SOCIEDAD › OSVALDO BAZAN, PERIODISTA
“Los gays no podían votar por ‘razones de indignidad’”
En su Historia de la homosexualidad en la Argentina, publicada recientemente, el autor recorre el camino que va de la homofobia a la unión civil. Del tratamiento de los gays como enfermos e “invertidos” hasta las luchas de los ’70 y la represión.
Por Mariana Carbajal
A principios del siglo XX un gran escándalo sacudió a la Escuela Superior de Guerra. La historia fue así. “Los domingos, una chica esperaba a los cadetes a la salida de misa. Había cierta promesa sexual. Los cadetes iban hasta una casa determinada y allí se daban cuenta de que, en realidad, no iban a tener sexo con la joven, sino que los esperaba un grupo de hombres de clase alta. El caso derivó en un proceso judicial, en el que muchos señores fueron presos. Alguno después se suicidó. Otros se escaparon a Uruguay. Se los acusaba de haber tenido sexo con menores. Según se dijo en el proceso, a los cadetes les sacaban fotos en posiciones comprometidas y con algún elemento que los identificara como cadetes, y con esas fotos los chantajeaban para que consiguieran otros chicos.” El episodio lo cuenta el periodista Osvaldo Bazán en un reportaje con Página/12 y forma parte de su libro Historia de la homosexualidad en la Argentina, que acaba de publicar Editorial Marea.
El libro comienza con la Conquista y la colonización española. Cuenta que en 1954 Vasco Núñez de Balboa mandó que sean devorados por perros enormes unos cincuenta indígenas centroamericanos, de la zona del Caribe, que practicaban el amor entre hombres. “No queda claro que fueran homosexuales. Pero a los ojos de los conquistadores eran tipos que estaban vestidos de manera diferente a la que ellos entendían que se debían vestir los hombres. Según la descripción de Balboa, en todo, salvo en parir, eran hembras”, contó Bazán a este diario. El libro surgió, en parte, como una necesidad personal: “Quería ver cómo habíamos llegado hasta la aprobación de la unión civil y si había alguna manera de entender la homofobia y la discriminación”, señaló. No es el primer libro sobre el tema. Están las obras de Carlos Jáuregui, Juan José Sebreli y Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli. Bazán las toma como fuente. Quizás, el valor de su Historia ... sea que se trata de una obra de divulgación –no dirigida a la comunidad gay– que muestra la discriminación de que fueron objeto los homosexuales en distintos momentos del país.
–¿Qué registros hay de las prácticas homosexuales en la época de la colonia?
–Los registros hay que buscarlos muy cuidadosamente porque existía la Inquisición. No era menor ser homosexual, te podían quemar vivo. Hay una historia muy simpática de un muchacho de 16 años que llega desde Europa y como es muy dispuesto pasa a trabajar en la casa del obispo de Buenos Aires, en la misma catedral que estaba donde está ahora. Se convierte en monaguillo, todos lo quieren mucho. Cuando se muere el obispo se va hacia Bolivia y se casa con una chica. Pero a los cuatro años viene la esposa a Buenos Aires a denunciarlo porque no quería tener relaciones sexuales con ella. Descubren finalmente que este muchacho que había trabajado tantos años junto al obispo, en realidad, era una chica, que a los 14 años, en España, la habían sacado de un convento de monjas porque enamoraba a las chicas. Entonces, había ido a confesarse porque era muy católica y el cura le había ordenado que de ahí en más se vistiera como hombre. Y la chica cumplió.
–Plantea que la pregunta que más hacen los estudiantes secundarios argentinos en las clases de historia es si Belgrano era homosexual o no. ¿Es tan así?
–Sí. Es muy raro que esté instalada la figura de uno de los próceres más progresistas que tuvo la historia nacional como homosexual. Primero, técnicamente homosexual no podría haber sido porque murió en 1820 y el término homosexual es de 1869. Si tuvo o no tuvo relaciones con otro hombre es imposible saberlo, porque él no lo ha dicho. Pero hay algunas cosas que son claras: tenía una voz muy aflautada, era muy delicado y educado en su trato, muy culto, muy católico, vestía muy bien, era rubio de ojos celestes. Eso debería haber desentonado mucho tanto en la campañaal Paraguay como en la de Jujuy. Pudo haber sido una versión inventada para desprestigiarlo.
–¿Cómo trataron a los homosexuales durante la Generación del ’80?
–La Generación del ’80 con su política higienista puso a los “invertidos” bajo la lupa de la ciencia y terminó convirtiendo en delincuentes a todos los “pederastas” del bajo fondo. De esa época es el llamado “depósito 24 de Noviembre”, porque estaba ubicado en esa calle. Ahí la policía llevaban a la gente que detenía sin causas penales: anarquistas, prostitutas, inmigrantes, lunfardos, travestis, madamas, homosexuales, bisexuales, los que no estaban invitados a construir el país que pretendía la Generación del ’80. Los “científicos” analizaban las “perversiones” de los vagos, atorrantes e “invertidos” de 4 a 20 años. Llegaron a estudiar, incluso, al anarquismo como enfermedad social. Todos esos estudios quedaron registrados en una publicación del Estado de principios de 1900 llamada Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, creada por el doctor Francisco De Veyga –que también era policía– y José Ingenieros. Son el mejor registro que nos ha quedado de la vida marica a principios de siglo. Ingenieros hace un trabajo horrible con 500 canillitas de 4 a 18 años: los acusa de hacer onanismo grupal, pederastia y coito bucal recíproco. Y termina diciendo que hay que tener mucho cuidado porque 10.000 vagos deciden una elección en la ciudad de Buenos Aires.
