ESPECTáCULOS › “EL VIOLINISTA EN EL TEJADO”, CON PEPE SORIANO
La sabiduría del viejo Tevye
El musical, dirigido por Claudio Hochman, recrea el espíritu picaresco del relato de Sholem Aléijem, un clásico de la cultura judía.
Por Hilda Cabrera
Una benevolencia a prueba de dificultades caracteriza al judío Tevye, el lechero, habitante de una aldea rusa de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Define su temperamento la aceptación de una existencia en la que todos los hechos, incluidos los nimios, se consideran parte de una tradición, entendida ésta como el compendio de una cultura valiosa. De ahí el título de la canción inicial de este espectáculo, “Tradición”, y la insistencia de su protagonista-narrador en relacionar ésta con el equilibrio. No quedan dudas de que para Tevye esto es fundamental, sobre todo porque se avecinan épocas de cambio. Este enlace que hoy puede resultar simplista no lo fue probablemente para el público que en 1964 asistió al estreno de El violinista... en Broadway.
Entonces se festejó el travieso humor de ese lechero de aldea para quien belleza y moral iban unidas, como también el protagónico del célebre Zero Mostel (uno de los más famosos intérpretes de Tevye), las risueñas caricaturas trazadas sobre unos judíos rusos de humilde condición y el festivo y rotundo contrapunto de danzas judías y cosacas. Broadway convertía así en éxito teatral un relato de Sholem Aléijem (seudónimo de Shlomo Rabinowitz), uno de los autores más traducidos de la literatura idish, que nació en el pueblo ucraniano de Pereiaslav en 1859, practicó varios oficios, escapó de los pogroms de 1905 y se instaló finalmente en Nueva York, donde murió en 1916.
En este quinto montaje de esta obra en Buenos Aires (el primero fue en 1969, con el actor Raúl Rossi y producido también por Alejandro Romay), el equilibrio emotivo y la ética del personaje siguen marchando juntos, en una camaradería que al parecer no resquebrajan el tiempo ni los infortunios. Esta vez la sabiduría y vitalidad de Tevye son recreadas por el actor Pepe Soriano, cuyo trabajo –afinado y contenido, como el de la excelente Rita Cortese, en el papel de Golde, su mujer– sobresale por la variedad de matices que logra en la actuación y el canto. La vivacidad es un elemento básico en esta versión dirigida por Claudio Hochman y coordinada por Helena Tritek, que mantiene al público expectante frente a los cambios de decorado. La escenografía es funcional y pictórica. El elenco revela a su vez una preparación rigurosa: se muestra seguro y apasionado en el canto y la danza. En cuanto al texto, no sorprende que, pasado por el cernidor de Broadway, el relato de Aléijem (publicado en inglés recién en la década del ‘40) quede circunscripto a la anécdota del hombre bueno y saludable que describe con humor algunas particularidades de su familia (su mujer y las cinco hijas que debe casar) y de sus vecinos, como el rabino y el mendigo, la casamentera Iente (Estella Molly), el carnicero Leizer Wolf (Juan Manuel Tenuta) y el revolucionario, un joven judío que se presenta como maestro formado en Kiev. Este tipo de personaje se reitera en otros textos de Aléijem. En El violinista..., la figura del revolucionario socialista o anarquista judío genera en la comunidad actitudes ambivalentes, de simpatía y desconfianza a la vez.
La mirada sobre estos personajes y sobre asuntos sociales ásperos o conflictivos es la que corresponde a un narrador supuestamente bonachón. Por eso, al iniciarse esta historia todo es armonía. Como dice Tevye, los cosacos no molestan, y la vida se desliza en el shtetl de Anátevka como la melodía de un violín que suena desde un tejado. Con esa misma mansedumbre, el lechero se queja de su pobreza, de haberse quedado sin caballo y tener que tirar él mismo del carro. Tevye parece no haber conocido la violencia, hasta el momento en que los cosacos irrumpen en la boda de una de sus hijas, destrozándolo todo. Recién entonces decide emigrar, y se le ocurre que América es la salvación.
Las canciones interpoladas ofician de comentario coral. Así, a la inicial “Tradición” le siguen, entre otras, “Casamentera”, “¿Tú me amas?”, “Si yo fuera rico”, “Lejos del hogar que amo” y “Anátevka”. Las escenas de baile contagian a la platea, que en la noche del estreno en el Teatro Broadway batió palmas marcando el ritmo de las piezas, especie de híbridos folklóricos. El juego de luces sobre el decorado es atractivo: permite incluso fantasear con climas semejantes a las pinturas con aldeas de Marc Chagall (la figura del violinista sobre un tejado es una imagen que se le aproxima).
En cuanto al tramo más sombrío de esta historia –el de la emigración forzada de Tevye y de su comunidad–, el musical se ajusta a las convenciones. El violinista... de Joseph Stein, con música de Jerry Bock, no cala en el drama del antisemitismo, porque su apuesta es agradar a todos los que gusten de este género teatral, con un humor blando y abundancia de música, baile y canto. Finalmente, ésta no es más que una lujosa versión de ese mundo de fantasía que Aléijem ideó en un contexto diferente. Ese universo es el de la imaginaria aldea que describe en Kasrílevke, ciudad grande, habitada por personajes que, como los de la comunidad de Tevye, alcanzaron con el tiempo, y dentro de la literatura, categoría universal sin dejar de ser prototipos de una picaresca judía.