El legendario folklorista, de quien hay escasos registros discográficos, fue nominado por el disco en vivo en Europa que editó Página/12 el año pasado.
Por K. M.
“El Cuchi se llevó toda su vida muy mal con las discográficas. Nunca aceptó que le impusieran condiciones leoninas de contratación, y mucho menos limitaciones a su obra”, dice Juan Martín Leguizamón. “El decía que los empresarios de las discográficas tenían que preguntarle a él cómo se hace un disco, no enseñarle a hacerlo. Nunca se tomó el trabajo de hacer una carrera para vendérsela a ellos”, agrega su hermano Delfín. Quienes hablan son dos de los hijos de Gustavo “Cuchi” Leguizamón (antropólogo y psicoanalista, respectivamente), y están intentando explicar el –¿increíble?– recorrido que hizo que uno de los compositores fundamentales de este país, también intérprete destacado, haya grabado solamente dos discos en vida. Sus hijos fueron los principales promotores de Gustavo Cuchi Leguizamón en vivo en Europa, el CD que Página/12 editó el año pasado, y que ahora está nominado para los Premios Carlos Gardel en la categoría “Mejor álbum artista masculino de folklore”. Más allá de lo heterogéneo del rubro (también compiten La raíz de mi canto, de Argentino Luna; Por esas cosas de la vida, de Facundo Saravia; Ey paisano, de Raly Barrionuevo; y Güemes eterno, de Zamba Quipildor), la nominación es un reconocimiento a un artista que fue creciendo en las voces de otros, pero del que, lamentablemente, hay pocos registros propios disponibles.
El Cuchi Leguizamón compositor trasciende hoy cualquier posible premio institucionalizado. Hay otros reconocimientos concretos. Sus obras son elegidas una y otra vez por intérpretes que se multiplican en las nuevas generaciones. Son de esas que traspasan épocas y estilos, que siempre estarán allí para quien esté dispuesto a recoger los legados poderosos de un país. Más aún: son de esas pocas obras que tienen el poder de borrar al autor para pasar a ser de todos. Este disco tiene la virtud de rescatar también al Cuchi Leguizamón intérprete, el que al frente de su piano incorporó todas las influencias de la música que amaba, la del norte argentino, pero también del jazz o de compositores como Schöenberg o Erik Satie (a quien le dedica una bellísima versión de la Zamba del pañuelo en este CD). Y también al menos conocido Leguizamón poeta, escritor, ese que aquí recita sus Coplas para el caballo que muere.
En vivo en Europa, registrado con destacable calidad técnica durante una gira que hizo el Cuchi en 1991 por el Viejo Continente, captura al artista capaz de convertir un espectáculo en un espacio íntimo, casi de ofrenda, de disfrute y de encuentro con el otro. Quien lo escuchó en algunos de los tantos pequeños conciertos que dio en la Argentina recordará aquellos momentos de magia. Para toda una generación que no llegó a escucharlo, el vivo aquí capturado es un descubrimiento cargado de poesía. Con una dulce tonada salteña, el Cuchi abría su universo. Contaba con naturalidad la historia detrás de cada una de sus zambas, como la del chileno Maturana, o la Balada para el Mono, dedicada a Enrique Villegas. O la de los tantos animales con los que, cuentan sus hijos, mantenía conversaciones realmente serias (ver aparte). Narraba cómo había llegado a componer cada uno de sus temas, capturando la atención de todos.
En el CD se escucha al Cuchi contando la historia de El aveloriao, ese personaje del norte argentino que recibe la muerte del ser querido con un humor no exento de cierta insolencia, y que al día siguiente queda como distraído, aveloriao. “Quise hacerle una chacarera y se me entreveraban los temas, me salían unas disonancias... Y dije: no voy a corregir estos errores que son propiamente del aveloriao”, explica. Sus palabras siempre confluyen en una celebración de la vida, hasta las que teje alrededor de Me voy quedando: “Una vez, hace poco, me tocó quedarme ciego hasta esperar la operación de cataratas que me hicieron. Por supuesto, estaba más triste que perro que perdió el dueño. Y se me ocurrió dejar testimonio de esa tristeza para que después, como sucede ahora, me ponga sonriente sabiendo que puedo seguir viendo”, dice el Cuchi en la grabación. Sus hijosexplican en el texto que acompaña al disco: “Cuando la ceguera se precipita en su vida, en su lucidez el Cuchi anticipa la muerte. Pareciera que este poema sólo puede ser escrito por alguien que conoce el final, el límite, alguien que se fue a dar una vuelta por la nada. Primero hizo una letra póstuma y desgarradora, luego la música le permitió alejarse de ella y dejarla para nosotros. Estaba profundamente conmovido por lo que le estaba pasando. Luego, tras una operación que le permitió recuperar la vista, el Cuchi volvió a ver, pero ya no era el mismo. Atravesó algo que dejó en él una huella transcripta en esta zamba”.
Detrás de la historia de la edición de este CD hay, como suele suceder, una causalidad. “Una chica francesa que vino a estudiar bandoneón con Mederos había ido al concierto y trajo la grabación. Me contactó y me dio una cinta que guardé por unos años”, cuenta Delfín Leguizamón. “Cuando Liliana Herrero hizo con Juan Falú el trabajo Leguizamón - Castilla, nos pinchó para que lo editáramos. No teníamos idea de los pasos que había que dar, pero nos pareció que era importante hacerlo.” El y su hermano atesoran otros materiales que quieren ir dando a conocer, como la obra poética de Leguizamón, o distintos ensayos y grabaciones, no sólo de folklore. Aunque parezca mentira, no siempre pueden hacerlo. “Entre las obras sinfónicas del Cuchi hay una que grabó la Orquesta Sinfónica de Santa Fe, dirigida por Reinaldo Zemba, Preludio y jadeo. Quisimos incluirla en este CD. Zemba y los músicos inmediatamente apoyaron el proyecto. La Secretaría de Cultura de Santa Fe no lo autorizó”, cuenta Juan Martín.
Reunidos por Página/12, estos dos Leguizamón que se mudaron a Buenos Aires, pero no abandonan la costumbre de coquear, se refieren a su padre como “el Cuchi”, y prefieren no atribuirse el título de “difusores” de su obra. “En todo caso, los que la difunden son los músicos que siguen interpretando al Cuchi. Nosotros simplemente sentimos la responsabilidad de no guardarnos este material”, dice Delfín. “Toda memoria es una construcción. Y yo estoy dispuesto a construir una memoria del Cuchi, poniendo en valor aquello que elijo desde mi lectura artística, y también política”, advierte Juan Martín. Guiados por esta convicción, convocan a contactarse con ellos a quienes puedan guardar algún material de los tantos que el Cuchi grabó por todo el país a cuchileguizamon
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