ESPECTáCULOS › EL CINEASTA RAUL PERRONE FRENTE A “LA MECHA”, SU PRIMER ESTRENO PROFESIONAL A GRAN ESCALA
“Es una ‘road-movie’, pero al ritmo de una persona mayor”
El realizador de “Graciadió” y “Peluca y Marisita” llega por fin, este jueves, a un lanzamiento en múltiples salas, con una película coproducida por el director de “Mundo grúa”, Pablo Trapero, y que viene de cosechar elogios en los festivales internacionales de Montreal y San Sebastián.
Por Horacio Bernades
Aunque desde los años 90 es el cineasta argentino más productivo, La mecha, noveno largometraje de Raúl Perrone que se estrena este jueves, será apenas la tercera de sus películas que llegue a una sala comercial, después de Graciadió (1997) y Peluca y Marisita (2001). El estreno de La mecha presenta dos características inéditas para este consuetudinario residente de Ituzaingó, que filmó todas sus películas en esa localidad del oeste bonaerense. Odisea mínima en la que un anciano busca el artículo del título para su viejo calentador a gas, La mecha es el primer opus de Perrone que no se estrenará en video, sino en el formato profesional de 35 mm. Además, el estreno tendrá lugar en cinco salas, una salida de considerable magnitud para quien se caracterizaba hasta ahora por ser un cineasta de público fiel, pero reducido.
Seguramente, la novedad tiene que ver con que La mecha llega a su estreno porteño con el antecedente de un exitoso recorrido por festivales (arrancó en el Festival de Buenos Aires y siguió en Montreal, San Sebastián y Bélgica) como por el hecho de que es esta la primera vez en la que el habitualmente solitario Perrone aparece apoyado por la estructura de una productora cinematográfica. Esa productora es Matanza Cine, uno de cuyos socios es Pablo Trapero, el reconocido realizador de Mundo grúa y El bonaerense. “Además de que él también es del oeste, Pablo es uno de esos realizadores de los que siempre me sentí próximo, por una cuestión de afinidades cinematográficas”, dice Perrone, todo vestido de negro y aposentado en las oficinas que Matanza Cine tiene en pleno Palermo Viejo. “Desde hace algún tiempo teníamos ganas de hacer algo juntos, y cuando él vio La mecha me ofreció asociarse con mi productora, Las Ganas que te Deseo. Mientras eso no me obligue a cambiar mis métodos de trabajo, me parece bárbaro tener detrás un apoyo, y estamos barajando la posibilidad de seguir trabajando juntos.”
Esos métodos consisten básicamente en filmar con equipos reducidos, en su propio territorio, con su gente y sólo los fines de semana, características que se cumplieron estrictamente con La mecha, grabada en video y ampliada más tarde a 35 mm, con resultados técnicos de los que su autor está sumamente orgulloso. “En el futuro seguiré trabajando en digital, eventualmente podría hacerlo en 16 mm. Pero filmar directamente en 35 mm, eso sí que no: no pienso llegar al barrio con un trailer, un generador y un equipo de treinta personas. Todo eso le quitaría espontaneidad al trabajo, y si pierdo eso, pierdo todo.” Protagonizada por su propio suegro, el octogenario Nicéforo Galván, La mecha es un exponente paradigmático de la clase de familiaridad que Perrone busca cuando filma. Don Galván había protagonizado ya la película anterior de Perrone, Late, corazón, que por el momento permanece inédita pero tal vez se conozca durante el año próximo.
–¿Cómo fue que eligió como protagonista a su suegro, un hombre de ochenta y pico de años y pasar sumamente humilde?
–Fue hace un par de años. Yo venía de recibir un golpe personal, que fue la venta del diario El Cronista –donde trabajé como ilustrador durante 15 años– a una sociedad española. De pronto me encontré con que había perdido mi trabajo. En lugar de preocuparme, decidí que para rajarle a la depresión lo mejor era ocuparme. Como tenía más tiempo empecé a visitar a mi suegro, a quien hasta entonces no veía muy seguido, y me pareció que en esa casa, en ese personaje, había algo que merecía ser filmado. Pedí una cámara prestada y empecé a llevarla cada vez que iba de visita.
–¿Cómo que pidió una cámara prestada? ¿Usted no tiene su propia cámara?
–Tenía, pero la había vendido poco tiempo atrás, porque llegó un punto que me pareció conveniente desprenderme de ella, por mi propia salud mental.
–¿Cómo es eso?
–Es que me había obsesionado tanto que no podía parar de filmar. Iba en colectivo con la cámara y filmaba. Invitaba gente a casa y dejaba la cámara encendida, sin decírselo a nadie, para registrar todo lo que pasaba. Era como un reality show personal, antes de que existieran los reality shows. Inventaba situaciones para filmarlas, con mis amigos como actores, sin que ellos lo supieran.
