EL MUNDO › OPINION
Paz y gas, un solo compromiso
Por Martín Granovsky
Por dos razones para la Argentina la situación en Bolivia es un problema mayor que el escándalo de Southern Winds o que una crisis provincial como la toma de la cárcel de Córdoba.
La primera razón: tener un vecino inestable siempre es un tema doméstico, no diplomático.
La segunda razón: la Argentina quiere explotar menos gas propio y comprar más gas en Bolivia, y viene negociando mayor seguridad en la provisión y mejores tarifas para una cantidad que debería llegar a los 20 millones de metros cúbicos por día en el 2007. La cifra actual es de la tercera parte.
No sólo la Argentina tiene esperanzas en el gas boliviano. También Uruguay. Y Brasil, a través de la estatal Petrobras, ya se convirtió en un gran jugador dentro de Bolivia, donde genera un cuarto de la recaudación fiscal. Incluso Paraguay depende de la estabilidad boliviana. Si el rico departamento de Santa Cruz llegara a desgajarse del resto y eso redundara en una guerra de secesión, ningún vecino quedaría al margen.
La situación es tan compleja que no quedará resuelta ni siquiera si hoy o mañana el Congreso rechazara la renuncia del presidente Carlos Mesa.
A diferencia de Eduardo Duhalde en la transición argentina desde la crisis del “que se vayan todos” y la devaluación, Mesa no es jefe de ningún partido político. A diferencia de Kirchner, carece de estructura prestada. La fuerza con la que fue electo vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Losada, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, tiene parlamentarios pero ningún peso político en la calle. En las últimas elecciones, las municipales de diciembre, el MNR obtuvo sólo el 6,6 por ciento. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que en los últimos años cogobernó alternativamente con el MNR o la derecha del fallecido Hugo Banzer, sacó poco más, el 7 por ciento.
El partido más representativo es el Movimiento al Socialismo del líder cocalero Evo Morales. Pero la crisis no se resolvería siquiera si Mesa optase por regalarle la política al MAS: no representó el 80 por ciento de los votos sino el 20,9 por ciento en las presidenciales del 2002 y el 18,4 en las últimas municipales.
El resto del electorado quedó repartido entre las 341 agrupaciones ciudadanas y los 63 pueblos indígenas, dos categorías que compitieron por primera vez en la historia el año pasado. Sin embargo, no tienen una representación nacional unificada.
“Esperemos que los dirigentes políticos bolivianos alcancen un consenso nacional”, dijo ayer Richard Boucher, vocero del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Boucher tenía razón. Siga o no Mesa, parece inviable toda salida política si no hay un compromiso que abarque a Morales. Inviable para Mesa, para Morales y para el fragmentado sistema político boliviano, que ya no tiene partido hegemónico como un peronismo y agrega al descrédito de la clase política un nivel de pobreza del 73 por ciento y una tensión de identidades indígenas diversas que representan el 62 por ciento de la población.
La pregunta es si Boucher incluyó a Morales en su razonamiento. Si Washington mantuviera su política del 2002, la respuesta sería inquietante. En su momento el embajador Manuel Rocha, que antes fue encargado de negocios de los Estados Unidos en la Argentina, dijo en público que nadie debía votar al cocalero e insinuó que tenía relaciones con el narcotráfico y el terrorismo.
Conviene retener un dato: los Estados Unidos cuentan con mil funcionarios en Bolivia.
Cualquier salida política que excluyese a la primera minoría de Morales, apoyado por el venezolano Hugo Chávez, no sólo dejaría sin una pata importante a las instituciones bolivianas. También haría ingobernable a Bolivia. Se llevaría a cabo, así, una profecía autocumplida. Por un lado,los Estados Unidos aplican la doctrina de su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, según la que el mayor peligro viene de los llamados “espacios ingobernados”, es decir sin Estado, como la selva colombiana en manos de las FARC. Por otro, si la obstinación local e internacional impidiese un acuerdo razonable, toda Bolivia se convertiría en un espacio primero ingobernable y luego ingobernado.
En 2003, durante la crisis, la Argentina primero apostó a Evo y luego a la estabilidad política, que en buena medida se logró por gestiones de buenos oficios de la Argentina y Brasil.
Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva construyeron una buena relación personal con Mesa, con quien acaban de encontrarse en la asunción de Tabaré Vázquez en Uruguay.
Esa cercanía los obligará a responder algunas preguntas que le pondrán contenido real a su compromiso con Bolivia.
¿Jugarán fuerte, quizás otra vez con ayuda de la Iglesia boliviana, para lograr un compromiso social y político entre Mesa, Morales y el resto de los dirigentes que se traduzca en la prometida constituyente y la discusión de cuánto alcance tienen las autonomías?
¿O aceptarán salir del paso para ingresar a la irrealidad de un período presidencial hasta el 2007, como quedó estipulado en el 2003 por el pánico estadounidense a una victoria de Morales?
Gas y paz suenan parecido. Si la Argentina y Brasil quieren los dos al mismo tiempo deberán trabajar con mucho respeto por el pueblo boliviano pero con la certeza de que, sin solución en serio, una explosión en El Alto les dolerá más que un cimbronazo en Tucumán y otro en Porto Alegre.