SOCIEDAD › UN ASPIRANTE AL EJERCITO DENUNCIA QUE FUE RECHAZADO POR CUESTIONES ESTETICAS
Zona de exclusión
Diego Zelarayán es hijo de un ex combatiente. A los 13 años sufrió graves quemaduras en su cuerpo. Fue a inscribirse al Servicio Militar Voluntario, pero lo consideraron “no apto” porque un reglamento del Ejército excluye a quienes tienen cicatrices que “afecten muy visiblemente el aspecto físico”.
Por Mariana Carbajal
Desde chico, Diego Zelarayán quiere ser militar. Es su sueño, tal vez alimentado por la historia de su padre, un ex combatiente de Malvinas, herido en combate. Pero el Ejército lo declaró “no apto” para ingresar a sus filas. La razón: para la fuerza, su aspecto es antiestético. Siete años atrás, Diego sufrió graves quemaduras en la cara, el cuello, el tórax y los brazos, que le dejaron amplias cicatrices. Un reglamento interno del Ejército no acepta aspirantes “con cicatrices que por su extensión, caracteres o localización (...) afecten muy visiblemente el aspecto físico”. Eso escribieron en su legajo al que sus padres tuvieron acceso el jueves en el Regimiento I de Patricios, en Palermo, adonde Diego, de 20 años, se inscribió para incorporarse al Servicio Militar Voluntario. “Lo están dejando afuera porque no es lindo. Es una barbaridad. El reglamento es aberrante”, señaló a Página/12 su madre, Gladys Martínez. Esta semana presentó una denuncia contra el Ejército por discriminación ante la Defensoría del Pueblo de la Nación y la Secretaría de Derechos Humanos.
En el expediente de Diego se puede leer: “Aptitud para el servicio de Armas: No apto para esta especialidad por secuelas posquemadura con compromiso estético-funcional”. El dictamen está fechado el 29 de marzo de 2004 y lleva las firmas del coronel médico Antonio S. Pignataro, jefe de Dermatología, y de la teniente coronel médico Laura Biragoet Bobbio, jefa del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Militar. La exclusión de Diego está fundamentada en la resolución 24-02 que reglamenta el “reconocimiento médico para el Servicio Militar Voluntario”.
Al ser consultado sobre el caso, Javier Garreta, secretario de Asuntos Militares del Ministerio de Defensa, fue tajante: “Si existe un reglamento en el Ejército que discrimina por cuestiones estéticas hay que modificarlo”.
“Mi hijo no tiene ningún problema funcional”, rebatió Gladys ante Página/12 y mostró una actualización de la historia clínica de Diego con el sello y la firma de su médico tratante a partir de 1996, el cirujano plástico Ernesto Rotenberg, jefe del Servicio de Quemados del Hospital de Pediatría Juan Garrahan, que dice: “... sólo tiene secuelas cosméticas y discreta tensión en el cuello, por falta de elasticidad, que no es funcionalmente limitante”.
“Después de muchísimas cirugías y tratamientos kinesiológicos mi hijo logró pasar de una incapacidad casi segura a estar apto funcionalmente al cien por ciento. No es un monstruo. Es terrible lo que le están haciendo. Si fuera por mí, preferiría que no ingresara al Ejército, pero es su vocación. Le están haciendo un daño psicológico profundo. ¿Qué pasa si esta discriminación absurda lo lleva a tomar una medida extrema? ¿Quién se va a hacer responsable por su vida?”, se enfureció Gladys. Tiene bronca, mucha bronca, la misma que su esposo, Luis Zelarayán. “El mismo Ejército que me pone en el pedestal como héroe de la patria le dice a mi hijo que no sirve por una cuestión estética”, apuntó Luis. Como ex combatiente de Malvinas, Luis ha sentido en carne propia la discriminación –dice, por ejemplo– en la búsqueda de trabajo. Tenía 19 años cuando viajó a las islas como soldado raso. Perdió el ojo izquierdo combatiendo en el monte Fitz Roy. Desde 1990, cuando fue obligado a acatar el retiro voluntario de YPF en vistas de su privatización (era supervisor de telecomunicaciones en Comodoro Rivadavia), Luis no volvió a tener un empleo en forma estable. Incluso, en la época en que Diego sufrió el accidente, trabajaba en los colectivos y trenes ofreciendo distintivos de veteranos de guerra para subsistir. Hoy la familia, que vive en una casa sencilla en Monte Grande, se mantiene con dos pensiones de ex combatientes y el retiro militar. Además de Diego, Luis y Gladys tiene otros dos hijos, de 13 y 16 años.
