ESPECTáCULOS › “HELLBOY”, DEL REALIZADOR MEXICANO GUILLERMO DEL TORO
Visión de un apocalipsis hitleriano
Terror, ciencia ficción, cine catástrofe: el director de Cronos ha hecho todos los géneros y siempre se las arregló para salir bien parado. Aquí, sobre un comic de Mike Mignola, propone una mezcla de Hombres de negro y Los cazadores del Arca Perdida, con música de Nick Cave y Tom Waits.
Por Martín Pérez
Una chica que se incendia y un monstruo a prueba de fuego. Todo parece indicar que están hechos el uno para el otro, y sin embargo algo los separa. Ella le asegura, desde su resignada belleza, que si realmente la quiere debe dejar de buscarla. Y él le responde que sólo tiene dos certezas: que nunca dejará de ser un monstruo y que no renunciará jamás a ella. Ambos son dos fenómenos paranormales reunidos en un extraño departamento del servicio secreto. Ella quiere ser normal, él es un demonio sacado del mismísimo infierno, rojo y con una larga cola y que se lima los cuernos para tratar de encajar algo en un mundo que no es el suyo. Entre ambos amaga aparecer una trama asesina que augura un apocalipsis seudo-hitleriano, así como un inocente agente bisoño que querrá ser amigo de él, pero no podrá evitar sentirse atraído hacia ella. Y es con semejante madera que Guillermo del Toro ha logrado construir una película de superhéroes melancólica pero con muy buen humor, en la que los personajes están antes que la trama y la acción nunca deviene en burocrática gracias a un actor tan atípico como el héroe infernal que encarna en la pantalla.
La (pre)historia de Hellboy se explica más o menos así: hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, con la desesperada intención de escapar a una derrota anunciada, el Tercer Reich se embarcó en una serie de alianzas con lo oculto, que desembocaron –entre otras cosas– en la apertura de un portal con el infierno, que estuvo abierto apenas unos segundos. Por allí pasó un pequeño demonio, que fue capturado a fuerza de golosinas por el comando aliado encargado de abortar dicha empresa y que se llevó al niño del infierno a casa. A su casa, digamos, e hizo de aquel Hellboy un muy secreto agente federal. Lo de Ron Perlman es aún más fácil: se trata de un actor con unos rasgos muy particulares, que siempre lo han condenado a eternos roles secundarios. Pero al que el personaje de Mike Mignola le calza como anillo al dedo.
Hellboy también parece una película hecha a medida para el mexicano Guillermo del Toro. Capaz de hacer un vampiro de Federico Luppi para su ópera prima, Cronos, Del Toro es uno de esos directores que se sienten particularmente cómodos dentro del registro de un género, cualquiera de ellos. Terror, ciencia ficción, cine catástrofe: Del Toro los ha hecho todos, y siempre se las ha arreglado para salir bien parado. Como Peter Jackson o Sam Raimi, Del Toro es de esos directores cuyo espíritu de cine Clase B le insufla vida a esta propensión a la vacía espectacularidad del Hollywood de hoy en día. Después de haber sacado a flote con mucha épica trágica la segunda parte de Blade, Del Toro se decidió tanto por Hellboy como su próximo trabajo que hasta dicen que desechó la posibilidad de dirigir para la saga de Harry Potter. Y lo bien que hizo: es su comprensión hacia la naturaleza del personaje de Mignola lo que hace funcionar la trama oscura pero llena de guiños y bizarreces de su Hellboy cinematográfico, un pastiche de X-Files y X-Men, y de toda clase de secretos no-tan-secretos y demonios-no-tan-demonios.
Junto al Hellboy de lluvia y noche, un bizarro Bogart de sobretodo, cigarro y cuernos (limados) compuesto por Perlman, aparece la intrigante Selma Blair encarnando a la huidiza Liz. Otrora decidida sodomita literaria en Storytelling y encantadora mujer malhablada en La cosa más dulce, Blair encarna aquí a una niña melancólica atrapada por un destino trágico, que ella se empeña en hacerlo aún más al internar escaparle. Ese rebelde juvenil que es Hellboy sufre por Liz, y tiene un padre, el científico-agente de lo oculto que lo recibió al llegar a este mundo. Junto a un extraño sabio acuático, la pareja completa la totalidad de agentes del escuadrón especial, al que se le sumará el joven, ingenuo e inexperto Trevor. Lucharán nada menos que contra Rasputín (si, ese Rasputín), empeñado en alcanzar el fin del mundo, pero eso es lo de menos. Porque lo espectacular es apenas la escenografía de los detalles de la relación entre los personajes realmente importantes. Esa es la magia que Del Toro hace funcionar en Hellboy, una mezcla de Hombres de negro y Los cazadores del Arca Perdida con –¡atención!– música de Nick Cave y Tom Waits. Con toda su imaginación puesta al servicio de tratar de hacer menos burocrática una acción por momentos demasiado obligatoria, el trabajo de Del Toro se centra más que nada en los guiños, en los pequeños diálogos, en la humanidad de sus monstruos. Y logra así entretener, fascinar y hasta encantar, con ánimo de historieta vieja, reciclada y puesta a nueva. Pero con toda la eficacia, la complicidad y la sabiduría de un buen clásico.