ESPECTáCULOS › LOS HOMBRES DE LA PANTALLA CHICA TIENEN UN NUEVO PERFIL
Cuando se puede ser un macho tierno
Amo de casa sin empleo formal, coqueto y con bótox, ambiguo sexual y hasta algo infantil. El varón televisivo modelo 2004 muestra el trasero, anula su pene o se traviste para sobrevivir.
Por Julián Gorodischer
Ni maridos celadores, ni padres que mantienen a sus hijos, ni infieles compulsivos. El varón domado, en 2004, se aferra a nuevos rostros: el de la piel estirada y brillosa de Marcelo Tinelli tras su conversión a “metrosexual”, el de los múltiples ambiguos en Los Roldán o Los secretos de papá, el de los venidos a menos del reciente Los machos... La tele compone nuevas caricaturas: la del amo de casa, el cansado de la vida heterosexual, el convencido de que el gay levanta más mujeres, el engañado o el coqueto obsesionado con eliminar arrugas. El guionista, algo escéptico, dirá que el boom se lo robaron al programa más visto del año. “¿Se rompió una idea de masculinidad?”, se pregunta Mario Schajris, autor de Los Roldán. “¿O es la búsqueda interesada de un mismo resultado?”
Como sea, el catálogo de varones renovó sus ejemplares: incluye a un casado que desea a la travesti (Uriarte en Los Roldán), un falso gay que simula para seducir (Dady Brieva en Los secretos de papá), separados, amos de casa y engañados (en Los machos de América), conductores ex rústicos ahora lookeados con planchita, piel estirada y ropa de diseño (Marcelo Tinelli y Nicolás Repetto). Imágenes que decretan una caída: la extinción del macho. “No conviene”, dirá el autor dramático que, por orden tácita, elimina al cavernícola de las tiras (“espanta público”, argumenta). A cambio, llega el aluvión de sensibles más afines al pene lúdico y plástico de las Marionetas del pene que al falo que penetra por la fuerza o mutuo acuerdo. El fin del macho augura un hombre travestido en la película El delantal de Lili, de Mariano Galperín (que se estrena mañana). Y otro que se exhibe de la cintura para abajo, y casi siempre será Mariano Martínez (en Sangre fría o Peligrosa obsesión). Hasta el carcamán de Polémica en el bar reza el canto del sufrido, frente al engaño o la soltería, o adquiere rango de marido de Florencia de la V, como Gerardo Sofovich en jugueteo semierótico.
Los maduritos de Los machos resignaron cierta rudeza y misoginia de sus precursores hace diez años (en la versión original) por un exagerado cambio de roles: cuidar la casa, criar a los chicos, ser abstinente tras el engaño. Al ex galán de América Carlín Calvo (José María) ahora se lo ve librando la batalla del casado contra la infiel, privándose del sexo, sufrido y feminizado. Jorge Maestro, guionista de ambas versiones, trocó al insaciable por el abstinente y al ejecutivo por el desempleado y lo fundamenta desde la historia reciente: “Hay un cambio cultural que provocó el menemismo”, dice. “Se generó una cultura más superficial, mercantilista, que agudizó la depresión, los ataques de pánico, la medicación, la desvalorización de lo que no sea material. Y modificó definitivamente la identidad masculina.” Si el estereotipo “metrosexual” prefijaba varones bellos y jóvenes (del tipo David Beckham), Maestro agregó la revancha generacional para colocar a Rodolfo Ranni en el spa o a Carlín Calvo en la peluquería. El grotesco funciona menos como retrato de actualidad que como la nostalgia del “verdadero macho”. El guionista se pregunta: ¿Cómo terminamos en esto?
Pero el cambio es siempre externo, algo superficial, como cuando Uriarte desea a la travesti pero no consuma. O cuando Dady Brieva se hace la loca pero aclara que es “de mentirita”. Hasta los machos lucen derrotados, pero terminan su primer capítulo con un retrógrado himno de cofradía que proclama: “¡Que vivan las mujeres!”. El varón domado muestra el culo y hasta hace cucharita en la cama matrimonial (Echarri y Martínez en Peligrosa obsesión) pero insiste (muchas veces) sobre sus pretensiones de donjuán. Tal vez sólo los jueguitos nada ingenuos de la obra Marionetas del pene sean el testimonio de una verdadera crisis del macho: los actores deserotizan el uso del órgano sexual, propio de un hombre inofensivo, algo alelado, ridículo. “Colocamos al hombre en un lugar lúdico”, diceAlejandro Paker, uno de los protagonistas. “La figura más difícil es la otra mujer: me agarro la bolsa del escroto con tres dedos de la mano, tiro por detrás y empujo con la otra mano los testículos en sentido contrario hasta formar los pliegues de una vagina.” No lo intente en su casa.
El cineasta Mariano Galperín le quitó el pito a Ramón, el protagonista de El delantal de Lili (Luis Ziembrowski), para convertirlo en una falsa mucama de casa de familia. Sólo travestido podrá conseguir trabajo abonando a la consigna más popular de esta era: parecerás sin serlo. Ramón se emplea como mucama, recibe el reto de la patrona (Cristina Banegas), se hace amigo de la travesti verdadera (Mosquito Sancinetto) y abandona su vida sexual. Dice Galperín: “El mundo está muy de terror: el hombre es capaz de hacer cualquier cosa para sobrevivir. El amor es lo único que hace más bella a esta tragedia. La opción es perder la casa hipotecada o vestirse de mujer”. Pero el macho caído, “¿retoma temas del mundo real –insiste Schajris– o imita el boom de un programa exitoso?”.
Como sea, si hay algo que une a los varones domados del cine, la tele y el teatro es la pérdida del falo: fajado para parecer mujer en El delantal..., convertido en títere en Marionetas..., inutilizado en la nula vida sexual de Uriarte, de Rubén y hasta de Los machos..., abstinentes y solitarios. “Los hombres se han vuelto más suaves”, asegura el médico sexólogo Juan Carlos Kusnetzoff. “Más lights y en algunos casos hasta feminizados. No quiere decir que se hayan vuelto mariquitas, pero se han diluido la rudeza y la fanfarronería que caracterizaban al macho.”
Según esta visión, en la TV como en las calles, el que llega es un hombre hiperconsumidor de Viagra (un comprimido cada nueve segundos), que se hace cargo de su disfunción eréctil, se anima a lamentarse y a reconocer su ambigüedad sexual. En cambio, para el psicoanalista Sergio Sinay (ver aparte), el mundo no tiene nada parecido al macho caído que promueve la ficción. “La TV cría varones de laboratorio”, dice. “Sesga y troza modelos masculinos sin sustancia, como meras declamaciones para obtener permisos y vender nuevos productos. Si existiera una transformación real en la sociedad veríamos otra forma de hacer negocios y de hacer política.”