ESPECTáCULOS
“Las músicas van y vienen porque el viento no es ladrón de nada”
La poética definición pertenece a Jaime Torres, quien se unió a Gerardo Gandini para conjugar sus músicas en el Club del Vino. “Nos une la delicadeza de la interpretación musical”, dicen.
Por Cristian Vitale
Jaime Torres está parado en la puerta de su casa. Viene de hablar casi una hora a medias con Gerardo Gandini, pero sigue locuaz. En un monólogo off the record imperdible, cuenta cosas sobre Cosquín, Julio Mahárbiz, del temor de ciertos músicos a dicha “autoridad” y de distintas traiciones del folklore. Durante media hora, por la calle Piedras a la altura de Constitución, pasan unas veinte personas. Y todas lo saludan: “Adiós Jaime”... “Qué dice niña, cómo anda.” Sin dudas, Torres es un personaje popular, en el más abarcativo sentido del término. Gandini, menos hablador, se subió a un taxi apenas terminó la entrevista. Estaba apurado, pero un dato, en la entrevista, había revelado cierto don de gentes análogo al del charanguista tucumano. “Tengo gran afinidad con los músicos populares. Me parecen vitales y simpáticos... como uno. En cambio, los músicos clásicos, sobre todo los de orquesta, son otra cosa. Ofrecen ciertas resistencias. No puedo escribir o tocar con gente que me resulta antipática. Siempre escribo para mis amigos, compongo pensando en la cara de ellos”, desmitifica. Tal vez, Gandini no sea de quedarse hablando con vecinos, pero tiene una sensibilidad que lo acerca a la “plebe”. “Falta animarse y ser menos prejuicioso, no hay estancos tan distantes entre lo popular y lo clásico, tanto de un lado como del otro. Como el gaucho extremista que ni siquiera es gaucho. O el tanguero que te mira con recelo”, comparten.
El motivo de la reunión, amenizada con mate y agua mineral en el patio de la casa de Torres, tiene que ver con el ciclo que ofrecen todos los viernes de enero en el Club del Vino. El primer encuentro –el viernes 9— fue por separado. El pianista improvisó sobre su trabajo Postango, apoyado en la voz de la cantante Neli Saporiti, y Jaime presentó su maravilloso repertorio de bailecitos, cuecas y carnavalitos, con su trío. “Más que mezclarnos, la idea es que cada uno haga su set para que mezcle el que escucha. Es una manera de demostrar que la música argentina tiene muchas facetas”, dice Gandini. “Nunca dijimos que íbamos a tocar juntos. La idea es compartir escena. Nos une la delicadeza de la interpretación musical”, apunta Jaime, y Gandini completa: “Si nos juntamos en escena se dará solo”.
Otro rasgo que los emparienta, en este caso por la negativa, es que, aunque uno se anime y otro no, ninguno tiene dotes de cantor. Aquí adquiere valor el rol de la también actriz Neli Saporiti, la ex Soul Finger que ahora canta tangos, folklore y recita algún que otro poema de Homero Manzi o Enrique Cadícamo. “Es un placer compartir un recital con ambos”, afirma ella. “Gandini exige concentración al máximo, por cómo arma y desarma sus obras. Y por cómo replantea el tango. Y Jaime... qué decir de él, hace milagros con su instrumento.” “Yo no me animo a cantar –se pliega Gandini–, sería horrible. Lo único que canté una vez fue el final de La casita de mis viejos.” Torres, más intrépido, evoca que Virgilio Espósito era un cantante muy malo pero igual cantaba. “Eso no importa. Yo jamás diría que soy un cantor. Pero me gustaría manifestar un bailecito como alguna vez se lo escuché cantar a un paisano: medio machadito. Por qué no.”
El único trabajo que compartieron fue la Suite en Concierto, ópera que presentaron junto a la Camerata Bariloche en el Teatro Opera, en 1990, con melodías de Torres y arreglos de Gandini. “Fue una experiencia muy interesante”, recuerda el creador de Concertino. “Escuché los discos de Jaime e improvisé sobre ellos. No tenía nada escrito. Creo que existe una gran diferencia entre un hombre con el feeling de la música popular y la gente de la música clásica.”
–¿Tienen pensado grabarla?
Jaime Torres: –Yo tengo muchas ganas de grabarla con una orquesta de Salta y en espacios originarios. ¿Para qué correr por los estudios de Los Angeles y Londres?
–¿Lo dice por los silencios que ofrece el lugar?
–Ni más ni menos. La idea asusta, pero sería maravilloso.
Otro elemento en común del improvisado dúo es la interacción con músicos de rock. En el caso de Gandini, además de tener una hija, Alina, formando el grupo de música electrónica Acida, compartió trabajos con su amigo Fito Páez y con Memphis La Blusera. “Tengo algunas reservas respecto de lo que hacen, pero fue un gran placer estar con ellos”, admite. Torres, por su parte, interactuó con Divididos, Bersuit Vergarabat, La Zurda, Gustavo Santaolalla y hasta con uno de los referentes principales de la música dance argentina: el DJ Javier Zucker. “Yo vengo de la música de culturas que tienen que ver íntimamente con los Andes. Muchas veces se habla de la monotonía rítmica de esa música... el rasguido de un arriero, el sonido de la quena. Pero ese ritmo, que parece aburrido, al final logra envolverte y ponerte en una situación inesperada. Al momento de componer, me pasan imágenes de mi padre –Eduardo Torres– bailando en pisos de tierra o de paisanos tocando. Quiero decir que esos grupos que integran el sonido del charango a su música intuyen esta historia. Ver chaschás o pezuñas en la banda de Eric Clapton es hermoso. Las músicas van y vienen, porque el viento no es ladrón de nada.”