ESPECTáCULOS › MILLION DOLLAR BABY, LA ULTIMA DE CLINT EASTWOOD

Los destinos de la voluntad

El film, candidateado a siete Oscar, propone otra historia de lucha y redención, esta vez centrado en la relación entre un entrenador (Eastwood) y una tenaz boxeadora (Hilary Swank).

Por L. M.

Es extraño el curso que ha tomado últimamente la carrera de Clint Eastwood. Forjado como actor en los años ’60 a las órdenes de Sergio Leone y Don Siegel, a los que aportó una personalidad marcada a fuego, que lo identificó con personajes violentos, siempre lacónicos y de un código de conducta inquebrantable, el despiadado Clint pasó en los ’70 a ser el prolífico director Eastwood, un realizador al margen de modas y tendencias, consecuente con su recia imagen de actor y, aun en su diversidad, siempre en una línea de nobleza y parquedad que parecía ser la del último heredero de la tradición de la vieja casa Warner Bros. El reconocimiento que alcanzó con Los imperdonables no pareció apartarlo de ese camino de clásica sobriedad, ni siquiera cuando decidió abordar el melodrama romántico, con la notable Los puentes de Madison (1995).
Sin embargo, Río místico (2003), que también le valió el reconocimiento de la Academia de Hollywood, pareció –a pesar de la salva de aplausos que recibió en todo el mundo– una deserción de Eastwood a las que hasta entonces habían sido las constantes más firmes de su cine. Aunque sin los excesos y la grandilocuencia que afectaban a Mystic River, ahora Million Dollar Baby –candidata a siete premios Oscar– parece venir a ratificar esa nueva adhesión de Eastwood a los cánones más rutinarios y convencionales de Hollywood.
El logo en blanco y negro de la Warner y el ambiente de boxeo en el que se desarrolla la nueva película de Eastwood prometen, en un comienzo, un regreso intemporal a las historias de lucha y redención que producía el estudio. Pero poco a poco, Million Dollar Baby parece ir acusando influencias más cercanas y perniciosas, como las de la saga Rocky, por ejemplo, con su mística del mero esfuerzo físico y del triunfo de la voluntad. Ese es el caso de Maggie (Hilary Swank), una mesera que a los 31 años ya está grande para ser alguien en el deporte, pero cuyo primer KO es convencer al veterano entrenador Frankie Dunn (Eastwood) de que la prepare, a pesar de que él cree que el box no es para las mujeres.
Hay una vieja culpa que Dunn pareciera querer expiar y que tiene que ver con su única hija, a la que no ve hace años y que le devuelve sin abrir todas y cada una de sus cartas. Maggie parece ser la manera en que Dunn puede redimirse de sus pecados, que nadie conoce salvo quizá Scrap (Morgan Freeman), un ex boxeador que funciona como la conciencia del entrenador y también como narrador en off, que va explicando a la manera de un locutor de qué se trata todo ese mundo del boxeo.
Cuando todos los caminos parecen conducir al éxito, Million Dollar Baby produce un brusco quiebre en su narrativa y comienza un melodrama hospitalario del cual no conviene revelar demasiado al espectador potencial, salvo que se relaciona con el tema –la eutanasia– de otra de las favoritas al Oscar, la española Mar adentro. En este segundo segmento al film de Eastwood se le notan los hilos del guión de Paul Haggis, calculados para obtener determinados efectos pavlovianos en la platea.
A favor de Million Dollar Baby debe decirse que Eastwood, a diferencia de lo que habrían hecho muchos otros directores menos seguros de sí mismos, deserotiza todo el film, ya sea la relación con su pupila o incluso los combates de boxeo. En esta elección, que no es menor, hay algo de la nobleza del mejor cine de Eastwood, que a veces –como sucedió con el policial Deuda de sangre (2002)– es el más modesto, el menos pretencioso y, por consiguiente, el menos valorado.

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Million... fluctúa entre la habitual nobleza del cine de Eastwood y cierta tendencia al melodrama.
 
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