–Suena como una versión seria de las “joditas para Tinelli”...
–Pero ojo que yo también me involucraba, y cómo. El colmo fue el día que llamé a un amigo y me puse a hablarle sobre la muerte de mi padre, algo que en su momento fue muy traumático para mí. Ahí dije basta y vendí la cámara. Igual, todo lo que filmé lo monté, tengo ahí un montón de cortos que algún día mostraré.
–Sigamos con lo de su suegro.
–Empecé a filmarlo de a poco, a él y su familia, hasta que se acostumbraron a que todos los fines de semana llegara yo y me instalara en el living de la casa, que es muy modesta. Pasé a ser uno más, que andaba por ahí con la cámara, mientras ellos tomaban mate o jugaban al truco.
–¿Y qué fue lo que filmó?
–Mis suegros estaban por cumplir 50 años de casados, y me pareció que ese podía ser un buen tema para una película. Entonces les “adelanté” un par de meses la celebración, y eso terminó siendo Late, corazón, la primera de mis dos películas con Don Galván.
–Algo así como un documental ficcionalizado.
–Sí, siempre tratando de mantener esa espontaneidad que es propia de la realidad. Pero la espontaneidad hay que construirla, y para eso no hay nada mejor que crear ciertas situaciones sin que alguno de los actores lo sepa. Para poner un ejemplo, le dije a Don Galván que íbamos a filmar una escena en la que él invita a sus nietos al festejo. Pero a los nietos (que son mis hijos) les dije a su vez que tenían que rechazar la invitación. Mi suegro se quedó medio frío y reaccionó como hubiera reaccionado en la realidad.
–¿En La mecha volvió a aplicar las mismas técnicas?
–Sí, en este caso partí de una anécdota que me había contado don Nicéforo, de una vez en la que había intentado conseguir una mecha para su calentador y no pudo encontrarla, porque el aparato era muy viejo y ya no se conseguían repuestos. Me pareció que ahí había una buena historia, que de alguna manera hablaba del paso del tiempo, de lo difícil que se ponen las cosas a veces para los viejos, de lo ajeno que se les puede volver el país. Y le propuse reconstruir ese episodio. La película transcurre prácticamente en tiempo real, a partir de la mañana en que él encuentra que la mecha que tiene está gastada y entonces tiene que salir a buscarla. Es toda una odisea, porque para buscarla tiene que irse hasta Morón, para llegar hasta ahí necesita que un vecino lo lleve en su camioneta, después peregrina de acá para allá y no la encuentra ... Me propuse filmar una road movie que se moviera al ritmo de una persona mayor. Donde los encuentros que él va teniendo en el curso de esa búsqueda no se forzaran, sino que surgieran naturalmente de la situación.
–En cuanto a esa búsqueda de espontaneidad que tanto le interesa, ¿cómo se manejó?
–De nuevo, ocultando cierta información y cambiando ligeramente las cosas, para conseguir reacciones espontáneas. Don Galván va a una ferretería y la persona que lo atiende se hace pasar por el hijo del ferretero que lo atendía en realidad, pero él cree que es en verdad el hijo. O dos japoneses que hacen de masajistas sin serlo. Al final lo filmé en medio de una lluvia, porque quería transmitir la sensación de peligro que representa para un anciano el andar a la intemperie, y ahí le mandé unos pibes chorros que lo encaran, sin avisarle nada. En cuanto terminamos de filmar fui y lo abracé, para contenerlo. Pero la verdad es que unos días después, cuando pensé en lo que había hecho, me dio miedo. Le podría haber pasado algo, qué sé yo, es una persona muy mayor...
–La sensación de desprotección aparece también en pleno centro de Morón, que usted filma en una hora pico, lleno de gente y con el viejito ahí, tratando de abrirse paso en medio de esa masa humana.
–Eso era lo que buscaba: mostrar que un viejito puede estar más desprotegido en medio de la urbe que en el monte, que es donde va a parar al final del viaje. En este sentido, puede ser que La mecha sea mi película más social. Yo siempre filmé mi barrio, mi zona, y pienso seguir haciéndolo, porque es como mi casa, mi territorio, el lugar donde me siento cómodo. Pero lo cierto es que el barrio se deterioró, y junto con él, la calidad de vida de la gente. Tal vez por eso mis películas se fueron poniendo algo más oscuras. O tal vez sea yo, que estoy más grande. Lo cierto es que en determinado momento me cansé de que el público se riera con mis películas. Hay momentos de La mecha que pueden ser graciosos, pero en otros me parece que se impone una melancolía por el paso del tiempo, por el tiempo que se va y no vuelve, por un país que ya no está más.