ESPECTáCULOS › PETO MENAHEM HABLA DEL AUGE DEL STAND UP
“El partenaire es el público”
El actor integra el elenco de Cómico Stand Up II, uno de los espectáculos emblemáticos de la movida. Menahem sostiene que el boom no obedece a la presunta novedad que plantea el género. “Es lo mismo que siempre hicieron Landriscina y Verdaguer”, señala.
Por Emanuel Respighi
El género stand up, en el que un humorista recita un monólogo frente a la platea con la única ayuda de un micrófono y su ingenio, tuvo en el último año un desarrollo importante en la escena teatral porteña. Opción alternativa al teatro tradicional, conviven hoy en la cartelera numerosos espectáculos que se agrupan bajo la nueva categoría de stand up, en una suerte de pequeño boom que instala en el país el género en el cual se hizo conocido Jerry Seinfeld, el protagonista de la serie televisiva que durante años llevó como nombre su apellido. Sin embargo, hay quienes sostienen que el género posee una tradición local desde hace tiempo. Tal es lo que plantea Gustavo “Peto” Menahem, uno de los cinco protagonistas de Cómico Stand Up II, el espectáculo que viernes y sábados se presenta en el Paseo La Plaza, a las 24. “El stand up no es nuevo en la Argentina: es lo mismo que siempre hicieron Landriscina y Verdaguer”, dispara en la entrevista con Página/12. “La diferencia –agrega– es que ahora se puso de moda categorizar en inglés, algo que siempre hicimos los actores cuando no nos llamaba ningún productor y no teníamos plata ni para escenografía ni para vestuario.”
Actor que saltó a la fama a finales de los noventa por su papel en una serie de publicidades para el Banco Provincia (era Tito, el ciudadano al que le encantaba hacer colas), Menahem es voz autorizada a la hora de analizar el fenómeno stand up. Ya en los ’90 incursionó en el género con un espectáculo infantil que realizaba sin escenografía, vestuario y sentado en una silla. “Ese fue el comienzo, con la diferencia de que ahí hacía muchos personajes. Pero la esencia era la misma: los límites hacen que agudices la creatividad.” Años más tarde, fue convocado para participar de las dos versiones de El club de la comedia, ciclo de monólogos conducido por Jorge Guinzburg y Enrique Pinti. Y ahora, junto a Martín Rocco, Javier Lombardo, Sebastián Wainraich y Diego Reinhold, forma parte del elenco de Comico Stand Up II, suceso en la calle Corrientes.
“En el stand up –reconoce Menahem– encontré un lugar comodísimo, aunque nunca pensé que lo iba a disfrutar tanto. Pero también entiendo que otra gente se sienta muy incómoda. Yo tuve la suerte de que con todos los monólogos que hice me haya ido bien.” Sin embargo, reconoce el riesgo que significa pararse solo frente a una platea que busca reírse. “Siempre creí que el humor de micrófono era una pelotudez. Hasta que una vez me quedé sin voz en medio del monólogo y ahí tomé conciencia de lo solo que está el actor arriba del escenario.”
–¿Y qué hizo en ese momento?
–Me relajé y me dije que ya vendrá. Lo único que podés hacer es aferrarte a lo que hay en ese momento. Ese trainning me lo dio el clown. Sólo da resultado lo que hay en ese momento, pero para verlo tenés que estar relajado. Entonces empecé a joder con la falta de voz y la gente se cagó de risa. Y de a poco la voz volvió. En ese sentido, el stand up es un lugar extremadamente incómodo pero adrenalínico: es como tener sexo en un lugar público.
–Un lugar de suma precariedad para el actor...
–Sí, pero en realidad no es que uno no tiene partenaire: en el stand up el partenaire es el público. Actuar se trata de interacción, ya sea con otro actor o, en el caso del monólogo, con el público. Aun en los monólogos dentro de una misma obra.
–¿Qué es lo más complicado del stand up?
–A mí me cuesta encontrar un tema que me guste y me interese tanto para subirme al escenario solo y hablar de eso. El año pasado hacía un monólogo sobre La Biblia tomando algunas ideas de Roberto Benigni. El de ahora, sobre al muerte, es íntegramente mío. Lo que necesito es sentir personal el monólogo, encontrar un tema que me provoque un interés que sea más fuerte que mi vanidad y mi timidez. No podría hacer un texto que no me interese.
–El monólogo del año pasado era sobre Dios y la Biblia. Este es sobre la muerte. ¿Por qué siempre elige temas existenciales?
–No tengo idea. Sé que no debe ser casualidad, pero no lo tengo muy claro. En el monólogo actual me río un poco de lo que a uno le pasa con la muerte, todo lo que rodea la psiquis humana en referencia a ese tema. Me río del miedo a la muerte, así como con la Biblia hacía lo mismo. Me gusta reírme del miedo a las instituciones. Yo no decía que Dios no existe, sino que preferiría que existiera un Dios de la alegría, de la amistad, del amor; no el Dios del premio y el castigo. No hay que vivir con miedo, con culpa, con miedo a morirse... Todos nos vamos a morir, la diferencia es la manera con la que llegamos hasta ese momento.
–El arte y la Iglesia no se llevan demasiado bien...
–Me río de la confusión que generan estos miedos. Si tomamos los pecados capitales, no hay nadie que se enoje más que Dios, que sea más soberbio que él, que sea más perezoso que él, que sea más lujurioso que él... ¡es el máximo pecador! Y en este monólogo también aparece Dios, aunque está más centrado en el tema de la muerte; el clímax del monólogo es cuando el protagonista, que no es otro que un tipo que vuelve de la muerte, se encuentra a Dios cara a cara. Es un Dios con buena onda, alucinando, pero tiene un problema: sólo habla coreano. Como tiene muchas preguntas para hacerle, tiene un traductor que es un turro terrible, mala onda, que no es otro que el demonio.
–¿O sea que toma como punto de partida la muerte pero para hablar sobre el problema de la incomunicación?
–La mayoría de los problemas que yo tengo son de traducción, de cómo traduzco al otro, de cómo traduzco las situaciones... Si tuviéramos un canal más directo entre las personas viviríamos con menos problemas, sería todo más sencillo. Este monólogo surgió después de la muerte de mi abuelo, con quien yo tenía una relación muy estrecha. Y el monólogo lo escupí bajo el agua de la bañera. La risa te da una buena distancia de las cosas. El humor no te despega del dolor pero te da un punto de vista distinto.