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De picardías y trampas

 Por Pablo Vignone

Salido a flote a pesar de haber embestido las barreras arancelarias, el Mercosur está en peligro nuevamente a causa de un motivo más trivial. Los dichos de Diego Armando Maradona sobre el bidón y Branco encendieron la mecha de un escándalo que no parece encontrar dique, y es a la vez una hoguera en la que se consume, arrebatado, el prestigio de Carlos Salvador Bilardo. Ahora que es tiempo de recambio turístico, habrá que decirlo: se vuelve de tantos lugares pero del ridículo es casi imposible.
Porque en esta discusión supina –en la que ya no está en juego el debate sobre la veracidad del episodio, ya que Maradona dijo en público lo que varios integrantes de aquel plantel venían asegurando en privado, off the record, desde 1990– se mezclan la Biblia del fútbol y el calefón en el que se recalientan los ánimos brasileños.
A la hora de enrostrar pecados, hay que admitir que tanto la mano de Tulio en la Copa América de 1995 como la del mismo Diego en el Mundial de México, casi una década antes, fueron producto de una picardía instantánea, macerada en un potrero, fuera de la ley en términos reglamentarios, aunque característica de un folklore ligado de manera íntima con el espíritu del fútbol; sin embargo, nunca planeada de antemano, arbitrariamente, ni urdida como parte de una serie de trucos decididamente ilegales, trazados con alevosía, protagonizados por bidones, alfileres, tierra en los ojos, agua podrida, canchas inundadas, banderas quemadas...
Nunca semejantes trampas quedaron tan expuestas. La suficiencia que da la impunidad no alcanza para tapar el reclamo de una condena moral que mal puede aplicar la FIFA, pero sí aquellos que verdaderamente aman el fútbol.

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