ESPECTáCULOS
Europa, en busca del premio mayor
Acercándose a la mitad de su recorrido, la competencia de San Sebastián tiene un marcado predominio de films realizados en ese continente.
Por Horacio Bernades
Con un marcado predominio de films europeos, la competencia oficial del 52º Festival de San Sebastián se acerca ya a la mitad de su recorrido, que terminará alineando a 16 aspirantes a la Concha de Oro. La danesa Brödre (Hermanos), la francesa Inguélézi, la británica 9 Songs y la serbiomontenegrina Sueño de una noche de invierno fueron las representantes del Viejo Continente vistas hasta ahora. Todas fueron filmadas en un HDDV (video digital de alta definición) de tal calidad técnica que las distancias con el celuloide tienden a reducirse cada vez más. Por su parte, el film franco-marroquí Tarfaya y Roma, de Adolfo Aristarain –que, como informó ayer Página/12, goza de una alta recepción aquí– fueron las encargadas de quebrar en parte esa marcada hegemonía.
Tanto Inguélézi como Tarfaya giran alrededor de una de las situaciones más álgidas del mundo contemporáneo: la de los inmigrantes ilegales de países pobres, que intentan ingresar en los más ricos en busca de supervivencia. En Inguélézi es un emigrado turco que llegó a Francia, pero necesita cruzar a Inglaterra, donde tiene conocidos que lo esperan. La protagonista de Tarfaya es una muchacha marroquí que tiene a España como meta. De allí en más, las diferencias: mientras el film de François Dupeyron (realizador prolífico y ecléctico, de quien en la Argentina se conocieron Drôle d’endroit pour un rencontre y C’est quoi la vie?) se concentra en la relación entre el migrante y una mujer francesa que le tiende una mano, la opera prima de Daoud Aoulad-Syad despliega el abanico de la vida comunitaria en el pueblito fronterizo al que la protagonista llegó para cruzar del otro lado.
Film de cámara filmado cámara en mano (con perdón del trabalenguas), Ingúelézi cobra interés gracias a su rigor estilístico y honestidad dramática (aunque todo parecería llevar a eso, Dupeyron jamás cede a la tentación de la love story), afrontando el riesgo de la incomunicación idiomática (el protagonista no habla una palabra en otro idioma que no sea el suyo) y ganando plenamente la batalla. Si la mujer francesa se acerca a su prójimo en problemas, la muchacha de Tarfaya debe lidiar con la picardía de sus anfitriones, rápidos a la hora de aprovecharse de los forasteros. El formato de crónica pueblerina le sirve a Aoulad-Syad para pintar la situación del norte de Africa, sin perder amabilidad en un retrato de usos y costumbres, no siempre loables.
Dirigida por ese habitué de festivales que es Michael Winterbottom (de quien en la Argentina está próxima a estrenarse su anterior 24 Hour Party People, que se vio en el Bafici), 9 Songs transcurre en esa misma Londres en la que el protagonista de Inguélézi busca trabajo. Pero se diría que se trata de urbes opuestas: si algo no parece importarle al realizador escocés es el mundo del empleo. Suerte de Ultimo rock en Londres, la pareja protagónica de 9 Songs (el británico Matt y la estadounidense Lisa, circunstancialmente en esa ciudad) sólo sale de su departamento para asistir a shows de Primal Scream, Super Furry Animals y otros grupos, cuyas presentaciones Winterbottom filma sin cortar ni un segundo de cada canción. Tampoco corta las largas sesiones de sexo que Matt y Lisa libran puertas adentro, de las que no deja afuera erecciones ni eyaculaciones. Sin rendir culto ni al falso pudor ni a la dramaturgia tradicional, y sacándole el jugo a la sensación de inmediatez que brinda el video digital, Winterbottom filma en directo, como quien saca una polaroid del instante. De instantes se trata, en una relación marcada por la transitoriedad.
Brödre y Sueño de una noche de invierno ponen al máximo el regulador de intensidad y corren el riesgo de la sobrecarga. Nueva película de Susanne Bier, directora de la magnífica Corazones abiertos, Brödre vuelve a plantear serios dilemas éticos y de conducta, en el marco de un melodrama matrimonial y familiar. Con la actuación de Ulrich Thomsen (La celebración), Connie Nielsen y Nikolaj Lie Kaas (de Corazones abiertos, Los idiotas y Reconstrucción de un amor), el film de Bier trabaja sobre situaciones extremas que parecen un concentrado de casi todos esos films. Hay un hermano que sale de prisión y otro que marcha al frente en Afganistán. Hay una familia burguesa regida por un padre misógino, racista y reaccionario. Hay, como en Corazones..., un accidente aparentemente fatal y la tentación de la traición afectiva y sexual por parte de quienes sobreviven. Hay también una ejecución a punta de pistola, que llena de culpa a quien la comete. Y unas cuantas cosas más. Lo cual es, justamente, uno de sus problemas.
Acumulativa y desequilibrada, Brödre confirma, sin embargo, la capacidad de la realizadora para poner al espectador frente a las situaciones más difíciles. La intensidad emocional preside también Sueño de una noche de invierno, del serbio Goran Paskaljevic, quien firma una continuación explícita de su anterior Bure Baruta/Como barril de pólvora. El mismo personaje que terminaba asesinando a su mejor amigo en un bar fue puesto en prisión y diez años más tarde regresa a casa. Encuentra un país en el que la guerra, el horror y la muerte parecen pesar todavía como una densa nube gris, y encuentra también un motivo para dejar atrás sus pesadillas. Un motivo o dos, como que se trata de una madre y su hija. Primero se liga con ésta, que es autista, y luego con aquélla, de quien se enamora.
Lazar no puede convencerse de que hay ciertas cosas contra las que no se puede luchar, y es así como intenta resocializar a la niña, a quien se compara con el país en su conjunto. Más allá de estar siempre en el peligroso borde de la alegorización política (y a veces pasándolo), la sinceridad de Paskaljevic logra darle sentido a su fábula, en términos dramáticos y emocionales. Hasta cinco minutos antes del final, cuando da un golpe tan bajo como fuera de lugar, matando a un personaje de la manera más gratuita. En ese momento, el film recuerda a uno de esos edificios que, tras implotar, dejan una montaña de polvo, desapareciendo para siempre.