ESPECTáCULOS › ESTA TEMPORADA, EL ESPIONAJE TELEVISIVO MULTIPLICO SUS ARMAS

El Gran Hermano ahora es chimentero

Los usos renovados de la cámara oculta, la lectura de labios, la infiltración en hogares, las fotos desde celulares y los videos prohibidos configuran un panorama en el que todo puede quedar a la luz pública. Algunos se quejan de la “invasión”, otros se prestan con gusto al juego de la “fama” repentina.

 Por Julián Gorodischer

La sordomuda de Domínico, el programa de Nicolás Repetto, lee los labios de las famosas con la pasión del delator y derrumba el último territorio de privacidad: el cotilleo. A las señoras bien, al borde de la pasarela, les desnuda el comentario por lo bajo y la lengua filosa. Es el último grito de la intimidad perdida, espiada con un repertorio ilimitado: videos prohibidos, fotos tomadas desde el teléfono celular, infiltración en casas de familia y uso ampliado de la cámara oculta. “Intimidad: defendida como el más deseable de los bienes y declarada muerta dos veces por semana”, ironiza el escritor Jonathan Franzen en su libro Cómo estar solo. Ahora también en la Argentina, “el fin de la intimidad” motiva debates semanales en programas y foros públicos y crece el reclamo de los avasallados. ¿Cómo espía la TV en el 2004?
Durante la lectura de labios, la cámara recorre a las famosas a la altura de la boca, las enfoca de cerca y entrega el material a la sordomuda que ya detectó críticas lapidarias de Victoria Onetto a una modelo y otras de Ginette Reynal. El borde de la pasarela es un terreno ideal para dar con chismosas o resentidas. La respuesta no tardó: la Onetto reclamó una disculpa pública del conductor. “No se pueden meter de ese modo en las conversaciones privadas de las personas”, dijo. En cambio, la última víctima de la redada prefiere pedir perdón por sus pecados: “Me hago cargo de mi parte chismosa”, dice Reynal, conductora de Contalo, contalo, que habló mal de una modelo. “Pero todas las mujeres, cuando estamos juntas, criticamos o miramos mal. Lo que a uno no le gusta de sí mismo lo usa para hablar de otros.” En esa oscilación (reclamar perdón o disculparse por el acto privado) se mueve el avance sobre lo íntimo, que siempre es tomado muy en serio. El tono del descargo será igualmente dramático, marcado por la desmesura, así se trate de Reynal o de Alberto Ferriols (el marido de Beatriz Salomón, cazado en escena sexual con una paciente travesti). “Es una invasión del espacio privado”, se queja Reynal. “La gente que me quiere sabe quién soy y cómo soy. ¡Pero yo tengo defectos como cualquier ser humano!”
Terminado el imperio del reality show (de factura local), ya sin rehenes para observar a lo largo del día, la TV decide salir a buscar al vecino a su propio hábitat. El living o el dormitorio ofrecen la naturalidad que no tiene un estudio: el vecino, en Propiedad Horizontal (del canal Ciudad Abierta) abre su departamento y deja entrar a la lente para aportar a las distintas historias en un edificio. Si el ingreso a hogares quedó inaugurado en los ’80 con las meriendas de Carozo y Narizota, la excursión del 2004 confirmaría una vocación de fama del vecino porteño promedio. “Me sorprende que, supuestamente, nadie querría que ingresen las cámaras –dice la productora Magdalena Bilotte–, pero se dice una cosa y se hace otra. Te abren las puertas, te hacen un café: la primera reacción es el rechazo, pero en realidad todos quieren aparecer en TV.” En ese supuesto “deseo de fama” se apoya la defensa ética del recontraespionaje: para los famosos es negocio; para los vecinos, satisfacción garantizada. Si el productor de chimentos proclama que “todos son parte de un juego que beneficia a ambas partes”, el de Propiedad Horizontal detecta un drama sublimado por cada hogar. “Se ve muchísima soledad, gente sin compañía”, dice Bilotte. “Todo el mundo está loco, con sus manías, y pensando de qué manera se pueden excluir de todo, obsesionados con la seguridad.”
El espionaje de la TV cambió la prioridad del chimentero: ahora necesita pruebas para confirmar su status. Ya no basta con el relato crispado de la infidelidad, ni con el rumor que se enuncia detrás del mostrador. Los intocables e Intrusos impusieron como norma el aval del video prohibido, que fortalece una industria del robo o la pérdida accidental. Entre los videos recientes redituaron el de la princesa Máxima cambiando a su bebé, los Erreway haciéndose arrumacos en el camarín y Natalia Fassi junto a Carlos Tevez en Brasil. El material se presenta como una bomba y siempre decepciona, pero deja ver algo de piel, un mínimo contacto o un andar despreocupado que no supone la presencia de la cámara. La foto prohibida da un paso más allá y deberá delatar casi siempre una doble vida: como Silvio Soldán en pose sadomaso, según se vio en Intrusos, o Pablito Ruiz travestido, como se mostró, con desmentida incluida, en Los intocables.
Otro tipo de búsqueda sexual aparece en Los invadecuartos, el programa más fisgón de MTV, donde una chica o un chico revisan el cuarto de su candidato/a para reconstruir gustos, méritos y vicios. El hit es el paneo de la sábana con rayos ultravioletas para detectar manchas de semen. Mariano del Aguila, único periodista local presente en la grabación de Los invadecuartos argentinos (se verá este mes), presenció la escena del crimen y saca conclusiones: “La verdad es que me pareció bastante naïf, y no me sorprende mucho que un chico de Zona Norte tenga una tanga entre sus pertenencias, ya sea un trofeo o una fantasía. A diferencia de su idea nodriza (Room Raiders), a los chicos locales aún no se les disparó del todo ese switch desaforado que tienen los gringos. A ellos las cámaras los liberan, a los argentinos nos controlan...”.
Pero la perla del teleespionaje es, como otros años, la cámara oculta de Videomatch, donde se refinan las técnicas de intrusión y puesta en ridículo. En el 2004, a las modelos las llevan al set apócrifo de Sangre fría y les remarcan lo mal que actúan para que lloren frente a cámara. A los plomeros, electricistas y afines los filman bajo acoso simulado de Luciana Salazar, a ver si reaccionan, y después se lo pasan por TV a la esposa avisada. Después se abrazan todos, reciben el electrodoméstico y disfrutan del minuto de fama. La cámara de Tinelli es voluntaria, requiere complicidad de la esposa y es recibida como un premio. ¿Cómo se explica la búsqueda explícita del papelón? Responde el escritor Jonathan Franzen, obligado a contemplar “emotivamente” el árbol de su infancia como requisito para figurar en el programa de Oprah Winfrey: “El productor hace zooms y yo registro en mi retina la configuración de las ramitas del roble. Una parte de mí está imaginando cómo quedará esto en la tele: como sensiblería. Mi oficio de escritor consiste en transmitir emociones, y este árbol es mi material que ahora contribuyo a estropear. ¿Pero cómo habría podido no ofrecerles algo?”.

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El episodio del Dr. Alberto Ferriols –que buscó defenderse en el programa de Rial– cambió el modo de utilización de la cámara oculta.
 
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