–¿Había lugares de levante?
–Sí, la zona donde está la estatua de Giuseppe Mazzini, en la plaza Roma, frente al edificio del diario La Nación. Lo que pasa es que no hay registros de la homosexualidad porque no se podía nombrar en los diarios. La primera vez que se nombra claramente en la literatura argentina es en 1926 con El juguete rabioso, de Roberto Arlt. Es mucho después de lo que pasa en otros países de Latinoamérica como Chile y Brasil.
–Cuenta en su libro la historia de uno de los autores de los primeros tangos de Gardel...
–Sí, Andrés Cepeda es muy conocido en la época como el poeta de las prisiones, que no sólo era anarquista sino que también era homosexual. Pasa su vida prácticamente en la cárcel. Tiene muchos enfrentamientos a facón. Pero es curioso: hay una diferencia entre los enfrentamientos a facón entre los homosexuales y los heterosexuales. Los hetero tiraban el facón al corazón. Los homosexuales, a la ingle. De hecho, Cepeda muere en un enfrentamiento con otro malevo por los amores de un “jopende”, en México y Paseo Colón. Las crónicas indican que llega la policía cuando el tipo todavía estaba vivo y le pregunta qué paso. El, que podría haber delatado a su atacante, no lo hace, y dice que de ninguna manera lo iba a hacer. Hay dos tangos escritos después de que rescatan la hombría de Cepeda por no haber delatado, más allá de su orientación sexual. Es el “Loco Cepeda” que figura en el tango de la Rubia Mireya. Cuando a Gardel le dan el tango para cantar, saca lo del “Loco Cepeda” y dice el “Loco Rivera”, porque era amigo de Cepeda y no quería que apareciera. Lo interesante es que el tango claramente no era esa cosa machista y homofóbica que fue después. Pero para poder entrar a los salones el tango dejó todo su pasado anarquista y su floreo con la homosexualidad.
–¿Qué sucedió durante el peronismo?
–Hay algunas medidas que muestran cómo se trataba a los homosexuales. En 1946, el general Domingo Mercante, gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, firmó un decreto por el cual no podían votar los homosexuales por “razones de indignidad”. Ese decreto existió hasta mediados de los ochenta. En 1951, una enmienda al Código Bustillo de Justicia Militar prohíbe especialmente a los homosexuales ingresar al Ejército.
–¿Cuándo surgen en el país los movimientos de reivindicación gay?
–En 1969 surge el grupo Nuevo Mundo, creado por un sindicalista comunista, Héctor Anabitarte. Se reunían en una casilla cerca de la estación de Gerli. Como el grupo era clandestino, cada 15 minutos se tenían que agachar para que no los vieran desde el tren. En el libro figura una de las publicaciones que escribían que es absolutamente conmovedora, porque tenían totalmente interiorizado el tema de que eran culpables de alguna cosa. Ese grupo se unió con lo que después fue el Frente de Liberación Homosexual, que se creó en la década del setenta, en la calle Rioja al 100, en el barrio de Once, en una reunión en la que estuvieron Manuel Puig, Juan José Sebreli, Blas Matamoro y Anabitarte.
–Los homosexuales la pasaron particularmente mal durante la última dictadura militar...
–Así es. Carlos Jáuregui, en La homosexualidad en la Argentina, cuenta que uno de los responsables de la Conadep le afirma la existencia de por lo menos 400 homosexuales integrando la lista del horror. Y dice que “el trato que recibieron fue similar al de los compañeros judíos desaparecidos, especialmente sádico y violento”. Esto no se contó en el Nunca Más. Mucho tiempo después, Jáuregui contó que el rabino Marshall Mayer le había admitido que esa escandalosa omisión se habría debido a las presiones del ala católica de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Pero también los homosexuales la pasaron mal en la década del setenta. Las organizaciones guerrilleras no supieron tampoco darse una política con respecto a los homosexuales. El ERP se horrorizaba porque los homosexuales estaban encerrados en las mismas cárceles que sus militantes. En este hecho se basa Manuel Puig para escribir El beso de la Mujer Araña. Entonces, hay un punto que me parece muy grave, que entre Firmenich y Videla no había diferencia. Y el punto es su relación con las minorías sexuales. El que cuenta muy bien cómo era la vida cotidiana para los homosexuales durante la dictadura es Oscar Villordo. Con registros de la época ves que la vida era verdaderamente atroz. Todo aquello que se había conseguido en los setenta con el Frente de Liberación, con aquello mínimo de haber salido a la calle, volvió al único lugar admitido que eran los baños de las estaciones de trenes, de los cines. Eran lugares de encuentro muy mórbidos, el único lugar de socialización. Si la policía te detenía, llamaba a tu casa para decir que estabas preso por homosexual y que ibas a estar 15 días en Devoto. Eso hacía la vida imposible.