ESPECTáCULOS › LA 74ª CEREMONIA DE LA ACADEMIA REPARTE HOY SUS ESTATUILLAS DORADAS

La reunión parroquial de los vecinos de Hollywood

En un final con interrogantes, “Una mente brillante” se perfila como una de las favoritas del show de esta noche, un ritual que, como siempre, a pesar de difundirse a escala planetaria, está concebido con espíritu provinciano. “El hijo de la novia” tiene sus posibilidades.

 Por Luciano Monteagudo

Si El hijo de la novia no tuviera esta noche buenas posibilidades de repetir el triunfo de La historia oficial, dieciséis años atrás, ¿en la Argentina de hoy a alguien le interesaría realmente la ceremonia del Oscar? Ya se sabe. El repetido ritual pagano que desde hace 74 temporadas organiza cada año, para esta misma fecha, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, es un show, como se acostumbra decir, “a escala planetaria”. Pero un show que suele ser cada vez más largo y aburrido y que, a pesar de difundirse en vivo y en directo en los cinco continentes, está pensado y concebido con el mismo espíritu provinciano de una fiesta de graduación o una reunión parroquial.
Con otros recursos, claro. El flamante complejo del Kodak Theater que los académicos, orgullosos de su nueva casa propia, van a inaugurar esta noche (no todos: la sala tiene capacidad para 3.500 espectadores y la masa societaria de esta suerte de Club de Leones de Hollywood casi roza los 6.000 miembros, por lo cual son muchos lo que se van a quedar afuera del “quién-es-quien”) costó unos 615 millones de dólares, según consignó ayer la gaceta del pueblo, el Los Angeles Times. Y como si se tratara de la fiesta de aniversario del villorrio, quince manzanas a la redonda van a estar cortadas para el desfile de las carrozas –léase limosinas– que van a transportar a las reinas de la belleza locales, bajo las más estrictas medidas de seguridad, que garantizará, por qué no, el sheriff del condado.
Localismo. Arriba del escenario, los chistes suelen ser generalmente localistas, lo que pone siempre en más de un aprieto a los traductores de la transmisión, que deben resolver juegos de palabras, in-jokes y las pullas que el animador de turno (esta noche será Whoopi Goldberg, tan popular en los Estados Unidos como ignorada en la Argentina) dispara hacia la platea, donde los famosos ríen con una risa tan nerviosa e impostada como si estuvieran en la silla del dentista. Al fin y al cabo, aunque a veces lo parezca, no se trata del baile anual de los bomberos. Hay mucho más en juego que un sorteo de electrodomésticos.
Fama y prestigio, por ejemplo. Pero también la posibilidad de cotizar en millones de dólares. El poder de una estatuilla dorada es casi equivalente al del maligno anillo de Lord of the Rings. Amuleto, fetiche, talismán, tótem de la tribu, el Oscar representa, para aquellos que son capaces de acumularlos sobre la chimenea de su casa, el símbolo del poder y la gloria. Puede suceder que, años después, el ídolo se convierta en un objeto muerto, en una reliquia incómoda, que recuerda tiempos pasados y mejores, y que el poseedor de la imagen (o sus sucesores) decidan hacer el sacrilegio de venderlo, aunque más no sea para pagar deudas. Pero allí aparecerá la Academia –la Comunidad del Anillo– para recuperarlo, pagar lo que sea necesario y que vuelva a las vitrinas de la institución, donde podrá recobrar su valor simbólico.
Un valor simbólico que parece cada vez más relativo. La lluvia de Oscars, con que el año pasado la Academia premió a Gladiador no alcanzó a disimular la pobreza de una película que hubiera avergonzado a William Wyler, el realizador de aquel otro circo romano que fue Ben Hur. Otro tanto sucede este año con la que hoy parece la gran candidata de la noche, Una mente brillante, con ocho candidaturas, entre ellas cuatro principales: al mejor film, director (Ron Howard), actor (Russell Crowe) y guión adaptado. Es difícil creer que Hollywood no tenga nada mejor que ofrecer que esta “historia real” –tergiversada hasta la manipulación, como se acaba de saber– de un matemático esquizofrénico que, a pesar de su enfermedad, se hizo acreedor al Premio Nobel. Esta nueva entrega escolar de las “Vidas ejemplares” que históricamente viene difundiendo Hollywood está bien arriba en las apuestas de Las Vegas, que parecen másconfiables que las encuestas de opinión que en los días previos realizan entre el público las firmas Gallup y ABC News.
