ESPECTáCULOS › “RUBY & QUENTIN”, CON DEPARDIEU Y JEAN RENO
Dos ladrones bien compadres
Por Horacio Bernades
Director y guionista de películas como Los compadres, La cena de los tontos y El placard, Francis Veber es seguramente el mayor fabricante de comedias populares en Francia, y uno de los más exitosos. Hasta el punto de que el mismísimo Billy Wilder terminó su carrera filmando una remake de Los compadres. Lo que Veber domina es una mecánica del género, y eso le asegura una eficacia cómica que funciona sobre esquemas probados, cerrándole el paso a cualquier asomo de sutileza o innovación. Esa mecánica suele apoyarse en el formato que se conoce como buddy movie (de hecho, la versión Wilder de Los compadres se llamó Buddy Buddy) y que se basa en la más cruda oposición de dos caracteres a los que una determinada circunstancia obliga a aliarse, por más que sean como el agua y el aceite.
Si los que se juntaban en Los compadres eran un tipo común y un asesino, en Ruby & Quentin (que para su distribución local lleva por subtítulo ¡Dije que te calles!) se trata de dos ladrones. Pero mientras uno de ellos, Ruby (Jean Reno) es un verdadero profesional, el otro, Quentin (un Gérard Depardieu súbitamente adelgazado, en su quinta colaboración con Veber), es poco menos que un débil mental, incapaz de robar –como lo muestra la escena inicial– una agencia de cambios con sólo dos empleados adentro. Además de tener una edad mental de unos 5 años, Quentin es un verdadero insufrible, capaz de hablar hasta por los codos, hasta volver locos a los tipos más curtidos. Es lo que sucede cuando en prisión conoce a Ruby y termina fugándose con él. Ruby acaba de robar a un mafioso de temer, y por partida doble: primero le birló a su amante y después un botín gigantesco. Por lo cual el otro lo busca, para recuperar la plata y liquidarlo. Quentin se le colgará, primero a través de todo París y después en las afueras, donde tiene el sueño infantil de retirarse y poner un bar con el tipo al que acaba de conocer, y que no le da ni la hora.
El juego de oposiciones entre el duro que apenas abre la boca y el charlatán gracioso suele funcionar, como lo confirman desde 48 horas hasta Shrek, y Veber sabe cómo construir un gag, en muchos casos gracias a un elocuente uso del montaje. Así lo demuestran, entre otras, la escena introductoria, alguna en un hospital mental y la fuga en grúa. El problema es que en esa mecánica –que por lo demás no suele verse acompañada precisamente por la sutileza cómica– a los personajes no les cabe otro lugar que el de simples marionetas, como esos autómatas a los que se les da cuerda y echan a andar. En el caso de Ruby & Quentin, estos defectos de fábrica se ven agudizados por la presencia de unos secundarios infradesarrollados (sobre todo una chica, puesta para rellenar un par de escenas) y una resolución tan abrupta como atropellada. A diferencia de la anterior El placard, que lucía más cuidada y elaborada, Ruby & Quentin es claramente la película de alguien que parece estar ya de vuelta, de un lugar que por otra parte jamás se caracterizó por su sofisticación.