ESPECTáCULOS › “TODOS SANTOS”, “MISTERIOS Y MILAGROS” Y EL REINO MISTICO EN LA TV
Cómo evangelizar desde la pantalla
Patricia Miccio se
sumó al nicho de programas religiosos para recuperar la ortodoxia cristiana, en tándem con La Pasión de Cristo. Víctor Sueiro, por su parte, prefiere estar más cerca de la Nueva Era. Pero en el aire religioso de sus programas se cuelan sutilmente visiones e ideologías.
Por Julián Gorodischer
Queda extinguido el ciudadano moderno, laico, educado, plural, y aparece el sujeto devocional, a tono con el signo de los tiempos. Patricia Miccio, con el flamante Todos Santos, se agrega al clásico Misterios y Milagros, de Víctor Sueiro, para explotar el nicho del programa religioso, pero elige entrar en un tándem perfecto con el parloteo sobre La Pasión de Cristo. Su propuesta derriba la última frontera entre ciencia y fe, eleva a los objetos (cruces, vírgenes, velas) a categoría mística e inaugura la prédica televisada en sintonía con las prioridades del canal de Hadad: ortodoxia cristiana y doctrina proseguridad, un universo cerrado y coherente en el que los niños dicen que aman a la Virgen a la salida de la escuela (¡adiós al sueño ilustrado!) y hasta se consigue el testimonio más buscado: el del converso que da prueba de “objetividad”. “Yo vi a la Virgen”, dice, seguido de esa miel para los oídos de Miccio y, por qué no, hasta de Mel Gibson si estuviera escuchando. “Y como soy judía, como no tengo nada que ver, es realmente así.” Suficiente por hoy: prueba superada.
Es que si algo persiguen insistentemente tanto el flamante Todos Santos como Misterios... (y La Pasión..., con su promocionado respeto línea por línea de una escritura sagrada) es la búsqueda de la evidencia. Esto no es un documental del canal Infinito, ni un sketch de Pare de sufrir (de la Iglesia Universal del Reino de Dios), aquí no basta con aceptar el milagro o la “advocación” (esa palabra de moda) sólo por escucharlos decir “Yo la vi” o “Me curé”. Para reclutar o domar, no alcanza con el sermón. Lo que llega es la explicación de la sanación como acto de fe: el uso misionero del relato del recuperado de un coma o de la atropellada que vive. Será una recorrida por el nuevo templo de la comprobación, que no es la iglesia sino la salita, en París o en La Matanza, para encontrar un mismo recurso: la seguidilla de personas que aseguran haber obtenido, gracias a la Virgen, un turno para atenderse con el cirujano. O haber finalizado con éxito, y no por razones clínicas, un tratamiento. Como novedad, el médico también ayuda y convalida: “Tenía pocas posibilidades”. Avanza el programa religioso, gana la fe.
Con buen rating y en horario central, los conductores misioneros matan el Sueño de la Razón, retroceden a un estadío premoderno que reconvierte el estatuto del ciudadano: ahora se le dirá fiel. Mi- ccio recorre París y asegura que “todo un pueblo consagró a la Virgen de la Medalla Milagrosa”. Y después da lugar a la primera experiencia de misa televisada, un regreso a las clases obligatorias de religión, la construcción de un todos-somos-fieles que subordina cualquier otro culto o posición agnóstica a la Pedagogía del Cristianismo. En el fondo, todo se trata de sumar acólitos: Víctor asegura que “se puede creer o no, pero no se puede desconocerlo”; Patricia apela al recurso demagógico de la promoción cristiana, la cura divina. En el Reino de Sueiro y Mi- ccio, los objetos adquieren entidad existencial y todo se explica en términos de Protección.
Lo que sigue es el desfile de resignados o vueltos a la vida, siempre aderezados con un tema que vuelve: el avance de la delincuencia. No sólo se trata de promover la fe, sino también de pedir, entre líneas, más policía y mano dura porque –parece– los alcances del cristianismo tienen límites. Los sanados y los conversos sufrieron robos, secuestros, accidentes, empujones desde el tren, y lo que les queda es infiltrar la bajada política (¿quién nos gobierna?, ¡sólo Dios!) y promover unas acciones rendidoras: enseñar la oración al alumno de escuela pública, promocionar la educación religiosa, vender más angelitos y pedirle al cura francés que salude especialmente al Pueblo Argentino.
Eso sí: donde Misterios... adhiere a la Nueva Era (y remixa angelitos, curas sanadores y nuevas ceremonias), Miccio se aferra a la ortodoxia como para explotar el nicho pero sin ser un clon. En Francia, se entromete en el convento para reconstruir, como en un documental histórico inaguantable, todos los pasos de la niña Catalina, desde que descubre la Medalla Milagrosa hasta que la difunde por aquí y allá. Visita la misa y se pasea por los claustros de la mano de sor Agnes, con el air de qualité que da el grabado antiguo para ilustrar. Fiel y sumisa a la institución, cultora de la cita de autoridad, ella prefiere que hablen los que saben (los curas) y que la gente ayude con ese cliché del programa religioso: adhesiones en primera persona relevadas en las puertas de colegios y hospitales. Si Sueiro prefiere el paseo por el conurbano (para acopiar sanados y creyentes), Miccio no quiso bajarse de su Tour de France para el debut, sentando posición desde el vamos: corresponde a la señora bien. No importa dónde esté: allí diseñará un reino evangelizado, siempre en domingo, con la misa en el living y la familia unida respondiendo a un manual de instrucciones que tarda pero llega: rece con el curita galo y repita con Patricia. Aprenda la oración en francés gracias al subtitulado, siéntase más fiel y distinguido. Y ahora, vaya a dormir tranquilo.