ESPECTáCULOS › “LA FUERZA DEL CORAZON”, OPERA PRIMA DE SOLVEIG ANSPACH
La vida pelea sin golpes bajos
Por Luciano Monteagudo
Si hay una película que le escapa a los eufemismos, a la lágrima fácil, a la manipulación del espectador esa es La fuerza del corazón, ópera prima de Solveig Anspach, una de las tantas mujeres –Catherine Breillat, Marion Vernoux, Noemí Lvobsky– que le están cambiando la cara al nuevo cine francés, con películas de una autenticidad y un carácter difícil de encontrar en sus colegas masculinos. La propia Anspach ha contado en alguna entrevista cómo presentaba este proyecto a sus eventuales productores: “Es la historia de una mujer que está embarazada, tiene un cáncer y lucha”. Cuando le decían que ese tema no le iba a interesar a nadie, ella respondía: “Es necesario, es urgente”.
Sería necesario y urgente también que el público no le diera la espalda a un film leal y sincero como pocos, que no especula o se regodea con la enfermedad, pero que tampoco pretende ser un manual de optimismo para momentos difíciles. Se trata más bien de otra cosa, de pararse de frente ante un problema y dar batalla, de descartar todas las posibilidades que ofrece el cine para construir una mentira y, en cambio, aprovechar aquello que tiene de verdadero, de real. Ante una palabra –cáncer– que siempre se evita o apenas se susurra, el film de Anspach prefiere pronunciarla sin miedo. No es cuestión de gritar, tampoco. Simplemente de enunciarla, como una forma de reconocer al enemigo.
Es evidente que la directora ha puesto en su protagonista, Emma (la estupenda actriz Karin Viard), una historia personal. Pero su película no es sólo un arreglo de cuentas ni, mucho menos, un confesionario. Es, en todo caso, la historia de una decisión. Emma se entera de que tiene un quiste maligno cuando ya está avanzado su embarazo. El primer médico que la trata no ofrece opciones: Emma tiene que abortar. Ningún tratamiento se puede llevar adelante en esas condiciones, dice. Pero sucede que ese médico es cirujano, no oncólogo. Su primera solución pasa siempre por el bisturí. Una segunda consulta, en un hospital público, le abre a Emma y a su pareja (Laurent Lucas) otro camino, que nadie dice que sea fácil, pero sí posible. Estará en ellos recorrerlo.
“Cada vez que pensé que una escena corría el riesgo de hacer llorar a la gente, la quité”, ha declarado Anspach. Su film no hace sino confirmarlo. Hay una sequedad, una aspereza en Haut les coeurs (una expresión idiomática francesa de aliento, de fuerza) que evita cualquier riesgo de infección sentimental. La directora prefiere en cambio la observación minuciosa, precisa de las pequeñas elecciones cotidianas que se le presentan a Emma, desde las más banales hasta la más importantes.
No se puede decir que La fuerza del corazón sea precisamente una película con humor, pero eso no significa que no lo tenga su protagonista. Un humor duro, cáustico, por momentos brutal, pero siempre franco. Como cuando Emma mira por última vez las ecografías que tenía puestas en la pared de su dormitorio, antes de arrancarlas. “Ahora podemos poner las mamografías”, le dice a su pareja. De ese temple está hecha Emma y la película toda, una película capaz de enfrentarse a temas tabú –el cáncer, la omnipotencia de los médicos– con una voluntad y una decisión inquebrantables.