ESPECTáCULOS › “LA DAMA Y EL DUQUE”, NUEVA OBRA MAESTRA DE ERIC ROHMER
La historia en tiempo presente
El veterano director de “Tres romances en París” demuestra que, a los 81 años, está más joven que nunca y que es capaz de hacer, en video digital, un film polémico sobre la Revolución Francesa.
Por Luciano Monteagudo
Autor de una obra de marcado acento contemporáneo, organizada a la manera de diversas series de films –los “Seis cuentos morales”, las “Comedias y proverbios”, los “Cuentos de las cuatro estaciones”–, el director de El rayo verde y Tres romances en París se ha permitido cada tanto algunas escapadas hors-série y entre ellas sólo tres hacia el pasado, a cual más exquisita y sutil: La marquesa de O (1976), sobre el relato de Henrich von Kleist, Perceval el galo (1978), sobre un texto medieval, y ahora La dama y el duque, un film que por su vitalidad, dinamismo y capacidad de invención parecería desmentir los 81 años de Eric Rohmer. Realizado en video digital de alta definición y rodado íntegramente en estudios, La dama y el duque viene a subvertir la idea de una visión omnisciente de la Historia y prefiere atenerse a la verdad subjetiva de un testimonio en particular, en este caso las memorias de Grace Elliott, una aristócrata británica que fue amante de Philippe, duque de Orléans, un miembro de la realeza que adhirió a las fuerzas de la Revolución Francesa y luego fue devorado por ella.
Gracias a las nuevas tecnologías, Rohmer se permite recrear el París del siglo XVIII como si les diera vida a los cuadros y grabados de la época, sin ocultar jamás el artificio. Por el contrario, para Rohmer parece no importar tanto la verdad histórica como la verdad artística y en ello cuenta también a las memorias de Mme. Elliott, a las que utilizó literalmente, sin la mediación de una “adaptación”, un procedimiento que ya había puesto en práctica antes con los textos de Von Kleist y Chrétien de Troyes para La marquesa de O y Perceval el galo, respectivamente. Lo notable del caso es que estas memorias no sólo tienen la autenticidad de una crónica sino también el poder ficcional de una novela, lo que hace de La dama y el duque uno de los films más apasionantes de Rohmer, con algunos momentos de suspenso, incluso, que hubieran parecido impensables en su obra.
Que toda la película, a su vez, responda a una visión monárquica de la Revolución, vista a través de los ojos de una aristócrata favorable al cambio pero horrorizada profundamente por la violencia de “la chusma”, es la manera que tiene Rohmer de plantear no sólo una cuestión de orden ideológico sino también de orden estético: el punto de vista como determinante de la concepción de un film. Rohmer se pregunta cómo filmar la Historia con mayúsculas, de qué manera evitar la falsedad inherente a toda reconstrucción ficcional de hechos históricos y encuentra la respuesta en la subjetividad del texto de Grace Elliott. Es su visión de la Revolución, la de una aristócrata por momentos –se diría hoy– “progresista”, la que pone en escena La dama y el duque. Rohmer sin duda comparte esa visión y es por eso que encontró en ese texto olvidado el material ideal para su film. Pero asimismo el director mantiene siempre una distancia ejemplar: deja que sea la propia Elliott –con sus discutibles reflexiones sobre la naturaleza de la libertad y su idea de la lealtad a una clase social– la que hable por él.
Salvo algunas raras excepciones –El tiempo recobrado, de Raúl Ruiz, sobre el tramo final de la saga de Marcel Proust, podría ser una de ellas– es cada vez más frecuente que el cine de reconstrucción de época se convierta en una suerte de museo en trabajoso movimiento, como si setratara de una representación escolar realizada a gran escala. Por el contrario, la sensación que produce La dama y el duque es la de un film absolutamente contemporáneo, en un doble sentido. Por una parte, Rohmer consigue que las peripecias políticas y románticas de Mme. Elliott parezcan desarrollarse ahora mismo, en un puro tiempo presente, como si la cámara fuera testigo de un acontecimiento que se está llevando a cabo en este instante, como si fuera uno de los episodios de Tres romances en París, el otro film del director que está actualmente en cartel en Buenos Aires. Por otra parte, La dama y el duque estimula la discusión política de un hecho histórico (aun cuando se difiera con el punto de vista adoptado, o precisamente por ello) y hace del pasado una materia viva, todavía incandescente.
La sofisticada fotografía de Diane Baratier, la belleza de los decorados electrónicos pintados por el artista plástico Jean-Baptiste Marot, la precisión en el dibujo de sus personajes que aportan la inglesa Lucy Russell, Jean-Claude Dreyfus y cada uno de los actores contribuyen a que La dama y el duque sea lo que es: la nueva obra maestra del joven veterano Eric Rohmer.