obligados a seguir sus órdenes persiste como una marca. Algunos creen que el actor es un robot a su servicio.
–¿Qué opina de los guiones que se llevan hoy al cine y a la TV?
–Los guiones son una de las grandes fallas de nuestro cine y nuestra TV. No opino de los textos teatrales, porque no estoy al día. En la escritura de Horario central me orientó mucho Pablo Solarz (guionista de Historias mínimas, de Carlos Sorín). El fue mi maestro de guión, que es ante todo una sucesión de eventos y no de palabras. No soy de escribir sobre un tema puntual, me interesa desarrollar el humor, rastrear las emociones y hacer lo posible para que los intérpretes se luzcan. Horario central es una obra para cinco personajes, un poco loca, pero a mí me gusta deformar lo que aparenta ser normal.
–Esa es también una forma de escaparle al costumbrismo...
–Cuando uno quiere ser costumbrista, muy descriptivo de lo social, cae en una trampa. Lo fundamental es saber cómo contar cosas sencillas pero esenciales. Si uno quiere escribir acerca de lo femenino no tiene por qué partir de una mujer adulta, por ejemplo. Podría hacerlo desde una nena. Para escribir se necesita ingenio y poder sostenerlo dentro de una estructura, pero lo más difícil es ser genuino.
–¿Qué piensa, en ese aspecto, de los guiones sobre marginados o marginales?
–Esos guiones están escritos por gente de clase media y revelan la mirada y la subjetividad de esta clase. No se sabe qué pasa realmente en el interior de los marginales. Por eso hay tantos guiones de TV y películas que nos resultan totalmente falsos. La violencia que se genera en un chico de la calle no es la misma que puede aparecer en un chico que tiene casa y padres. Son mundos completamente ajenos. A mí no me gusta escribir ni hablar de lo que no conozco, pero sí deformar la realidad, porque no soy un documentalista. Tampoco me considero un escritor: lo mío es hacer pequeños intentos. Entre nuestros escritores, creo que Leopoldo Marechal entendió al pueblo de su época, y ahora, en cine, Pablo Trapero sabe cómo reflejar a los marginados. La película Historias mínimas, de Sorín, me parece extraordinaria, pero está centrada en otra cosa, muestra a otra gente, a seres ingenuos del interior del país, que son muy distintos de los que se amontonan en Buenos Aires.

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Garzón presenta su pieza, un trabajo sobre el amor y ciertos absurdos, en el Teatro del Nudo.
 
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