Vocación
“Quiero ser militar. Es mi vocación desde chico. Me gustan las tácticas de combate, las armas, la artillería”, cuenta Diego. Su mamá saca de una caja de zapatos una serie de fotos en las que se ve al muchacho, cuando tenía unos cuatro años, jugando, disfrazado de soldado, con boina y pantalón verde militar. Se fue a anotar para ingresar al Servicio Militar Voluntario el 2 de febrero. La discriminación por las cicatrices la sintió desde ese día. “Al principio me negaron las planillas de inscripción. Me dijeron que había cerrado, pero cuando me retiré del mostrador me di cuenta de que seguían entregando los formularios. Entonces, mi papá, a través de otro veterano de guerra, consiguió las planillas”, precisó Diego. Dice que quiere ser voluntario para tener un ingreso que ayude a la economía familiar y le permita finalizar el Polimodal: está cursando materias de segundo año, ya que debido a los múltiples tratamientos a los que debió someterse para su rehabilitación se atrasó en sus estudios. Una vez que los finalice, tenía el proyecto de entrar a la Escuela de Oficiales del Ejército. Ahora –dijo con desazón y profunda bronca– sus planes han quedado truncados.
“Costó mucho tiempo que Diego se aceptara tal como es. No voy a admitir que el Ejército lo basuree de esta manera”, consideró su madre. Siete años atrás, cuando su hijo tenía 13, vio cómo accidentalmente se prendía fuego. A Diego se le cayó encima, desde la alacena, un frasco con alcohol. Le empapó el short. Al lado, la cocina estaba prendida. Inmediatamente lo envolvieron las llamas. Diego sufrió quemaduras de tercer grado en el 40 por ciento de su cuerpo. Estuvo internado en el Hospital del Quemado, de la ciudad de Buenos Aires, a lo largo de cinco meses, durante los cuales fue sometido a unas 45 microcirugías. “Salió con incapacidad total. No tenía movilidad. Estaba todo contraído”, recordó Gladys. Con un tratamiento kinesiológico que siguió en el Garrahan poco a poco fue recuperando la movilidad. En 1998 fue sometido a un trasplante de piel en el cuello –donde tenía las mayores dificultades– que mejoró notablemente la rigidez que tenía. “Nació de nuevo”, dijo Gladys. Por esa operación estuvo once horas en el quirófano. “Esto se hizo porque su médico nunca lo quiso dar por discapacitado”, agregó la madre. Las cicatrices que tiene hoy son visibles. Tiene las orejas reconstruidas y rastros de las quemaduras en el cuello, los brazos, el tórax. “El doctor Rotenberg nos dijo que ahora lo que queda por hacer es meramente estético: si él tiene ganas, en unos años se podrá someter a una cirugía estética, pero después de tantas operaciones, tanta anestesia, dudo que quiera. Diego no tiene problemas con su cuerpo, sus amigos siempre lo han aceptado así. Yo pensaba que no iba a tener novias y me equivoqué: nunca tuvo dificultades con las chicas. Y resulta que es el Ejército el que lo discrimina”, indicó Gladys.
Excusas
A mediados de febrero, Diego fue convocado a realizarse las revisaciones médicas en el Hospital Militar. Pasó los exámenes psicotécnico, neurológico, psiquiátrico, cardiológico, clínicos y de rayos X. Tenía tal entusiasmo que le indicaron que debía sacarse dos muelas dañadas y a los dos días ya se las había extraído: así también tuvo “apto” en odontología. En el test oftalmológico obtuvo un “condicional” porque evaluaron que tenía una agudeza visual de 5/10 y 4/10. La familia apeló este dictamen: “Su agudeza visual es mayor. Tiene una corrección de 0,75º para visión lejana. El Ejército está lleno de militares con anteojos y no puede entrar alguien que los usa para ver de lejos”, opinó Gladys, y estimó que el Ejército tomó como excusa este punto para rechazar con más elementos a su hijo.
“El propio presidente de la junta médica, coronel Rago, me dijo a mí, delante de Diego, que él no era apto por tener cicatrices que no eran agradables a la vista, así textualmente, y porque cuestiones oculares.”
Los padres de Diego pidieron que se haga una junta médicaextraordinaria. Fueron a conocer los resultados el lunes último. Diego tenía tantas expectativas y la ilusión de que sería aceptado que ese día se presentó en el Regimiento I de Patricios con un bolso con ropa interior y cepillo de dientes, como para quedar reclutado.
Ese día los padres pidieron ver el legajo, pero se lo negaron. Dos días después, les avisaron que podrían tener acceso, sólo para leerlo, pero no para fotocopiarlo. Y allí encontraron que el rechazo estético está fundamentado en el artículo 2.6 de la reglamentación del “Reconocimiento Médico para el Servicio Militar Voluntario”, que dice que no es apto para el Ejército aquella persona que tenga “cicatrices que por su extensión, caracteres o localización comporten una real disminución de la resistencia local, una incapacidad fisiológica o una incompatibilidad funcional evidente o afecte muy visiblemente el aspecto físico”. Ni Diego ni su madre ni su padre quieren resignarse. “Voy a pelear para que entre”, insistió Gladys.