ESPECTáCULOS › TRES EDADES PARA EL AMOR, DIRIGIDO POR SYLVIA CHANG
Mujeres cruzadas al azar
El film afronta con sensibilidad femenina los tópicos más trillados del melodrama, sin rebajarse jamás ni resignar calidad.
Por Diego Bonadeo
A esta altura parecería no quedar terreno en el que el cine asiático no aventaje al occidental. Lo hace desde hace tiempo en el rubro de acción y gran espectáculo (comparar Zatoichi, El tigre y el dragón o Héroe con cualquier equivalente occidental), en el terreno de la animación (confrontar a Hayao Miyazaki con Disney o Dreamworks), del thriller (la hongkonesa Infernal Affairs, la coreana Memories of Murder) y, notoriamente, en el campo del cine de autor, con los nombres de Hou Hsiao-hsien, Tsai Ming-liang y Wong Kar-wai reinando como soberanos indiscutidos. Pero incluso en géneros más tradicionales, en los que alguna vez Hollywood no tuvo rivales a la vista, el cine oriental demuestra una convicción y sinceridad a las que sus pares occidentales parecerían no poder ni aspirar. Prueba de ello es el film hongkonés Tres edades para el amor, que afronta los tópicos más trillados del melodrama sin rebajarse jamás, y que por estos días el sello LK-Tel lanza en VHS y DVD en la Argentina.
Titulada en el original 20 : 30 : 40, la película dirigida por Sylvia Chang aborda la temática femenina, narrando las historias amorosas de tres mujeres de esas edades. Nueva variante del género “cruce azaroso de personajes dispares” (uno de los más transitados del cine contemporáneo, desde Ciudad de ángeles hasta 21 gramos, pasando por Pulp Fiction y la “trilogía de los colores” de Kieslowsky), en este caso la excusa para vincular esas historias es el hecho de que las protagonistas coinciden en un avión. En ese vuelo –que aterriza en Taipei, capital de Taiwan– viaja Xiao Jie, una chica malaya que viene a probar fortuna como cantante pop. Una de las azafatas es la treintañera Xiang (René Liu, hermana de Lucy Liu, uno de Los ángeles de Charlie de la versión cinematográfica). Mientras que Lily (encarnada por la propia realizadora, Sylvia Chang) es una señora de cuarenta y pico, que va al aeropuerto a esperar la llegada de su hija, quien también viene a bordo del avión.
De allí en más, en un par de ocasiones volverán a cruzarse por pura casualidad, pero sin llegar a relacionarse entre sí. Con vasta experiencia en el género (actuó, entre otras, en Comer, beber y amar, y tiene una larga carrera paralela como realizadora de dramas íntimos), la taiwanesa Sylvia Chang esboza, a través de las tres protagonistas, una suerte de pintura al agua, de trazos muy suaves, de una serie de conflictos largamente asociados con la temática femenina. Llena de un entusiasmo hecho de idolatrías y grititos adolescentes, Xiao Jie descubrirá el homoerotismo, desde el momento en que un empresario musical (el veterano Anthony Wong, figura popularísima del cine de acción hongkonés) la reúne con la otra integrante de un dúo pop. Junto con ese despertar llegará la primera decepción amorosa, paso a la definitiva madurez de Xiao Jie.
A su turno, la azafata Xiang se halla encajonada en una doble relación insatisfactoria, que la (des)une a un vecino demasiado posesivo y a un hombre casado, radicado en Nueva York. Con un trabajo que parece condenarla a la transitoriedad afectiva, a la larga Xiang se asomará a la posibilidad de un vínculo más estable, en la figura de un viudo con una hija a cargo. La cuarentona Lily es como la cara inversa de Xiang. Dueña de una florería y con una vida matrimonial de lo más tradicional, todo se le pondrá patas arriba cuando descubra que su marido lleva desde hace tiempo una doble vida, guardada bajo cuatro llaves. Tras el shock y las lágrimas, Lily disfrutará de una segunda soltería, que le permitirá conocer –entre otras relaciones pasajeras– a un apuesto aunque poco confiable galán (Tony Leung Ka-fai, aquel buen mozo de El amante).
Sin cuestionar jamás el canon del cine “para mujeres”, el gran mérito de Tres edades para el amor es el de abordarlo sin que llegue a sentirse como dogma inviolable. Es verdad que –suele suceder en esta clase de films corales– la multiplicidad de historias hace que no se profundicedemasiado en ninguna de ellas. Por otra parte, algunas resoluciones resultan algo forzadas, como el happy end al que inevitablemente conduce la insatisfacción amorosa de la azafata. Pero la señora Chang –con ayuda de un guión coescrito junto a sus compañeras de elenco– logra narrar todo esto con elegancia, altura y la convicción de quien tiene entre manos un material en el que íntimamente cree. A diferencia de lo que suele suceder con sus equivalentes occidentales, es difícil que el espectador de Tres edades para el amor se sienta manipulado, usado o peyorativizado, esas experiencias a las que el cine contemporáneo suele condenarlo.