ESPECTáCULOS › “TUS OJOS BRILLABAN”, CON FABIAN GIANOLA Y LAURA OLIVA

La “gracia” es verduguear al prójimo

Por H. B.

Craso proyecto comercial, Tus ojos brillaban sienta un precedente alarmante: se trata de la primera película argentina de su tipo que obtiene apoyo de fundaciones internacionales, cuya mismísima razón de ser es la de sostener el cine de interés cultural producido en países emergentes. Esas fundaciones son Ibermedia y Fonds Sud, cuya transparencia de funcionamiento y selección este caso testigo pone seriamente en cuestión.
Comedia romántica que tiene tan poco de comedia como de romántica, el elenco de Tus ojos brillaban –integrado exclusivamente por actores televisivos de alto rating– habla por sí solo de las intenciones del director. No es que sea imposible hacer una buena película con Fabián Gianola (Televisión registrada), Laura Oliva (Grandiosas), Miguel Angel Rodríguez (Son amores) y Claribel Medina (Doce corazones). Pero no es éste el caso: a la película de Silvio Fischbein le falta gracia, timing, sentido, convicción y simpatía. Para no hablar de un guión en el que los personajes parecerían importar tanto como daños colaterales. Reiterando por millonésima vez su personaje de Don Juan Chanta, Gianola es Diego, enólogo de televisión (la caja boba es todo un referente aquí) cuyos floreados speeches sobre vinos son como invitaciones a la siesta.
El matrimonio de Diego y Andrea (Laura Oliva, que debuta en cine con un aprobado +) anda de discusión en pelea, y de pelea en mala onda. Las razones son confusas: ella se queja de falta de romanticismo, mientras él le reprocha su excesiva formalidad. Sin embargo, terminan agarrándose de los pelos por cuestiones de horarios, con un hijo en el medio. El coquetea con cuanta mina se le cruza, sobre todo con Chantal (Medina), madre de un chico del jardín, que termina siendo una puritana de esas que ya no existen. A su vez, el mejor amigo de Diego, Daniel (Rodríguez, que se confirma como muy buen comediante de apoyo) se muestra como un escéptico ante el matrimonio, pero sin embargo es muy feliz en el suyo.
Las escenas se repiten, calcadas y pesadas. Se intenta mezclar drama y comedia, como quien revuelve tintos y blancos. Hay personajes que aparecen, cumplen su función y vuelven a desaparecer. Es el caso del diariero que compone Hugo Arana, las mamás de Andrea y Diego y una vecina, a cargo de Beatriz Thibaudin, todos ellos limitados a un par de escenitas. Como mozo de bar, al cantante softfolk Luciano Pereyra le cabe un papel semejante al de Ginette Reynal en Polémica en el bar. Otras apariciones fantasmales son las de Luis “Rulo” Margani (el de Mundo grúa) y la resucitada Susana Traverso. Todo un icono de las comedias de Olmedo y Porcel, haber convocado a Traverso no parece casual: como en aquellas películas, buena parte de la presunta “gracia” surge aquí de verduguear al prójimo, que es lo que sucede con una gordita, un tipo que huele feo y otro que cuenta chistes malos (por lo menos cuenta chistes, podría argumentarse en su defensa).
Como broche, un aparatoso happy ending intenta revertirse con una escéptica vuelta de tuerca final, ratificando que en esta película todo es intercambiable, todo da lo mismo.

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