ESPECTáCULOS › CAROLA REYNA, ENTRE “LA NIÑERA”, “LA PRUEBA” Y LOS DESAFIOS DE ACTUAR
“La palabra prestigio ya pasó de moda”
Con una abultada experiencia en registros que van de la franca comedia al drama, la actriz disfruta un momento en el que se luce con dos versiones de mujeres al borde de la frivolidad. “La actuación me salva de los tormentos de la vida cotidiana”, señala.
Por Emanuel Respighi
Como una sana costumbre que con el tiempo se transformó en una inevitable manía, Carola Reyna tiene un rito mañanero que no abandona por nada del mundo. Cada nuevo día, la actriz complementa su desayuno con un vaso colmado de kombucha, una extraña sustancia que, según dice, le cambió la vida. “Es una especie de fermentación de un hongo que me da mucha energía”, apunta como explicación. “Cuando lo trajo Boy (Olmi, su pareja) ni se me ocurría tomarlo. Pero cuando empecé a trabajar día y noche, me animé a probarlo y me maravilló. Creo que no hubiese aguantado este ritmo agotador de trabajo si no fuera por la kombucha”, admite Reyna, quien por estos días desgasta su energía entre las grabaciones diurnas de La niñera y las funciones nocturnas de La prueba, la obra de teatro que de miércoles a domingos se presenta en Multiteatro. El complemento natural, por lo que se percibe a través de la pantalla, el escenario o en el diálogo con Página/12, le está dando buen resultado a la actriz.
Como la inefable Teté en la sitcom de Telefé o como la superada Claire en la obra de teatro dirigida por Carlos Rivas, Reyna logra transmitir a la perfección personajes que, por más superficiales y frívolos que parezcan, requieren de un fino sentido de la construcción. Dos rubias de la alta sociedad, calculadoras y narcisistas, pero a la vez muy diferentes. “Teté es como un dibujo animado, siempre subida de tono y en el mismo lugar: todo el mundo se burla de ella. El recorrido de Claire, en cambio, es más realista, una la entiende: es una maníaca que para contrastar la locura de la casa se fue a trabajar y a vivir a Nueva York. Pero, a la vez, es una mina de la que todos dependen. Es un personaje que tiene otra carnadura”, distingue.
–Por más kombucha que tome, ¿se puede tener una vida social normal con tanto trabajo?
–Reducida. Hay muchos actores que hacen tira y teatro, que están acostumbrados. Yo no lo estoy. Además, los dos proyectos nacieron al mismo tiempo: fue muy desgastante para mí. Recién ahora estoy empezando a regular. La solución que busqué fue imponerme salidas, como ir al cine una vez por semana, aunque sean las 11 de la noche y se me estén cerrando los ojos. Al principio me quedaba en casa para reponer energías, pero lograba el efecto contrario: angustiarme. La rutina y la falta de programa me hacía peor. Prefiero estar cansada físicamente pero contenta. Estoy tratando de procurarme lo que necesito. Tuve un momento en que mi vida se reducía a Constitución-Obelisco, Obelisco-Constitución.
–Claro que el esfuerzo es menor cuando sus trabajos reciben el apoyo de la crítica y la gente...
–Sí, pero hacer teatro, ya sea para 20 tipos o 500, es igualmente desgastante. Lo mismo para la TV. Una es igualmente esclava del trabajo, tenga 2 o 30 puntos de rating. Pero que vaya tan bien es un estímulo de energía interesante. Yo amo actuar, los desafíos. Por supuesto que hacer un programa de poco rating provoca que el ánimo decaiga. Con Sol negro, que no le fue bien, hubo un bajón al tercer o cuarto programa. Pero después no bajamos la guardia. Lo peor para un actor no es el bajo rating o la baja venta de entradas en el teatro: creo que lo más angustiante para el actor es interpretar siempre el mismo tipo de personajes o hacer de sí mismo.
–Algo que a usted no le pasa: hizo comedias, dramas, teatro, TV, personajes más profundos, otros más elementales...
–Siento que soy una actriz muy versátil. Al principio de mi carrera sentía que me salía muy fácil la comedia. Pero al tiempo me di cuenta de que quería llorar y me las rebusqué haciendo dramas. Hice de mala, de perturbada, de frívola... No hay mejor cosa para los actores que mirar atrás y saber que uno hizo una heterogénea galería de personajes.
