ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A PALOMA HERRERA, QUE ESTA NOCHE INTERPRETA EN EL TEATRO COLON A KITRI, EN LA OPERA DON QUIJOTE
“Cada mañana, agradezco las cosas que conseguí”
No es una función más: Paloma empezó su carrera en el Colón y con esta ópera, aunque a los 12 años... era Cupido.
Por AnalIa Melgar
En la breve lista de primeros bailarines del American Ballet Theatre, dirigido por Kevin MacKenzie, se encuentran, entre otros, Alessandra Ferri, Julie Kent, José Carreño, Angel Corella y Marcelo Gomes. Y tres argentinos: Julio Bocca, Herman Cornejo y Paloma Herrera. Entre esa galería de figuras cumbres hay una que acapara varios records. Es Paloma Herrera. Ostenta el privilegio de ser la bailarina más joven que el ABT haya contratado para su cuerpo de baile en toda su existencia. A los 15 años, en junio de 1991, y haciendo una excepción en el reglamento, Paloma entró en el ABT y en la historia de la danza. En dos años fue elevada a la categoría de solista y en 21 meses más se convirtió en Principal Dancer. Con todo, a pesar de haber viajado por el mundo llevando sus danzas y de haber sido nombrada entre los mejores diez bailarines del mundo del siglo XX, según la prestigiosa revista Dance Magazine, conserva una humildad y dulzura sorprendentes.
El candor que derrama con sus palabras parece corresponderse con su nombre alado y con una foto que la acompaña en todas sus giras, en todos los programas de mano. Alicia Sanguinetti, autora de inolvidables tomas a bailarines argentinos, le sacó un gesto que la pinta tal cual es a golpe de vista. En el retrato, Paloma, de espaldas, gira su rostro y muestra su sonrisa plena y su cabellera larga y negra, que deja un solo hombro al descubierto. Así es Paloma Herrera. Aunque tenga un empeine monstruoso que le permite lograr equilibrios inverosímiles sobre las puntas de yeso y raso. Aunque se sostenga en el aire con sus piernas en un ángulo de más de 180 grados. Aunque su cambré hacia atrás desmienta que su espalda está hecha de carne y hueso. Ella hace esas proezas mientras, al mismo tiempo, disfruta. Más aún cuando sus funciones le permiten pasar por su ciudad, su casa y su familia.
Por eso está contenta, porque está en Buenos Aires y porque vuelve a bailar en su primer teatro, el Colón. Hoy, martes 30 a las 20.30, será la última presentación en la que se calzará abanico, aretes y un bucle sobre la oreja para hacer de Kitri, la española enamorada en Don Quijote. El brasileño Marcelo Gomes interpretará a Basilio, su pretendiente, mientras el Ballet Estable del Teatro Colón y actores invitados se encargarán de completar las escenas en las que no faltan los libros de caballerías. La coreografía es original de Marius Petipa (1818-1910), con modificaciones de Alexandr Gorski (1870-1924), sobre música de Ludwig Minkus (1826-1917), creada para el Bolshoi de Moscú en 1869. Pero en la actualidad sólo se conserva en forma de versiones. El Colón trae la de Zarko Prebil, bailarín y maestro croata.
El año pasado, Paloma Herrera bailó en el Colón otras obras, también con Marcelo Gomes, un partenaire que ella misma elige. Pero esta vez es distinto. Don Quijote es el ballet donde Herrera hizo su primer papel importante, en este mismo escenario, cuando todavía no tenía 12 años, como el Cupido principal. Encarnar ahora a Kitri cierra el círculo de su trayectoria imparable. Comenzó a los 7 años, con su primera maestra, Olga Ferri. Luego entró al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde la guiaron Rina Valverde y Aída Micón. Muchos premios internacionales desembocaron en una audición en la Escuela del ABT y en la estrella que Paloma Herrera es hoy. Entre esa primera función, con medias puntas y una flecha, y su presente exitoso, dos elementos son constantes: las dotes innatas y una dedicación rayana al fanatismo.
–¿Cómo fueron sus años en el Instituto Superior del Teatro Colón?
–El Colón guarda bellísimas experiencias de mi vida. Tengo hermosos recuerdos de mi época en el Instituto, sobre todo porque allí lo primero que hice fue Don Quijote, como uno de los Cupiditos. En esos mismos años yo iba también a la escuela primaria y tomaba clases con Olga Ferri. No sé cómo hacía todo: iba de una clase a otra clase. Tenía una energía desbordante, nunca faltaba a ningún lado. En realidad, esa misma pasión que tenía desde chiquita la tengo hoy: tengo esas mismas ganas. Es un placer cada vez que vuelvo al Colón. El público, la gente son fantásticos. Estoy feliz, feliz.
–¿Qué particularidades tiene esta versión de Zarko Prebil?
–Hoy en día no existe un Quijote original; sólo hay versiones: de Mac Kenzie, de Prebil, y otros. Y cada teatro, cada compañía tiene su repositor que hace pequeños cambios, elige algunos fragmentos musicales y desecha otros. Así se configuran obras más largas o más cortas, se modifica el vestuario, pero las partes más famosas siempre permanecen. En el fondo, es siempre el mismo ballet de Petipa con mínimas modificaciones.
–¿El Colón ofrece buenas condiciones técnicas para bailar?