Números. Si de matemáticas se trata, durante los últimos 19 años, en 18 oportunidades resultó ganadora la película que había logrado acumular la mayor cantidad de candidaturas. En este caso, se trata de El señor de los anillos, que reúne trece, entre ellas tres de las más importantes: mejor película, director (Peter Jackson) y guión adaptado.
El mundo legendario de esta adaptación de la saga de J.R.R. Tolkien no da la impresión, sin embargo, de ser precisamente del gusto que impera en la Academia, que quizá sólo resuelva premiar a la película en sus espectaculares rubros técnicos.
Otro tanto puede suceder con Moulin Rouge, que parece demasiado moderna y ruidosa para el promedio de edad de muchos votantes. De las ocho candidaturas que reúne, en la que tiene más chances es en la de mejor actriz, aunque aquí Nicole Kidman se enfrenta a una rival casi imbatible: Sissy Spacek. La madre arrasada por el asesinato de su hijo que Spacek compone con profundidad y mesura en la Opera prima de Todd Field, En el dormitorio, no puede dejar de conmover la sensibilidad a flor de piel de los académicos. La película también puede tener alguna oportunidad, en la medida en que, cada tanto, Hollywood resuelve respaldar estos dramas adultos, a la manera de Gente como uno, que en su momento arrasó con las estatuillas. No parece ser, sin embargo, el air du temps que sopla en estos días en la aldea.
Contextos. ¿Gosford Park? No da la impresión de que esta laberíntica cruza de drama inglés de salón con comedia de costumbres tenga chances por afuera del casillero “mejor actriz secundaria” (donde tiene dos apuestas fuertes en Helen Mirren y particularmente Maggie Smith) o de los rubros decorativos (dirección artística, vestuario). En caso de que la votación quede muy repartida –algo que ya se animan a pronosticar algunos medios especializados–, Robert Altman puede imponerse a Ron Howard como mejor director, en lo que se interpretaría como un reconocimiento a su carrera. Pero el director de M.A.S.H. nunca tuvo demasiados amigos en Hollywood. Y menos después del 11 de septiembre, cuando Altman se animó a preguntar en voz alta hasta qué punto el imaginario de la industria audiovisual norteamericana, tan afecto a las catástrofes, no había contribuido a la concepción del ataque a las Torres Gemelas.
Si hay un rubro donde el contexto suele pesar es en el de mejor película en idioma extranjero. Más allá de los elementos –eficacia narrativa, sentimentalismo, recomposición familiar, redención del protagonista– con que El hijo de la novia cuenta para cautivar al grupo de miembros habilitados para pronunciarse (aquí no vota toda la masa societaria), la situación que vive el país puede también contribuir a sensibilizar a los académicos.
No parece casual que La historia oficial haya ganado el Oscar cuando Argentina despuntaba a la democracia. Y la presencia de Norma Aleandro y Héctor Alterio en el elenco puede ayudar ahora a recordar aquel antecedente, además de convertir el amor otoñal que ellos encarnan en un probable factor de identificación emocional para los socios más veteranos de la Academia.
Se dice que la película bosnia No Man’s Land (aquí no se estrenó) puede invitar a premiar la corrección política. Y que la fábula naïve Amélie, que hasta la semana pasada era la favorita, ya no lo sería. La francofobia es moneda corriente en ese infierno grande que es el pueblo chico de Hollywood.

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