ESPECTáCULOS
Una dupla inolvidable, llevada de la mano por el gran Billy Wilder
“Por dinero, casi todo”, del genial cineasta recientemente fallecido, marca el debut de la sociedad actoral Jack Lemmon-Walter Matthau.
Por Horacio Bernades
Está claro que a Billy Wilder, fallecido hace poco más de un mes a los 86 años, siempre le interesaron las mujeres. Casado durante más de medio siglo con la fiel Audrey –bella dama, unos cuantos años menor que él–, Wilder, que supo desempeñarse durante un tiempo como bailarín-gigoló en la Viena imperial de la juventud, nunca dejó de ser un picaflor, como buen bon vivant que era. En sus películas, las mujeres suelen ocupar roles centrales. Pero siempre vistas a través de una mirada masculina, que tanto puede convertirlas en objeto de deseo como de desprecio, complicidad a veces y hasta (aunque esto sea menos frecuente) adoración.
Las contradictorias imágenes que de las mujeres exuda el universo wilderiano pueden apreciarse en plenitud en las cuatro películas del autor que el sello Epoca acaba de lanzar. Tres de ellas conocían ya anteriores ediciones en video. Se trata de Testigo de cargo, Amor en la tarde (ambas de 1957) e Irma la dulce (1963). La cuarta película editada representa todo un aporte al conocimiento de la obra del autor, ya que, tratándose de un Wilder esencial, no es de las más conocidas, y en la Argentina, más allá de alguna aislada exhibición por cable hace unos años, no había modo de verla desde hacía décadas. Se trata de Por dinero, casi todo, típica sátira ultracorrosiva que Wilder dirigió en 1966, en base a un guión coescrito con su brazo derecho I.A.L. Diamond. El título original es The Fortune Cookie y se trata de un verdadero hito, en tanto marca la primera ocasión en que se reunió una dupla cómica sin la cual la comedia estadounidense de los últimos treinta y pico de años nunca hubiera sido la misma: la formada por Jack Lemmon y Walter Matthau. Este último, a quien Wilder había querido ya para el protagónico masculino de La comezón del séptimo año, recibiría un Oscar por su papel de roñoso picapleitos en este primer film junto a Lemmon.
Lo que mueve a los personajes de Por dinero, casi todo es lo que el título indica, poderosa fuerza motriz en el mundo según Wilder. Lemmon es aquí Harry Hinkler, típico hombrecito wilderiano que, como el personaje que él mismo encarnara en Piso de soltero, se deja atrapar en un sucio juego de intereses. Camarógrafo de la CBS, mientras filma desde el costado del campo, Hinkler es atropellado por un fornido quarterback, durante un partido de fútbol americano. Se trata de un traumatismo leve, pero basta que su cuñado, el abogaducho Willie Gingrich (Matthau), se entere de que Harry sufrió de niño una crónica lesión cervical, para que ese nido de ratas que es su cerebro se ponga a trabajar. “No tengo nada”, intenta explicarle Harry a Willie, pero éste lo frena: “Lo que no vas a tener, si seguís diciendo que estás sano, es el millón de dólares que le pienso cobrar, por lesiones graves, a la CBS, los dueños del estadio y el equipo de fútbol”. De allí en más, Gingrich y Hinkler ponen en marcha su propia industria del juicio, para lo cual el bueno de Harry deberá pasarse la película entera enyesado y en silla de ruedas.
La idea es semejante a la de Cadenas de roca (The Big Carnival, 1951), donde un periodista inescrupuloso explotaba para su propio beneficio a un pobre accidentado, y plantea una oposición frecuente en el cine de Wilder, entre ingenuos y aprovechados. En este último bando milita decididamente la ex esposa de Harry, una rubia vulgar que lo dejó por un músico. Pero que, en cuanto se entera de la suma que aquél podría llegar a cobrar, se muestra más que dispuesta a volver a su lado. Quienes creen que Wilder odiaba a las mujeres tienen en el personaje de Sandy a uno de sus principales argumentos, y la literal patada en el culo que Lemmon le propina sobre el final constituye uno de los momentos estelares de la misoginia cinematográfica.
Pero Wilder no sólo era capaz de odiarlas. También podía hacer, de su confesado desconocimiento del alma femenina, una poderosa fuente de misterio, como ocurre con el personaje de Marlene Dietrich en Testigo de cargo. O de simpatizar decididamente con las trabajadoras del sexo, como se hace evidente a lo largo de toda su obra y en particular en Irma la dulce. Hasta podía ponerse en su lugar, como sucede en esa maravillosa comedia lubitschiana que es Amor en la tarde, donde la virginal Audrey Hepburn se fascina, sufre en silencio y se entrega sin retaceos al playboy veterano que encarna Gary Cooper. Playboy veterano o, si se prefiere, viejo verde: tampoco los hombres salen muy bien parados de las películas del escéptico más encantador que haya dado el cine estadounidense.