ESPECTáCULOS › LOS PROGRAMAS DE CIRUGIA, UN EXPERIMENTO AL BORDE
En vivo desde el quirófano
La productora Promofilm ya hizo un casting para Transformaciones, pero impuso silencio a sus participantes. Frente al modelo de Extreme Make Over y The Swan, opinan los cirujanos locales.
Por Julián Gorodischer
A la rubia no se la ve mal: apenas algo espigada, sin tetas. Pero nada que ver con los labios leporinos, las caras hinchadas, las narices de águila que se ven en Extreme Make Over. Aquí, en la cola para el casting de Transformaciones, el piloto que grabó Promofilm para un reality de cirugías, ella defiende el poder del bisturí: “Quiero que me rehagan entera”, dice, con la devoción al cirujano imitada de la Pradón o la Casán. “Es linda, es flaca”, se sorprende Patricia Daniele, una cronista acreditada en el lugar que ofrece explicaciones sobre la poca cantidad de gente: “Para venir hay que ser muy valiente, o estar desesperado”. Ni lo uno ni lo otro: este casting rapidito y al paso, convocado sin hacer mucho ruido, con las precauciones de todo “tema polémico”, sin saberse ni siquiera si habrá un estreno en la Argentina (podría emitirse sólo en el resto de Latinoamérica) no conformó a nadie: ni al redactor ávido de monstruos, ni a la productora que anuncia sólo el inicio de la selección. “Muy pocos daban con lo que estamos buscando –dice Bárbara Cudich, de Promofilm–, hubo demasiada gente interesada en aparecer en la tevé.” Pero, claro, basta un pequeño aviso en el diario (“A quienes desean un gran cambio en la vida...”) para que se desate la polémica.
Todos apuntan otra vez al antecedente inmediato, Extreme Make Over, el reality de Sony que, en sus mejores momentos, recuerda las performances clínicas de la francesa Orlan (que hace de su cuerpo arcilla). En esos clímax, el reality de cirugías contacta con el cuerpo machacado, con los moretones y el sangrado tras la rinoplastia, y –como nadie queda demasiado bien– hasta cuestiona los modelos de belleza clásicos. Son instantes que deslumbrarían a Jorge Polaco: los pacientes se reencuentran, amoratados, postrados, después del quirófano, en un bastidor pensado para el deleite plural: para el cumplidor del sueño americano (“Ya no soy el mismo”), y también para el cínico del otro lado (“Ya no son los mismos... ¡son monstruos!”). Como espectáculo, Extreme Make Over es inmejorable: descenso a los infiernos y renacimiento del freak redimido, que –en verdad– por su ligera desviación en la nariz o su exceso de peso tras la lipo hace poco probable una promoción del cirujano. La versión local, sin embargo, será distinta: por una cuestión de derechos, Promofilm no podrá importar el reality de Sony, y tomará un modelo más afín a The Swan, otro éxito de Fox sobre cambio de rostros que mejoran a patitos feos. Como ante el estreno de Extreme..., el grito que se escucha es el mismo: sonora (o ruidosa) polémica sobre la tele, sus usos y abusos.
“Me ofrecieron estar, y les aclaré que nadie de mi equipo participa de esa filosofía”, dice Carlos Van Thienen, un cirujano plástico de San Isidro requerido para el reality. Le ofrecieron el pago del día de filmación y un cachet (“nada del otro mundo”) para registrar el antes y el después del operado, su dolor y redención tras el quirófano. “Este tipo de banalización de la cirugía –opina el médico– genera el concepto de que es posible la transformación del aspecto físico sin tener en cuenta sus condiciones espirituales y minimizando el acto quirúrgico. Esto lleva a un concepto muy superficial: cambiar el aspecto con dieta, gimnasia, peluquería y cirugía, todo en el mismo plano.” Miembro titular de la Sociedad de Cirugía Plástica de Buenos Aires, Van Thienen estima que ninguno de sus miembros dirá que sí, y contrapone al éxito estadounidense. “El americano es mucho más open –dice–, tienen hasta una asociación de marketing médico. Pero acá es mala palabra.” Ese es el porqué de la demora: un silencio impuesto sobre el casting que llevó a Karina Mazzocco (su conductora) a la clandestinidad: no la dejan hablar. Los cirujanos locales se niegan a figurar en el crédito, y el retiro de esa tropa no es trivial. “Los médicos más representativos no se van a prestar”, asegura el cirujano Guillermo Gargano. “Y menos se prestaría un servicio de un hospital público: sería el colmo utilizar fondos públicos para una experiencia semejante.”
José Juri, el cirujano plástico más famoso, se indigna ante los resultados de Extreme Make Over, pero se ofrece a hacerlo bien para marcar el contraste. “Me da pena ver la falta de criterio y de técnica que hay en la versión americana”, dice. “Me gustaría demostrarles que tenemos técnicas avanzadas y de mayor efectividad. Yo puedo operar en público, lo hago con mucha simpleza y facilidad: sería una buena oportunidad para enseñar cómo se trabaja en cirugía plástica, pero todavía no me han llamado.” A quirófano abierto –dice– se desmitifican falsedades. Que el experto no teme a las cámaras, que quien televisa no miente ni lastima: el canto a favor defiende esas virtudes y también augura la mayor vidriera jamás soñada. Basta ver el caso Extreme... y The Swan, entre los cinco programas más vistos de los Estados Unidos, record de recaudación publicitaria y de asombroso poder para convocar voluntarios: 60 mil candidatos en ocho meses. “Alguien va a decir que sí –descalifica Gargano–, siempre hay uno que se quiere promocionar.”
Los chicos del casting intercambian saluditos con los cronistas. “Me haría un retoque en la nariz, también me arreglaría el pelo”, dice Ariel Mancuso, de 25, en busca del sueño de Apolo. Alguien prefiere modelos referenciales: como Brad Pitt en Troya. Un tercero le cuenta a Matías Loewy, periodista científico, que va en busca del combo: “Los dientes, el mentón y una lipo para bajar el abdomen”, imagina Claudio Pujol, perdiendo el tiempo frente a la productora en un día hábil, más deseante del cambio de look (ahora que se lo promueve en Sony, en E! y en Cosmopolitan) antes que de cualquier otro beneficio. Nicolás Nanni, que odia su nariz, introduce la cuestión de clase: “Vivo solo, no tengo dinero”, buscando la lágrima del jurado como en Popstars, para subir la “escalera al quirófano”. Para todos, sentimientos encontrados y miraditas al piso, algo de vergüenza por el merodeo de cronistas y un deseo que se expresa, solamente, en términos catódicos, ahora que la fama ya no cuesta tanto. “Operarme me da miedo –dice Ariel Mancuso–, pero que haya cámaras me da seguridad.”