–¿Es de las actrices que le ponen mucho de sí misma a los personajes que interpreta?
–Depende. Muchas veces me tocaron personajes que no tenían nada de mí y justamente ese saber me sirvió para salir de mí misma, no ser tan literal. Actuar me da mucha libertad. La actuación me salva de los tormentos de la vida cotidiana. Hace poco lo hablaba con Cacho Santoro y Pablo Rago, y decíamos que el hecho de poder jugar arriba del escenario nos salva del cotidiano. El entramado de la organización de la vida en el mundo es demasiada compleja, no hay mucho lugar para respirar, estamos como atrapados en una matrix que nos exige hasta matarnos de a poco. El escenario da una posibilidad bastante mágica de ir más allá de la realidad. Eso me sirve mucho, porque uno en la realidad está tratando de controlar todo. Pero cuando subís al escenario hay algo que se te va de las manos que es bárbaro, porque esa invención permite jugar como en ningún otro lugar.
–La actuación como vehículo para escapar de la inseguridad de la vida cotidiana...
–Claro. Pero la inseguridad se filtra como agua a través de tu papel. El actor está todo el tiempo luchando con la inseguridad de interpretar bien a su personaje. Aunque tampoco es tan lineal. Hay épocas en la que uno está más inseguro, hay situaciones que te sensibilizan más, hay personajes que son más difíciles de abordar... La lucha eterna del actor es poder desarraigarse de la necesidad de buscar siempre la aprobación. Sobre todo cuando uno comienza. Ahora ya no busco la aprobación. Pero inconscientemente, cuando empiezo a trabajar en un nuevo proyecto, hasta que no siento que el director me hace un guiño como de que está satisfecho, puede que esté hecha una pelotuda internamente. No sabés si lo estás haciendo bien. Ahora, cuando estoy arriba del escenario, yo me siento pez en el agua. Pero antes y después de la obra tengo mi rollo: hasta me llevo un Gatorade por si me baja la presión... Y eso que estoy en una época menos pesada que otras.
–En la actualidad, usted interpreta a los dos extremos de la “rubia tarada”. ¿No le molesta? Por lo general, los actores tienen la pretensión de interpretar personajes “profundos”...
–Me harté del prestigio. Yo empecé haciendo comedia. Lo primero que hice en TV fue Mesa de noticias, zapateando baile americano con una pollerita corta. Y yo no quería hacer ese personaje. Quería hacer algo más comprometido con la sociedad. Me quería matar. Pero no sabe todo lo que aprendí con el programa. De hecho, mucho de lo que hago ahora en La niñera lo aprendí de Mesa de noticias. Y gracias a ese papel me empezaron a llamar para los programas que la crítica consideraba “prestigiosos”, como los especiales de ATC. Y empecé a hacer teatro en busca de salirme de la comedia y demostrar que podía hacer drama. Pero, a esta altura, ya no tengo que demostrar nada. ¿Qué es el prestigio? ¿Hacer únicamente dramas, actuar en lugares históricos? La palabra prestigio ya pasó de moda. Con tanto reality show y periodismo amarillista, somos todos “famosos”, término que detesto. Pareciera que no somos actores, productores, periodistas... las categorías se mezclan. Somos “famosos” y la pantalla nos demanda, como si la fama fuera lo único importante. Pero la aventura de actuar no tiene que ver con el resultado sino con la expresión.
–¿Por qué ahora el teatro y la TV comparten actores y actrices, cuando antes parecía que pertenecer a un ámbito excluía al otro?
–Ahora cambió todo porque la televisión absorbió todo. Hoy casi ya no existe el circuito off porque la TV no para de incorporarlos. Antes no pasaba eso. Cuando yo quise ser actriz, mi papá me dijo que estudiara teatro, aun cuando él era productor de TV. Estudié teatro con Carlos Gandolfo, Gené, Inda Ledesma, China Zorrilla, Alfredo Alcón... ése era el camino natural para convertirse en actriz. Cuando empecé a actuar, al comienzo de la democracia, no había programas de ficción para jóvenes. La movida estaba en la calle Corrientes. Ahora siento que la TV lo copó todo y esa barrera ya quedó relegada. La expresión artística no debe limitarse a ningún ambiente en particular.