ESPECTáCULOS › HOY SE CUMPLEN DIEZ AÑOS DE LA MUERTE
DEL ESCRITOR Y PERIODISTA MIGUEL BRIANTE
El hombre que usaba las palabras justas
Cronista de observación aguda, testigo de un criollismo que él supo reinventar, crítico de arte y cuentista, Briante fue una figura insoslayable de la literatura argentina.
Por Silvina Friera
La distancia temporal con la que se mira (y lee) la obra de Miguel Briante –hoy, que se cumplen diez años de su muerte– permite alumbrar una zona medular de su escritura: narrar, a su manera, con el oído adherido al modo de expresarse de los personajes que habitaron su mundo ficcional y periodístico. Pero el arte de la narración rebasa la copa de la sintonía auditiva porque el escritor apela a la mirada que, más allá de lo aparente, construye zonas que no son meras copias de la “realidad”, como el pueblo siempre quieto a la hora de la siesta o las voces y las risas de los adolescentes que emergen a la orilla del río. Era su ley de juego, las fichas que arriesgaba en la literatura. Por eso se dice que su estilo era económico, ajustado, afilado, que nunca sobraba un adjetivo, un sustantivo o un verbo. Esa adhesión estética permite trazar una cronología en la literatura argentina: hay un antes y después de Briante. No porque rompiera amarras con Sarmiento-Borges-Arlt, o Hernández-Lugones, sino porque se sacaba de encima el peso de la herencia, especialmente la borgeana, integrando y reescribiendo a estos autores canónicos.
Desde la óptica de la crítica literaria, su proyecto consistió en reelaborar el criollismo borgeano, invirtiendo el punto de vista con el que se aproximaba a la pampa. Frente a las referencias universales de Borges, Briante arranca del pueblo chico hacia lo general. Y Ley de juego (cuentos publicados en 1983, pero mayoritariamente escritos durante la década del ’60) transparenta esta empresa, parafraseando a ese adolescente de dieciséis años del relato Ultimo día: “Había que encontrar otra forma de decir las cosas”. Y el cuentista prematuro, el pibe Briante, lo hizo.
Narrador precoz
Briante nació el 19 de mayo de 1944 en General Belgrano (provincia de Buenos Aires) y murió allí mismo, cincuenta años después, al caer de una escalera de su casa. A los nueve años ya vivía en Buenos Aires, y con tan sólo diecisiete años ganó un concurso organizado por la revista El Escarabajo de Oro, con un jurado integrado por Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, Humberto Costantini y Augusto Roa Bastos. Ese cuentista precoz despuntaba un estilo tan acabado y singular, tan propio de eso que se llama “madurez” en la escritura, que la marca Briante se imponía quizá con la certeza de que sus mejores libros ya estaban escritos. A los veinte había publicado Las hamacas voladoras, sus primeros relatos, a los que siguieron Hombre en la orilla (1968) y Kincón (1974), su única novela. Y aunque su publicación fue posterior, buena parte de los cuentos de Ley de juego corresponden a esta etapa inicial en la que aparecen los ecos de las influencias que ejercieron Carson McCullers (con La balada del café triste y El corazón es un cazador solitario), Faulkner y el mexicano Juan Rulfo, como modelo de escritor y de escritura.
Quizá porque fue un escritor que trabajó intensamente en distintos medios periodísticos –entre 1967 y 1975 jugó en los equipos de Confirmado, Primera Plana, Panorama y La Opinión–, su única novela y sus cuentos padecieron de una recepción mezquina, no exenta de una deliberada crueldad, propia de los prejuicios del academicismo literario que para analizar una obra necesitan repetir, cada dos líneas, el Padrenuestro barthesiano, foucaultiano o derridiano, según quien escriba, tics teóricos rebuscados y pedantería universitaria de la que Briante desconfiaba; lo suyo era la sobriedad de quien escribe con elegancia, sin necesidad de presumir, sin estridencias ni exuberancias barrocas. La pionera en saldar este ninguneo fue María Rosa Lojo, en 1987, con su estudio crítico Un espacio para la marginalidad (ver aparte), y hace tres años Elisa Calabrese y Luciano Martínez en Miguel Briante: genealogía de un olvido (Beatriz Viterbo). La prosa de Briante fue intensa; era un equilibrista eximio de la crónica periodística, podía hacer un corte, desviar la atención, suspender el punto álgido del relato, pero tocando siempre las cuerdas de la armonía. Hay que releer La noticia de los que esperan noticias, publicada en este diario en 1990, y reunida en la antología periodística Desde este mundo (editada recientemente por Sudamericana), para comprender su manejo de los puntos de vista, la entonación, la fluidez de la crónica, hasta dónde contar para no caer en lo obvio. El estilo periodístico de Briante era, vertebralmente, literario. Y para muestra basta recordar apenas unas líneas de esa gran crónica: “Hay gente de todos lados que espera. La tiran al suelo y todos se abalanzan. Es muy cruel, señor; la tiran como quien la tira a los chanchos, a la comida”. Pero también fue crítico de arte –dirigió la sección de artes plásticas de Página/12, desde 1987 hasta su muerte–, también el Centro Cultural Recoleta, y publicó reseñas en La Voz, Artinf y Vogue.
El Rulfo de la pampa
El modo austero de contar y el hecho de que se señalara, con insistencia, que fue un autor de poca obra publicada remiten a la construcción del mito Briante, que entronca con Rulfo, escritor a quien admiraba. “Yo no escribo. Reedito”, provocaba el escritor y periodista, acaso ironizando o contraponiendo su prematura incursión en las letras con lo que se esperaba de él. ¿Por qué ese apetito por lo prolífico, la fábrica de cuentos o novelas listos para salir en serie, como condición sine qua non del oficio de escribir? O, para plantearlo en términos similares: ¿es válido comparar el mundo de la producción con el ejercicio de la literatura? Tal vez sea preciso revisar las categorías de brevedad o de abundancia a la luz del caso Briante. Es cierto que su obra literaria estuvo en desventaja si se la compara con sus artículos periodísticos –en las redacciones buscaba ese mango que te haga morfar–, pero no es menos cierto el problema de los márgenes; cuántas de sus crónicas periodísticas cabalgan entre el periodismo y la literatura, como atentamente lo percibió Luis Chitarroni, a cargo de la selección de los trabajos periodísticos de Briante, al incluir al final del libro la nota sobre el secuestro y el asesinato del embajador Hidalgo Solá bajo la categoría de “cuento periodístico”.
Briante era el Rulfo de la llanura pampeana; al igual que su maestro, a quien pudo entrevistar en México a mediados de 1968, se había ejercitado en el lenguaje rural y semiurbano que había oído hablar en su infancia, en su adolescencia, y rehuyó de la retórica porque prefería capturar la complejidad de lo simple. Si sus ficciones resisten los achaques del tiempo es porque restituyó la palabra “contar” –tantas veces descalificada no sólo en la pintura sino en la narrativa– a la literatura argentina.