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Metejones y calenturas
Por Diego Bonadeo
Cuando sucede algo extraordinario, notorio, ya sea por gratificante o por olvidable, quien habitualmente escribe, tiende a entusiasmarse. Para compartir –o no–, con quien lee, el placer o el desánimo.
Con o sin la camiseta de la Selección, y aunque notorio y extraordinario –por lo no ordinario–, el desenlace de la Copa América llevó contradictoriamente a quien esto escribe a la anomia periodística. Al desánimo. Por absurdo, por injusto, por inmerecido.
Quienes pontifican permanentemente con que en el fútbol interesa solamente ganar o solamente el resultado, quedan descalificados de manera automática para hablar o escribir de merecimientos.
Para ellos, los goles no se merecen: se hacen. Es casi como decir que los partidos no se juegan: se ganan.
A 48 horas de la definición por penales, después de los dos empates de Brasil en tiempo agregado –en el primer tiempo y en el segundo– quedan sin embargo más satisfacciones que consuelos. Porque esta Selección Nacional se pareció bastante a lo que uno pretende.
Y seguramente no sólo a lo que quien escribe pretende. Los aplausos que recibió el plantel en Ezeiza probablemente iban en ese mismo sentido.
Aunque el enamoramiento con el equipo argentino del que tanto se habla no sea cosa fácil, y cuya discusión fue, es y será inexorablemente bizantina, queda algo en claro.
Que los metejones y las calenturas de las últimas semanas, pese a los distanciamientos y desilusiones propios de quienes intentan restablecer una “relación”, auguran algo mejor que lo que los profetas del odio –otra vez Jauretche– pronostican desde el despecho.