ESPECTáCULOS › SOBRE LA DESAPARICION DE LUIS ORDAZ, FIGURA CENTRAL DEL TEATRO

El adiós a un auténtico caballero

Manuel Luis del Yerro Ordaz no fue sólo un profundo conocedor de la literatura teatral. También fue un hombre que trabajó por el arte independiente y la unión entre profesionales de la escena.

 Por Hilda Cabrera

Una característica de la escritura del investigador, crítico teatral y dramaturgo Luis Ordaz, fallecido el lunes a los 91 años, ha sido la claridad y concisión, producto de un conocimiento profundo de la literatura escénica y de un deseo de no complicar con clasificaciones y subclasificaciones aquello que deseaba transmitir. Una cualidad que se disfruta en la consulta de sus textos. Reconocido por personalidades relevantes del teatro, fue elogiado por artistas, escritores, críticos y estudiosos que abrevaron en su sapiencia desde la aparición de El teatro en el Río de la Plata, de 1946 (Editorial Futuro), libro reeditado con ampliaciones en 1957 (Leviatán). Su visión historiográfica del teatro encontró seguidores, sobre todo entre quienes acompañaron el nacimiento del teatro independiente y rescataron a su manera a figuras clave de la escena argentina, incluida la rioplatense.
Como escribió el ensayista Osvaldo Pellettieri, Ordaz fue pionero al plantear la historia del teatro nacional “como problema” y realizar descubrimientos “que fueron origen de nuestras seguridades actuales”. En el prólogo a Inmigración, escena nacional y figuraciones de la tanguería (Editores de América Latina), el dramaturgo Roberto Cossa recuerda haberlo conocido en la década de 1950 y participado de sus reflexiones entre amigos y colegas: “Pocas personas-personalidades pueden mostrarse tan unívocas: lo que son es lo que piensan, lo que escriben, lo que dicen. Y cómo lo dicen”, observó admirado. Era la época en que a Cossa lo fascinaba la actividad que desarrollaban Nuevo Teatro, Fray Mocho y Los Independientes, mojones a los que Ordaz no era ajeno. Su descubrimiento de Armando Discépolo se lo debe a este barcelonés inquieto que eligió radicarse en Argentina y analizar la dramaturgia desde acontecimientos históricos y hechos culturales, como los que crecieron en torno del fenómeno inmigratorio y a expresiones artísticas puntuales: el sainete, el grotesco y el tango.
Conquista rea fue el título de su debut como autor en 1932, al que siguieron Jugando a la guerra, Sobre los escombros y Fracaso, tres obras de 1941, donde –en opinión de la investigadora Perla Zayas de Lima– utilizó técnicas expresionistas. Y hubo más: El conventillo (1958), Fray Mocho al 900, readaptada años después, Reposo (1966), Vos, yo... y la bronca; una adaptación, junto a José María Paolantonio, de Pasión y muerte de Silverio Leguizamón, de Bernardo Canal Feijóo (en 1983); y otra de Cuentos de Fray Mocho, en 1984. Organizó proyectos, alcanzando con algunos amplia repercusión. Ejemplos de esto fueron la revista Talía, la colección de textos incluidos en la Enciclopedia de Teatro del Centro Editor de América Latina (CEAL) y sus colaboraciones en el programa radiofónico Semanario Teatral del Aire que conducía Emilio A. Stevanovitch en Radio Municipal. Participó de seminarios y congresos realizados en el país y el extranjero, varios de éstos organizados por el Instituto Internacional del Teatro, el Celcit y Getea. En 1985 fue convocado como asesor artístico al programa Las dos carátulas, que aún conduce por Radio Nacional Nora Massi, y entre otras obras estrenó en 1989 Milonga de Don José, sobre tangos y sainetes de José González Castillo. Publicó libros de género, como Zarzuelistas y saineteros (CEAL, 1982), La figura de Carlos Gardel en el teatro nacional y latinoamericano (Ed. Abril, 1987) y El tango en el teatro de Roberto Cossa (Abril, 1990).
Sus prólogos a la edición de obras son valorados a nivel de ensayos, breves y enriquecedores. Varios de éstos fueron publicados en textos editados por Eudeba y CEAL, cuando las dirigía Boris Spivacow. El volumen Historia del Teatro argentino, publicado por el Instituto Nacional del Teatro, con actualización de la periodista Susana Freire, reúne sus aportes a la colección Capítulo sobre historia de la literatura argentina que apareció en 1968. “Quien conoció a Luis como yo (escribió el dramaturgo Carlos Gorostiza en la contratapa de Inmigración...) –aunque allá por la década de 1930 fuera como simple espectador de su Ensueño en el Teatro Independiente La Máscara– y lo siguió después en tantas incursiones prácticas y teóricas sobre el hecho teatral hasta llegar incluso a padecer alguna vez en carne propia su aguda y sincera crítica, no puede más que agradecer que el teatro argentino haya podido contar con su presencia activa, lúcida y desinteresada.”
Ese agradecimiento es el que manifiesta a Página/12 el ensayista y director Osvaldo Pellettieri: “Para mí fue un maestro como investigador y como persona. Antes de él los trabajos eran simples comentarios sin relación con la historia considerada como devenir”. En opinión de este estudioso, Ordaz es quien brinda al teatro independiente su mayor empuje en una época de crisis, cuando los escenarios se saturaban con espectáculos comerciales y de bajo nivel. Ordaz destaca la cualidad precursora de la escena independiente. “Luis marca un camino a la investigación moderna”, sostiene Pellettieri, quien lo comprueba a través de su propio trabajo al frente de Getea (centro de estudios dependiente de la UBA): “Nosotros agregamos lo propio, pero el camino nos lo pautó Luis”. A este aporte intelectual, el ensayista suma el de la “calidad humana” de Ordaz: “Lo conocí hace treinta años y vi cómo se preocupaba por asistir a todos los espectáculos. Lo acompañaba su mujer, Elena. Se quedaba a charlar con los elencos y darles su parecer. Cuando le preguntaba por alguna obra me respondía como quien comprende los errores. Jamás lo escuché hablar mal de alguien y eso es una virtud escasa, tanto en críticos como en investigadores. Siempre, y hasta último momento, trabajó por la unidad entre unos y otros. Su persona era símbolo de encuentro”.
La camaradería y el gusto por el trabajo le eran propios, como su generosidad al dar un consejo. De “regalarlo”, como prefiere decir Pelle-ttieri. Distinguido con numerosos premios y homenajeado en varias oportunidades (entre otros tributos el que se le ofreció en 2002 en el Cervantes), el batallador Manuel Luis del Yerro Ordaz (tal su nombre completo) fue un eficaz divulgador de la obra de autores valiosos, entre los primeros, de Florencio Sánchez, Armando Discépolo, Samuel Eichelbaum y Roberto Arlt. “Sus textos son de cabecera para muchos investigadores, y no sólo de la Argentina. Dedicó toda su vida al teatro, acompañado siempre por su mujer, que en los últimos años, cuando ya había perdido la visión, le leía textos y lo guiaba. Hay gente que no respeta a nadie. Luis no era de ésos. Tenemos que agradecerle su sapiencia y su ética.”

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Ordaz en 2002, en uno de múltiples homenajes, en el Cervantes.
 
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