ESPECTáCULOS › UNA CHICA DE 20 AÑOS GANO EL CONCURSO TELEVISIVO “SUPER MODEL 2002”

Grisel, la Cenicienta mendocina

Entre las seis finalistas era la de perfil más austero y sufrido. El triunfo le abre la certeza de una vida mejor y, si todo va bien, de un futuro asegurado para su familia.

 Por Verónica Abdala

Grisel Pérez Ponce se jugaba en la noche del lunes mucho más que la posibilidad de convertirse en la nueva chica de tapa. Por eso apretó los párpados y contuvo el aire cuando el representante de modelos Ricardo Piñeiro se dispuso a revelar el nombre de la ganadora del concurso “Super Model 2002”, en el marco de la ceremonia que transmitía Canal 13 desde el Roof Garden del Hotel Alvear. Cuando después de casi dos horas de programa se supo que ella era la vencedora entre las seis finalistas – seleccionadas a su vez entre las 3500 aspirantes originales–, la chica con nombre de tango se permitió expresar ante las cámaras su emoción, abrazándose con el conductor del especial, Horacio Cabak, mientras lloraba y lloraba. Esta mendocina de pocas palabras y piernas larguísimas, dueña de “un estilo único y una presencia fantástica”, según definió Piñeiro, había logrado superar exitosamente una competencia como de reality show, en que los integrantes del jurado hacían el papel de malos.
Al cabo de las dos horas que duró la emisión, Grisel vio cómo sus perspectivas de vida mejoraban, como si hubiese ocurrido un milagro para ella y su numerosa familia. Grisel, según ella misma se encargó de explicar en la penúltima emisión, creció al borde de la miseria, y más de una vez se llenó el estómago con mate cocido para paliar el hambre. “Ella resume la dignidad de quienes pelean contra su destino y nos demostró que después del sufrimiento puede esperarnos algo bueno”, dijo Mónica, su madre, durante la ceremonia final.
Desde las primeras emisiones, Grisel, una adolescente reservada, pareció distinta de sus competidoras. Desde que se inició la convivencia del grupo, en una casa especialmente acondicionada para el programa, hizo causa común con Gisella: una peruana cuyo gran orgullo fue haber podido ayudar alguna vez con su magro sueldo de baby sitter a su madre, que trabajaba como mucama. Para esas dos chicas que se entendían con sólo mirarse –y que ahora planean mudarse juntas a un departamento en la Capital–, por más arduo que fuese, el esfuerzo parecía estar siempre justificado. “Si gano, voy a poder ayudar a mis hermanitos, y por ellos estoy dispuesta a hacer lo que haga falta”, dijo en uno de los programas. El jurado –integrado por Piñeiro, la fotógrafa Andy Cherniavsky, el productor Marcelo Cepeda y la productora de moda María Teresa Solá, de la revista Para Ti– se ocupaba por entonces de disciplinar a la rubia Jazmín, por lejos la más revoltosa, y la producción del programa había organizado un viaje relámpago a Punta del Este para que las chicas “limaran asperezas”, porque se habían mostrado “retraídas” durante la última etapa de convivencia, en el hotel cinco estrellas en que se alojaban, ajenas a los cacerolazos.
Grisel, que hasta ese momento no sabía lo que era el lujo ni conocía los códigos del mundillo fashion, avanzó con seguridad y firmeza hacia la recta final, como si fuese una profesional. Habló sólo cuando lo consideró necesario, y se esforzó por refinar su estilo y asimilar las claves del modelaje, sin perder de vista que se jugaba la posibilidad de ampliar sus perspectivas de vida. Y las de su familia, tema que resultó central en la puesta en escena del programa.
Su ánimo, a diferencia del de sus otras compañeras, no decayó en ninguna de las instancias por las que atravesaron las competidoras del reality show. En una oportunidad, cuando le tocó relatar los pormenores de una vida de privaciones, en la que le tocó soportar también la ausencia de un padre, dio muestras, además, de una entereza que sus compañeras acaso envidian. Cuando sobre la medianoche, en un programa que ardía de rating, se enteró de que su futuro era, entre otras cosas, un crucero por Venecia y las islas griegas, un auto cero kilómetro y un contrato anual con la agencia de Piñeiro, el cuento de Cenicienta parecía haberse hecho real. Claro que en versión más o menos feminista: sin Príncipe Azul.

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Grisel Pérez Ponce.
 
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