ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL NOTABLE ESCRITOR PORTUGUES ANTONIO LOBO ANTUNES
“Para escribir hace falta vocación animal”
Está en Buenos Aires para presentar en la Feria su último libro, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo. Pero a Lobo Antunes no le gusta viajar. Sí reconoce en cambio que es un obsesivo del trabajo: escribe catorce horas al día, seis veces por semana.
Por Sandra Chaher
Buenas tardes a las cosas de aquí abajo es el sugestivo título del libro que el portugués Antonio Lobo Antunes presentará hoy en la Feria del Libro. Poco proclive a salir de Lisboa, Antunes, que acaba de terminar otra novela, emprendió una gira por varios países antes de volver a enfrentarse, en junio, con el cuaderno en blanco. Prolífico, trabajador incansable, candidato al Nobel desde hace años (se muestra despreocupado de los premios, excepto por el dinero que facilitan), Antunes desmitifica con su calidez la fama de hosco que lo precede. Buenas tardes... es una novela situada en la Angola poscolonial, en la que varios personajes interactúan para hablar de la identidad, la soledad, el amor, la discriminación y las desigualdades sociales. El escenario no es desconocido para el autor, que combatió allí como soldado portugués durante la guerra independentista, en los años ’60. Por entonces, Antunes ejercía su profesión de médico psiquiatra y, si bien la experiencia en el frente resultó dura y traumática, no siente que su retorno a ese escenario tenga que ver con lo vivido.
–¿Lo trajo a Buenos Aires algo más que la presentación del libro?
–¿A mí? ¿En qué sentido?
–El país, la gente, la literatura...
–Yo tengo mucha resistencia a viajar. Hace unos años que me hablaban de venir aquí, pero es siempre complicado porque cuando escribes no tienes mucho tiempo. Yo tengo un pacto con los editores para que en mis viajes me den 4 o 5 horas del día para escribir, porque si pasas un día sin hacerlo es muy difícil continuar. En cuanto a Buenos Aires, había cosas que me encantaban, como la música, algunos escritores que descubrí cuando era adolescente.
–¿Por ejemplo?
–Uhhhh...
–Borges sería la respuesta habitual.
–Borges... Yo nunca he sido un gran lector de Borges porque... es muy inteligente y a mí me gustan los libros inteligentes, no los escritores inteligentes. Me acuerdo haber leído un libro de Roberto Arlt que me encantó, y Macedonio Fernández. Hay un escritor que yo pienso que no es muy conocido aquí y que es muy bueno: Manuel Puig. Me parece que Boquitas pintadas es muy bueno. Ahí él inventó un género nuevo y lo hizo muy bien. Después, sus otros libros son muy parecidos. Humphrey Bogart era siempre el mismo personaje, y quizá no haya nada más difícil de sostener que la repetición.
–Su nuevo libro está situado en Angola, donde estuvo como soldado portugués durante la guerra independentista.
–Mira, es un escenario imaginario. Yo no he vuelto a Africa desde la guerra.
–Sin embargo, el retorno literario, ¿tuvo el sentido de un exorcismo en relación con aquellos años?
–(Piensa.) Cuando escribes tienes que plantear tu novela en un territorio ficcional, y éste es un país imaginario al que por comodidad llamé Angola. Pero es como la Madrid de Hemingway, que sólo existe en sus libros. (Suspira.) Yo quería hablar de sectas religiosas, pero el libro cambió de una manera muy radical. Incluso no lo iba a situar en Angola. Pero no estaba contento con los resultados. Reescribí varias veces los primeros capítulos y en una de esas versiones súbitamente apareció un negro, y detrás una mujer, y después un olor, y así llegó Africa. Una primera versión es un magma y tienes la impresión de que el libro está debajo de eso, como una estatua enterrada en un jardín. Tienes que limpiarla de hojas, insectos muertos. Una de las cosas que he aprendido con el tiempo es que las primeras versiones contienen toda la solución, tienes que trabajar sobre ellas. Yo no quería hablar de Angola ni de guerra, lo que me interesaba era la angustia del hombre en el tiempo: el problema de la identidad. Pero más que los temas me interesaba arreglar las palabras de tal manera que se tornara una cosa física. No tenía pensamientos abstractos.