–Yo estoy mal acostumbrada al ABT porque, cuando bailo con la compañía en teatros de distintos lugares del mundo, también viaja todo el staff y nuestros materiales. Entonces estamos siempre sobre el mismo escenario, el mismo tapete, la misma resina y todo está fríamente calculado por el personal del ABT. Ahora, cuando no bailo con el ABT, voy a teatros maravillosos aunque no estén en perfecto estado y me acostumbro, me adapto. Por ejemplo, cuando bailé en el Kirov de Rusia, eso era el summum. Por eso me fui rebuscando con las condiciones que había.
–¿Cómo son los términos del contrato con el Colón?
–Yo con el tema plata no me meto para nada. Todo lo hace mi productor. Yo sólo digo la parte artística: fechas, obras, compañeros. Y también pedí que las entradas fueran lo más baratas posible dentro de los parámetros del teatro, para que pudiera venir mucha gente.
–¿Qué significa Olga Ferri en su vida?
–Es una persona muy especial. Ella es mi mamá de la danza. Me formaba y estaba en todos los detalles; me decía a qué concursos me convenía presentarme, a cuáles no. Era una maestra muy cercana y yo hacía todo tal cual ella me lo decía. Cuando entraba a su estudio era feliz porque ella me cuidaba. Me formó para que yo me hiciera fuerte. Por eso a los 9 años ya me puse las puntas, gracias a su preparación. Lo que hizo se lo voy a agradecer toda la vida. Hoy ya no es común ver maestros así, como Olga, o como mi coach en el American (Irina Kolpakova), que me espera detrás del telón al final de cada función.
–¿Recuerda el día que le dijeron que era contratada para bailar en el ABT?
–Perfectamente. Ese día fui a hacer la audición, terminé la clase y directamente me dijeron: “Te damos el contrato”. Yo no lo podía creer... Iba saltando y gritando por la calle como una loca. Estaba fascinada. Pero no llamaba la atención porque en Nueva York hay gente muy rara. Lo primero que hice al llegar a mi residencia fue llamar a mis papás. Nunca voy a olvidar esa experiencia. Fue un sueño hecho realidad.
–¿Y cuando le comunicaron el ascenso a primera bailarina?
–Ese momento ya no fue tan impresionante porque yo ya venía haciendo roles principales, lo cual era muy importante de por sí y el nombre de “primera bailarina” no me importaba tanto. Además me lo veía venir. Pero cuando me lo dijo el director, me encantó.
–¿Qué diferencias encuentra en su propia evolución desde que entró al ABT?
–Hace trece años que estoy en esta compañía. Cuando entré, era una bebé. Me ayudó mucho pasar por todas las etapas, primero en el cuerpo de baile, después como solista, finalmente como primera bailarina. Y con la cantidad de funciones gané mucha cancha, mucha seguridad y confianza. Ahora me siento libre para entregar el ciento por ciento en cada función.
–¿Por qué eligió volver a bailar en el Colón con Marcelo Gomes?
–Es una de mis parejas en el ABT (allí no hay parejas fijas sino que los partenaires van rotando). Con él nos entendemos muy bien juntos y la gente del Colón quedó muy conforme con él, el año pasado. Así que yo lo propuse a él para que volviéramos a bailar juntos y estaremos de nuevo.
–¿Tuvo partenaires con los que no se entendiera tan bien?
–Uff... Sí, sí, claro (se ríe). Tuve partenaires con los que no había feeling en el escenario, no había química. Arriba del escenario la magia se da o no se da: es una cuestión de piel, de contacto físico. Igual, el profesionalismo debe superar esas cosas. Pero ahora trato de bailar sólo con quienes me da placer.
–¿Qué bailarines son sus referentes?
–Sylvie Guillem y Alessandra Ferri son bailarinas que desde siempre me encantaron. Y, por supuesto, Mikhail Baryshnikov: a él le alcanza con estar en el escenario; entra, se planta, no necesita hacer nada y todos los ojos van hacia él. Tiene ángel.
–¿Sus zapatillas de punta son especiales?
–Sí, son hechas a medida. En el ABT, cada bailarina elige su marca. Yo uso las Capezio. A su vez, dentro de esa marca, yo tengo zapatillas especiales que me hacen para mí, con pequeñas variaciones y especificaciones.
–¿Cuánto le dura un par de zapatillas?
–En los ballets completos uso un par por cada acto. Son zapatillas que llevo ablandadas previamente y que, después de usarlas durante un acto, sólo puedo dejarlas para hacer las clases o para los ensayos.
–¿Cómo es su rutina de horas de trabajo?
–En general, tomo clases a la mañana, luego tengo ensayos a la tarde y por la noche hago la función. No tengo un horario fijo; estoy con mi cuerpo todo el día. Hay veces que entro a la clase a las diez de la mañana y no salgo del teatro hasta las once de la noche. Otros días son más tranquilos y, después de la clase, descanso hasta el horario de la función. En tiempos sólo de ensayo es más acotado: desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde.
–¿Cómo cuida su cuerpo para una profesión tan exigida?
–Tengo una nutricionista que me recomienda cómo comer balanceado y sano para tener energía y seguir el ritmo de las funciones porque, a veces, hago dos funciones por día –matiné y noche–, dos días seguidos, sábado y domingo. Además necesito descansar y aprovechar mi día libre. Dormir y sesiones de masajes me ayudan a recuperarme.
–¿Qué razones cree que colaboraron para construir su carrera?
–Cada día, cuando me levanto, agradezco lo que tengo; en especial, soy una agradecida de la familia que tengo, que me apoyó en todo momento. Soy consciente de que trabajé un montón para llegar donde estoy, pero es verdad que otras cosas colaboraron, la suerte o el destino.