ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR, AUTOR TEATRAL Y MUSICO LEO MASLIAH
“Es una época difícil para el arte”
El uruguayo parte de su obra Bulimia para explicar, con su particular agudeza, y vía mail, cuestiones relacionadas con el lenguaje.
Por Silvina Friera
“No se necesitan hipótesis para explicar nuestras afinidades. Las fronteras culturales, como decía Lauro Ayestarán, no coinciden con las políticas. El que seamos países distintos fue una decisión de Inglaterra, tomada poco después de que su invasión de 1806 no tuviera éxito.” La reflexión es del escritor, compositor y cantautor uruguayo Leo Maslíah, que responde las preguntas de Página/12 por e-mail. Así, escribiendo frente a la pantalla de su computadora, el escritor se siente a gusto, puede “dialogar” sin inhibiciones, masticar las preguntas –acaso atragantarse con alguna–, paladear las respuestas, objetar algunas observaciones y fundamentar sin discursos. Hay que aprovechar la agudeza de una escritura nunca aséptica. Como escritor, como entrevistado, “infecta” de risa, de lucidez y obliga a revisar y repensar el impacto que provoca su literatura. Bulimia, pieza teatral en un acto, escrita y dirigida por Maslíah, despliega un puñado de personajes que viven en estado de dieta permanente. Pero la batalla contra los agentes del colesterol y los hidratos de carbono nunca termina. Son seres descontrolados, contradictorios, que vomitan, encargan pizzas por teléfono y cancelan los pedidos cuando les llegan. Estrenada el año pasado en Montevideo, esta obra publicada por Ediciones de la Flor (incluida en Telecomedia y otras teatreces) se presenta viernes y sábados a las 22.30 en el Espacio Cultural Colette del Paseo La Plaza (Corrientes 1660).
–En Bulimia, como en otros cuentos o novelas, los personajes parecen que viven naturalmente, sin ser conscientes, en situaciones límite. ¿Esto es lo que le permite jugar “desfachatadamente” con el lenguaje?
–No concuerdo con que yo haga eso. Todos los escritores juegan con el lenguaje, eso es algo propio de la literatura, que consiste en usar el lenguaje para algo diferente de aquello para lo que fue creado. Ese gran juego puede originar –y de hecho originó– a su vez muchos juegos. Uno de ellos se extendió tanto, últimamente, que gran parte del público lo toma como algo tan “natural” e inherente a la expresión literaria que no lo ve como juego y cree que cuando alguien no se rige por sus reglas está “jugando”. También algunos escritores adoptan esta postura. Pero precisamente creo que la desfachatez, si la hay en la literatura, está ahí, en usar el lenguaje como si no se estuviera usando, queriendo hacer creer o creyendo que no se lo usa. O que si se lo usa es como un simple recurso para mostrar “cosas” que están ahí independientemente de las palabras escritas o emitidas. Si yo, mal o bien, con mayor o menor acierto, uso el lenguaje sin ocultar que lo uso y sin desconocer todo lo que él mismo, en ese uso, me deja entrever, creo que no incurro en desfachatez. Al contrario, creo que eso se llama responsabilidad.
–¿Por qué tomó una enfermedad como la bulimia para subrayar las contradicciones de los personajes? ¿Qué le permite “decir” teatralmente esa enfermedad que no podría hacerlo de otra manera?
–La obra no está estructurada de esa manera. No parto de “algo para decir” eligiendo luego elementos temáticos que me permitan decirlo. Creo que esta obra dice muchas cosas, pero precisamente dice esas cosas, y no me gusta el juego de ponerme a decir, por ejemplo acá, otras cosas que se asuman como equivalentes a aquéllas, como si algún encantamiento especial les confiriera esa posibilidad de suplantarlas sin volver al mismo tiempo inútil o redundante la acción de ir a ver la obra. Creo que esto es algo sobre lo que poca gente reflexiona, y que conforma sin embargo la punta de un descomunal iceberg, o más bien bacilo, que tiene enferma a gran parte de la cultura occidental. Ponele, por ejemplo, que un escritor o dramaturgo dice “mi obra plantea que bla bla bla bla...”. Entonces un potencial espectador, o lector, recoge esa opinión y la asume como lo esencial de esa obra de ese escritor. Supongamos que el asunto le despertó interés y lee el libro o va a ver la obra. Entonces, ¿qué va a leer o a ver? ¿Lo accesorio, lo intrascendente, lo contingente, lo circunstancial? Porque se supone que lo “esencial” ya lo “adquirió”. Sin embargo, la mayor parte de la gente, entrenada en la operación mental que George Orwell en 1984 llamó “doblepensar”, es capaz de sostener al mismo tiempo que aquel “bla bla bla” es lo esencial de la obra, y que de todos modos la obra hay que conocerla porque no “es” ese “bla bla bla”. En este mecanismo cotidiano puede verse la esquizofrenia y/o la hipocresía en que vivimos. La gente va a ver cosas sabiendo secretamente por qué las va a ver, pero convenciéndose al mismo tiempo de que va por otras cosas.
–¿Qué ocurre cuando usted es espectador de su propia obra dirigida por otro colega? ¿Ha sentido que “violaban” su escritura, sus intenciones o el espíritu de su trabajo?
–Tuve pocas experiencias de ese tipo. Algunas fueron buenas y otras no. Vi gente (en Buenos Aires, Carlos Romero Franco, en particular, cuando representó El zapato indómito) hacer algo completamente diferente de lo que yo habría hecho, pero que me gustaba y me revelaba cosas sobre mi propia obra. Pero la mayor parte de la gente que intenta abordar mis obras, por desgracia, cree que son “muy locas” y las encara como un juego trivial, sin entender nada de lo que dicen. No me refiero a ningún sentido oculto detrás del texto, sino al propio texto. Me veo obligado la mayor parte de las veces a no autorizar las representaciones. Es una época difícil para el arte, la gente cada vez entiende menos y está cada vez más esquemáticamente condicionada: consume poses y no sustancias. Lo que se considera profundo es, cada vez más, lo que posa de profundo, lo que avisa que va a transmitir verdades importantes. Y lo que hace reír ya no es lo cómico, sino lo que avisa que es cómico, y la risa que la gente emite ya no es risa, sino una mueca programada.
–Su compatriota Mario Levrero señaló sobre sus obras que “parten del humor y el absurdo, pero, en última instancia, siempre ponen en tela de juicio alguna forma de crítica ideológica”. ¿Considera que sus textos son políticamente incorrectos?
–No creo en la corrección o incorrección de ninguna postura, todo depende de la forma en que se relaciona con los propósitos; puede favorecerlos o entorpecerlos. El arte no sirve a ningún propósito, sino que destila la sustancia con la que luego algunos construirán propósitos.