–¿Qué significa esto?
–Yo me acuerdo de Jorge Amado, que éramos amigos, y me decía “yo te envidio niño, porque puedes trabajar 12 horas. Yo trabajo 4 y quedo muy cansado físicamente”. Porque un libro es una lucha corporal. Para mí es un sentimiento muy físico. Yo trabajo sin ordenador, con la mano, porque me gusta diseñar las letras, hay un contacto físico con el papel que también es importante. Pienso que un buen escritor no es un hombre inteligente, sino con vocación animal. Y después tienes que estructurar eso, pero en las primeras versiones debes seguir tu instinto animal, eres un carnívoro cualquiera que está buscando a su presa, que es el libro, y trata de ver cómo matarla bien. Un buen libro es al que matas bien.
–¿Podría ampliar la idea de vocación animal?
–Es pensar con los sentidos. Porque tú no trabajas con ideas sino con emociones. Las emociones son anteriores a las palabras, y el reto de una novela es cómo transformar las emociones en palabras cuando sabes que, por definición, no son traducibles. Sólo puedes empezar una novela cuando sabes que no eres capaz de escribirla, y ahí viene la lucha corporal.
–¿Cuánto tiempo le lleva escribir un libro como éste teniendo en cuenta esta intensidad?
–Unos dos años, pero eso no quiere decir nada. Stendhal ha dictado La cartuja de Parma en 54 días. Pero yo soy lento, por eso escribo 14 horas al día, 6 veces por semana.
–¿Qué hace en su día libre?
–En verdad es la mitad del sábado, como los soldados y las empleadas domésticas (risas). ¿Y qué hago? Cosas que sólo podría decirte al oído (risas). Mira, cuando estás escribiendo estás todo el tiempo con el libro, eres como una casa con fantasmas. Lo que hago en general es salir a cenar con un amigo que trabaja con libros, y vamos a una librería, al cine. Y a eso de las 11 vuelvo porque empiezo muy temprano al día siguiente. Hay cosas importantes: al final del día no puedes dejar una frase terminada. Tienes que dejar en la mitad, y si es posible en el medio de una palabra, así es más fácil empezar al día siguiente.
–¿Cómo fue el proceso que lo llevó a esta forma tan particular de su escritura: fragmentada, con elipsis, con alternancia de tiempos y espacios, con mucha musicalidad? ¿Tiene que ver con su gusto por la poesía?
–Nunca he pensado en eso. Estás tan ocupado intentando solucionar los problemas que la obra te plantea a cada paso... Yo hice algunas novelas con estructura sinfónica, hay palabras claves que se repiten, ideas, pero eso lo he aprendido... la técnica te sirve para acelerar o ralentar la prosa. Yo creo que aprendí mucha técnica con los músicos de jazz, con Charlie Parker. Creo que aprendí a frasear con ellos. Como puedes aprender mucho sobre la construcción con algunos films de Fellini, Scorsese, Orson Welles. Mis referencias en general no son literarias. No hay muchos libros que me interesen. Y mira, tú tienes que ser discípulo tuyo. Yo no sé cómo se aprende a escribir. Haciéndolo lo mejor que puedes, porque es una actividad muy difícil, y la conquistas muy lentamente, con mucho trabajo. Creo que hay que desmitificar a los escritores, la literatura es un trabajo. Tu mano se queda feliz si trabajas mucho. Las dos primeras horas del día en general están perdidas para mí porque tu autocrítica está muy alta, y cuando empiezas a estar cansado las cosas salen mejor porque tu policía política interior se cansa.
–¿Encuentra algún vínculo entre el estado en el que entra la conciencia cuando baja la autocensura y el más allá de la locura?
–Sí, en el sentido en que una novela es un delirio estructurado. Un delirio es un edificio lógico en el que la primera premisa es dejada. Por ejemplo: Yo soy el rey de Francia. Y a partir de esta premisa se construye un edificio.