ESPECTáCULOS
“Golpeamos el corazón con cajones y bombos legüeros”
El cordobés Minino Garay, radicado en Francia, está presentando en Buenos Aires su poderoso espectáculo percusivo. “Gracias a Dios, en Francia no consideran que lo que hago es world music”, señala.
Por Cristian Vitale
Minino tiene un tío fascista, una mujer judía, otro tío –desaparecido– que militaba en la izquierda peronista y un padre justicialista ortodoxo. “Vengo de una verdadera familia peronista, los Taborda de Córdoba, donde todos se vivían peleando. A mi tío facho lo torturaron durante tres días por no vender al hermano, lo desfiguraron, justo a él que había vivido defendiendo a los milicos. Por suerte, ahora cambió... mi mujer lo saluda con el hail de los nazis, pero no pasa de ahí”, dice. El elemento central de este híbrido doméstico es su mamá Nuri, una ex militante de la JUP de Córdoba que en los setenta fue echada de la Universidad. “Se ganaba la vida escribiendo canciones para grupos de cuarteto y dando clases de literatura. Hoy escribe los textos de mis canciones”, cuenta. Minino tenía 10 años y tocaba cuarteto. Con el tiempo descubrió el jazz y comenzó a estudiar en un conservatorio. “En un momento mezclaba cuarteto y chacarera con caños y música clásica”, destaca. La flexibilidad lo ayudó a transformarse en un percusionista notable en Francia. Tiene decenas de tocatas y discos grabados con Raúl Barboza, Groove Gang, Magic Malik, Gustavo Beytelman, Tata Cedrón y otros tantos que se fueron a hacer la Francia. Igual que él. “Hay algo fuerte entre la música argentina y la francesa. Uno va y enseguida se halla.” Las contradicciones marcadas revelan también el nudo del show que Minino está presentando hoy y mañana en el Club del Vino con los Tambores del Sur, su grupo de percusionistas. “Mezclo Cambalache de Discépolo con Sudáfrica de Rubén Rada. Mi música representa las discordancias que tenemos los rioplatenses”, sintetiza este hombre robusto, que nada tiene que ver con su apodo.
–Hace 15 años que vive en Francia y poco se sabe de usted aquí. ¿Con qué se van a encontrar quienes vayan a verlo?
–Les vamos a golpear el corazón con cajones peruanos y bombos legüeros. Van a ver cómo un instrumento que se toca acompañando, va al frente con percusionistas adelante y los músicos detrás. Es una máquina que llega sí o sí.
Los Tambores del Sur –también es el nombre de su flamante primer disco como “solista”– se originaron en París como una necesidad de expresión de músicos con propensión a los caños, hechos al lado de Minino. “Empezó con un uruguayo, un argentino y un español. El de Buenos Aires había tocado el bombo dos veces en su vida, los otros ni siquiera lo habían visto. Los vi nacer”, cuenta sin ponerse colorado. Ocurre que Minino tiene un carácter especial. Es nervioso, impulsivo, enérgico y una especie de súper hombre cuando toca. “En la música no hay amistad... soy terrible tocando, me salen insultos porque quiero que el show salga perfecto. Si me vienen a ver tres personas –previene– directamente no toco, las invito a comer. Yo no soy de aquellos que dicen ‘nosotros hacemos la nuestra’... yo toco para la gente.” Dice que “gracias a Dios” en Francia no lo consideran un artista de “world music”: “Lo que hago es una licuadora de todo y si encima le ponen world music, bueno... explota la licuadora”.
Luego de aquellos primeros pasos en Córdoba y antes de radicarse en París, Minino tuvo un paso fugaz por Buenos Aires. En 1987 llegó tras los pasos de Charly García y no le fue bien. Quería ser el percusionista de Parte de la religión. “Lo encontré y le dije... ‘loco, soy el tipo que tiene que tocar con vos’. Lo perseguí pero no me dio bola. Me pasó lo mismo con Mercedes Sosa, que con el tiempo me hizo grabar en algunos discos. Pero en ese momento no me dieron bolilla. Por eso me fui a Francia.” Radicado en París con 24 años, y luego de deambular un tiempo, el clima cambió para Minino. Se integró a proyectos que le iban saliendo naturalmente. “Fue fácil. Había un tránsfuga notable en la embajada argentina que les bancaba shows a todos los argentinos... llevó a Saluzzi, Antonio Agri, Cuchi Leguizamón. Nos decía ‘la plata la choreo pa’ los músicos’”, recuerda. “Igual, tenías que demostrar que valías. Por suerteme fue bien. Con Barboza fue directo y poderoso. Una magia enorme en el escenario, pese a que yo, para él, soy un poco nervioso. Siempre me dice que me falta paz interior.”
–Justamente lo que le sobra a él...
–Además estaba toda esa cosa de lo indígena. El está muy compenetrado con ese discurso de rescatar la cultura aborigen y yo nada que ver.
–¿Y con Cedrón?
–Un tipo difícil, celoso cuando trabaja con otra gente. Lo buscaba y le decía... “loco, a esto le falta percusión”, hasta que me puso. Siempre toqué lo que me gustó...
–¿Siempre?
–Una vez no. Estaba en un club superchic llamado Racing Club. Había una fiesta argentina con gauchos haciendo asado y unas diosas impresionantes al lado. Hacía dos años que no veía una argentina y avancé sobre ellas... nos pusimos a conversar, en fin. Pero cuando llegó el momento de cambiarse, el peruano que dirigía la banda peló unas camisas con unos bordados paraguayos ridiculísimos. Claro... cómo iba a ponerme eso. Me peleé con el peruano y no toqué. No podía pasar vergüenza con esas camisas horrorosas delante de las chicas.