ESPECTáCULOS › “LAS MUJERES VERDADERAS TIENEN CURVAS”, DE PATRICIA CARDOSO
Mujer, adolescente, latina y gordita
Por Horacio Bernades
Casi tan grande como un continente entero: así es América Ferrera, protagonista de Las mujeres verdaderas tienen curvas. Pero no sólo por una cuestión de tamaño (su rollizo tipo físico no responde exactamente al modelo Twiggy) sino también de intensidad, veracidad y actitud. De origen mexicano pero nacida en Los Angeles, el de la batalladora, testaruda Ana es su primer protagónico. Si no fuera que ha elegido trabajar en una industria donde las únicas latinas admitidas son las que responden al esterotipo de la comehombres, podría augurársele un gran futuro. Antes de verla haciendo de mucama o camarera en el segundo o tercer plano de alguna comedieta de cuarta, Las mujeres verdaderas tienen curvas brinda la posibilidad de apreciarla en plenitud, en un verdadero choque de titanes con la también memorable Lupe Ontiveros, que hace de su peor enemiga. En otras palabras, de su mamá, dispuesta a ponerle en el camino cuanta piedra sea necesaria, con tal de que Ana jamás llegue a pisar la universidad.
Dirigida por la colombiana Patricia Cardoso (también radicada, como el personaje, en Estados Unidos) a partir de una pieza teatral, Las mujeres verdaderas... ganó, el año pasado, el Premio del Público en el Festival de Sundance. Premio que suelen llevarse las películas políticamente correctas, no siendo esta ópera prima de Cardoso la excepción a la regla. Historia de lucha de una chica que se tira en contra de convenciones y modelos sociales, Las mujeres verdaderas... es, en verdad, toda una summa de la corrección política, aunando en su protagonista cuatro condenas juntas, a falta de una: Ana es mujer, adolescente, latina y gordita. Como suele suceder en estos casos, se trata de una historia de triunfo, bien a la medida de las expectativas del público. Respondiendo el convite, los espectadores estadounidenses convirtieron a la película de Cardoso en una de las sorpresas del circuito independiente, durante la temporada pasada.
El obvio componente de cálculo sobre el que se monta la película sin duda relativiza sus méritos, pero la transparente vivacidad de las actuaciones y la sobria dirección de la realizadora colombiana, reacia a todo chiche visual à la page, los acrecienta. El resultado es un empate clavado.
Ana tiene 17 años y acaba de terminar, con buen promedio, el high school. Se anota para una beca nada menos que en la Universidad de Columbia y su solicitud es aceptada. Pero es ahí donde se arma el despelote, ya que su mamá, Carmen (Ontiveros), tiene diseñado otro destino para ella. Por más que el padre, buenazo, intente conciliar. El plan de Carmen consiste en que Ana se haga bien de abajo (para tal vez no salir nunca más de allí) trabajando doce o catorce horas diarias en el sweatshop o tallercito de costura donde la propia Carmen se desloma. Y donde la hermana mayor, Estela (Ingrid Oliu), cumple funciones de encargada. Alcanza con ver a mamá, sufriendo de fatiga y simulando enfermedades imaginarias tras toda una vida de costura, para intuir el componente de venganza que se esconde detrás de su obstinación. A su turno, el aspecto resignado y la soltería de Estela bastan para imaginar el futuro de la propia Ana, si llegara a aceptar el destino que mamá quiere imponerle. Es suficiente presenciar el ánimo sublevado de la muchacha para anticipar que no sólo no va a hacerlo, sino que además puede llegar a convertirse en una heroína para el gremio de las tejedoras y una pesadilla para quienes las explotan.
En síntesis, la imprevisibilidad no es un valor que Las mujeres verdaderas... cultive. A cambio de ello (y de un final digno de un aviso de cosméticos), la película de Cardoso hace de la sencillez y el medio tono una causa, matizando con bienvenidas dosis de humor su carácter intrínsecamente aleccionador. No es poco mérito. Sobre todo, teniendo en cuenta que la sencillez, el medio tono y el humor, además de calzarle justo al ambiente descripto, no son artículos que abunden, en la galaxia Matrix en la que está inmerso el cine. Para redondear los méritos, allí está ese continente pobre, digno y pleno llamado América (Ferrera), luchando para dejar de ser el patio trasero de mamá Carmen.