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Sobre la mesa que quedó vacía
Por Osvaldo Bayer
Creo que fue Susana Viau quien calificó a Briante de provocador literario o de escritor provocador de la literatura. Justo. Porque a mí me patoteó. Discutimos sobre el pintor Gorriarena y él me señaló con su sonrisa característica (se reía con la boca hacia abajo) y me apabulló: “Vos sos mi papá”, a lo que le contesté estirando la boca hacia abajo: “Sí, pero un papá joven, yo tenía 17 años cuando naciste, así que te engendré por amor, porque en la adolescencia yo sólo hice el amor por amor”. El se quedó mirando con la boca abierta y me dijo con sus ojos brillantes: “Ah, entonces tenemos que hacer un libro juntos sobre el amor, por amor”. Aceptado, le dije. Pero no nos dio tiempo el tiempo. La muerte absurda. Sólo la ausencia.
Caminando con Soriano por Corrientes, lo encontramos a Briante tres o cuatro veces en el café de la esquina del Teatro San Martín. El nos veía, iba hasta la puerta y nos llamaba. Entonces empezaban los encuentros interminables. Porque Miguel no nos dejaba ir hasta que las velas se apagaran y las lenguas pesaran. Con el Gordo ya sabíamos, si nos llama Briante, adiós la noche. Pero íbamos, nos gustaba, nos atraía. Crítica, risa, ellos eran de la misma generación, yo de la vieja. Me repreguntaban por algunos intelectuales, personajes y personajones, qué hacían durante los años del primer peronismo, y del segundo. Cuando paso por ese café, veo la mesa vacía y voy y me siento en ella, como para que se reanude la charla. Hay silencio, no más. Y también lo escucho.
Me acuerdo del encuentro en otro café. El Foro, de Corrientes y Uruguay. Nos encontramos por pedido de él. Estábamos a principios del ’90. Me dice muy nervioso: “Me ofrecieron la dirección del Centro Cultural Recoleta. ¿Qué te parece?, ¿acepto?”. Gobernaba Menem. Le dije: “Aceptá mientras hagas tu criterio y no el de los otros”. Me agradeció. Y así lo hizo. Me acuerdo de su gran alegría cuando inauguró allí la exposición de las Madres de Plaza de Mayo. Hablé en el acto y remarqué el coraje civil que significaba traer a las Madres a la Recoleta. Y Miguel se fue de allí cuando le exigieron que sacara a las Madres porque venía el caudillaje. Así también era el amigo Briante.
Nunca me lo perdonaré. Una madrugada pasé por un café, ahí donde empieza San Telmo. Briante estaba solo en una mesa. Me llamó y me pidió que lo acompañase. Eso suponía la madrugada. Sin sentarme, le dije que no podía. Se puso triste. Noté en él un sentimiento de soledad. Pero me fui, desgraciado. Unas semanas después, sin haberlo visto más, supe lo injusto. Me reprocharé siempre mi abandono. Pero ya volaremos juntos y le pediré perdón.
Miguel: no hablé de tu obra. Porque está ahí y se seguirá leyendo. Quise contar algo de vos. Para verte de nuevo, aunque la mesa del café siga vacía.